La radio ya no se oye como antes.
Muchos no recordarán que las familias se sentaban a oír radio en la sala de la casa, en el comedor, en la cocina, donde hubiera. Uno, que era niño, se acercaba y miraba la luz del ojo mágico que se hacía cada vez más verde, y esperaba la voz de alguien que ofrecía cosas inalcanzables y sueños de otros.
Pero después de todo uno intuía que cada vez había menos hijos predilectos de la generación aural, jamás imaginó que un día iba a ser una voz que ofrecía a los otros cosas inalcanzables y sueños, y mucho menos pensó que a la radio le iba a pasar lo que le pasa.
Los aurales
Dice Carlos Fuentes -en una entrevista que no recuerdo dónde leí- que la generación aural tenía que usar la imaginación y la que siguió pudo ver al hombre en la Luna y la que siguió pudo ver una, dos, muchas guerras.
Ya no hay que imaginar nada. Mejor dicho, ya no hay que imaginar nada si uno no quiere.
Nosotros, los aurales, imaginábamos entonces con precisión sobrecogedora que los señores de donde venían las voces eran personas seriesísimas, sin duda de corbata, que a veces –entre la estática- hablaban lenguas extranjeras en las que uno buscaba entonces sentido sin hallarlo.
Eran de uno los trabajos de Kalimán, las aventuras de Ricardo Lacroix, las lágrimas de Caignet, las muchachas de nombre suave que se perdían en el sonido de sus propias palabras antes de rendir su virtud, los amores posibles e imposibles, los júbilos repentinos y esporádicos del beisbol y la furia del boxeo.
Pero ya quedan pocos aurales.
Voluntad constante y colectiva
La radio es diferente porque ahora tiene que competir con medios complicados y subyugantes e interactivos.
No mueve ya multitudes ni suspende juegos de pelota ni alarma ciudades con sus ficciones, no es ya la única fuente de información confiable, ha dejado de ser muchas cosas.
Creo que el Servicio Mundial de la BBC, otra alma mater dolorosa que por estas fechas cumple setenta y cinco años, servirá como pretexto para estas reflexiones que sólo van de aquí para allá, como la mosca en el cristal de la ventana.
Diría que los aurales como uno oían el Servicio Mundial de la BBC para que les dijeran en un inglés de escuela pública (que en Inglaterra son las escuelas privadas) noticias sobre asuntos que no terminaban de ver con claridad, porque los aurales como uno no entendían bien el idioma.
Lo que escuchaban era una estación con la voluntad constante y colectiva de ofrecer una visión imparcial de las cosas, como sin duda lo habría puesto el clásico.
Media vida después, los aurales leyeron lo que escribió el director del Servicio Mundial, Nigel Chapman, en World Agenda, la revista internacional de la BBC:
“Pocas cosas hay tan importantes como el derecho a tener voz o a recibir información confiable”, dice Chapman, y por eso “la libertad de los medios es un asunto complicado que no se ajusta a una definición”.
Inventario
La primera señal del cambio se produjo cuando terminaba el siglo XX y la BBC en general y el Servicio Mundial en particular comenzaron a buscar en internet nuevas formas de hacer lo mismo.
Antes de que uno se diera cuenta habían pasado muchas cosas. El trabajo de informar, de educar y de entretener inició un imperceptible alejamiento de la onda corta y se concentró en el nuevo medio.
En el proceso, que tuvo un clímax en octubre de 2006, el Servicio Mundial cerró transmisiones en diez idiomas, en su mayoría de Europa Oriental porque los países de la región habían logrado establecer una prensa más o menos libre en ambientes más o menos democráticos.
Quedan treinta y un idiomas: español, portugués, albanés y rumano, macedonio y serbio, ucraniano, turco, ruso, y árabe y francés y hausa, kinyarwanda y kirundi, somalí, swahili y pashtu y persa, azeri, kirguiz, uzbeco e hindi, bengalí, nepalés, tamil, sinhala, urdu, birmano, indonesio, vietnamita y chino. E inglés, sobre todo inglés.
Alrededor del fuego
La radio –aquí, allá, en todas partes- alteró sus formatos, aligeró el tono de sus voces, movió el ritmo de sus cosas, para adaptarse a un público de costumbres y lealtades cambiantes, gente con prisa y poco tiempo.
Hay aurales que piensan o que temen que la radio internacional británica termine reducida a ofrecer servicios informativos en un pequeño número de idiomas, para financiar otros medios como internet y televisión. Uno piensa que no va a ser así.
Sin embargo uno sabe que internet y televisión son el plus ultra de nuestro tiempo, y no puede negar que internet y la televisión ofrecen posibilidades que la radio no tiene.
Uno supone que el reto es encontrar nuevos modos de ofrecer en nuevos medios lo que uno hace.
Pero a uno le da cierto gusto secreto con la idea de que tanto avance tecnológico que se nos viene a la cabeza o se nos pone en las manos sirve para contar historias, algo que uno hace ahora y hacían los aurales remotos alrededor del fuego.
Del Blog de BBC Mundo
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