El sexto Encuentro Mundial de las Familias —con la posible presencia del santo padre Benedicto XVI— se perfila ya como una incomparable oportunidad para reflexionar sobre la familia como promotora de valores. En días pasados tuvo lugar en Ciudad del Vaticano una asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Familia, y en ella el Papa habló de ello. “Dirigimos nuestra mirada ahora hacia el sexto Encuentro Mundial de las Familias, que se celebrará en México en enero de 2009… Todas las familias cristianas del mundo miran a esta nación ‘siempre fiel’ a la Iglesia, que abrirá las puertas a todas las familias del mundo. Invito a las comunidades eclesiales, especialmente los grupos familiares, los movimientos y las asociaciones de familias, a prepararse espiritualmente para este evento de gracia”.
La asamblea del Consejo tuvo de hecho un tema sugestivo que nos abre a posteriores reflexiones sobre la familia: “Los abuelos: su testimonio y presencia en la familia”.
Dicho tema retomaba una sugerencia del mismo Benedicto XVI en el anterior Encuentro Mundial de las Familias en Valencia. “Nunca —dijo entonces—, por ninguna razón, sean los abuelos excluidos del ámbito familiar. Ellos son un tesoro que no podemos arrancar a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe”.
No es una novedad que se intente valorar la figura del anciano en la sociedad. Es indiscutible que ha habido importantes campañas para apoyarlos e integrarlos en la dinámica social. Pero también se corren determinados peligros. Es un error disfrazar con eufemismos (“adultos en plenitud”) lo que en realidad es la no aceptación de la vejez y el reconocimiento de sus verdaderas posibilidades y riquezas, generando un remedo de la juventud como si esta fuera la edad ideal.
Comentó el Papa: “En el pasado, los abuelos tenían un rol importante en la vida y en el crecimiento de la familia. Aun cuando la edad avanzaba, ellos seguían estando presentes con sus hijos, nietos y acaso bisnietos, dando testimonio vivo de solicitud, de sacrificio y de un cotidiano darse sin reservas. Eran testigos de una historia personal y comunitaria que continuaba viviendo en sus recuerdos y en su sabiduría. Hoy, la evolución económica y social ha traído profundas transformaciones en la vida de las familias. Los ancianos, entre los cuales muchos son abuelos, se encontraron en una especie de ‘zona de estacionamiento’: algunos se dan cuenta de ser un peso en la familia y prefieren vivir solos o en casas de descanso, con todas las consecuencias que estas opciones comportan”.
Ante los peligros de una cultura de la muerte, la vejez debe ser adecuadamente valorada. “Es necesario siempre reaccionar con fuerza ante lo que deshumaniza a la sociedad”. Aquí entra el llamado a recuperar a los abuelos como una presencia viva en la familia, en la Iglesia y en la sociedad.
“Por cuanto respecta a las familias, que los abuelos continúen siendo testigos de unidad, de valores fundados sobre la fidelidad a un único amor que genera la fe y la alegría de vivir. Los así llamados nuevos modelos de familia y el creciente relativismo tienen necesidad de urgentes remedios. De frente a la crisis de la familia, ¿no podría volverse precisamente a repartir de la presencia y testimonio de aquellos —los abuelos— que tienen más robustez de valores y proyectos? No es posible, en efecto, proyectar el futuro sin referirse a un pasado cargado de experiencias significativas y de puntos de referencia espiritual y moral”.
Julián López Amozurrutia
El Universal de México
La asamblea del Consejo tuvo de hecho un tema sugestivo que nos abre a posteriores reflexiones sobre la familia: “Los abuelos: su testimonio y presencia en la familia”.
Dicho tema retomaba una sugerencia del mismo Benedicto XVI en el anterior Encuentro Mundial de las Familias en Valencia. “Nunca —dijo entonces—, por ninguna razón, sean los abuelos excluidos del ámbito familiar. Ellos son un tesoro que no podemos arrancar a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe”.
No es una novedad que se intente valorar la figura del anciano en la sociedad. Es indiscutible que ha habido importantes campañas para apoyarlos e integrarlos en la dinámica social. Pero también se corren determinados peligros. Es un error disfrazar con eufemismos (“adultos en plenitud”) lo que en realidad es la no aceptación de la vejez y el reconocimiento de sus verdaderas posibilidades y riquezas, generando un remedo de la juventud como si esta fuera la edad ideal.
Comentó el Papa: “En el pasado, los abuelos tenían un rol importante en la vida y en el crecimiento de la familia. Aun cuando la edad avanzaba, ellos seguían estando presentes con sus hijos, nietos y acaso bisnietos, dando testimonio vivo de solicitud, de sacrificio y de un cotidiano darse sin reservas. Eran testigos de una historia personal y comunitaria que continuaba viviendo en sus recuerdos y en su sabiduría. Hoy, la evolución económica y social ha traído profundas transformaciones en la vida de las familias. Los ancianos, entre los cuales muchos son abuelos, se encontraron en una especie de ‘zona de estacionamiento’: algunos se dan cuenta de ser un peso en la familia y prefieren vivir solos o en casas de descanso, con todas las consecuencias que estas opciones comportan”.
Ante los peligros de una cultura de la muerte, la vejez debe ser adecuadamente valorada. “Es necesario siempre reaccionar con fuerza ante lo que deshumaniza a la sociedad”. Aquí entra el llamado a recuperar a los abuelos como una presencia viva en la familia, en la Iglesia y en la sociedad.
“Por cuanto respecta a las familias, que los abuelos continúen siendo testigos de unidad, de valores fundados sobre la fidelidad a un único amor que genera la fe y la alegría de vivir. Los así llamados nuevos modelos de familia y el creciente relativismo tienen necesidad de urgentes remedios. De frente a la crisis de la familia, ¿no podría volverse precisamente a repartir de la presencia y testimonio de aquellos —los abuelos— que tienen más robustez de valores y proyectos? No es posible, en efecto, proyectar el futuro sin referirse a un pasado cargado de experiencias significativas y de puntos de referencia espiritual y moral”.
Julián López Amozurrutia
El Universal de México
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