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La voz de las cacerolas


“¿Estaba rica la lacrimógena?”, me dice un carabinero del Estado, al verme pasar llorando, moqueando, babeando, con un limón en la mano. “Anda a tragar lacrimógenas”, redunda. Si no hubiese estado llorando ya, quizás habría sentido ganas de llorar. De las de adentro. Me gasearon, como a miles, antes de marchar, antes de dar un paso. Nos dispersaron antes de que hubiera ningún incidente. Partieron intentando silenciarnos. En la mañana y en la tarde.Escribo esto mientras bajo mi casa, en José Miguel de la Barra, hay una barricada y la gente hace sonar cacerolas y fierros, aplaude en son de protesta, silba, grita consignas. Escribo esto no en contra de Carabineros –idiotas hay en todos lados – porque por años he trabajado en la periferia de uniformados solícitos y amables; escribo en contra de la sordera que tan ejemplarmente viene exhibiendo este gobierno cuya aprobación merma cada día. Escribo esto en contra de la brutalidad que con nuestros recursos y en nuestra contra ejerce nuestro Estado.

Escribo esto por los millones de chilenos (8 de cada 10, según el Centro de Estudios Públicos) que apoyan a los estudiantes en sus demandas, y por la soberbia de unos pocos en el Gobierno que se niegan a aceptar que las cosas han llegado a un punto innegable. Escribo esto por la gente que, a pesar de las bombas lacrimógenas y el maltrato injustificado de las “fuerzas de orden”, se agrupa de a poca en las esquinas para gritar su enojo. Escribo esto por los cientos de carabineros que son enviados –algunos sin preparación suficiente y sobrecargándolos de horas de trabajo, haciéndolos también víctimas del abuso que son mandados a perpetrar – a lidiar contra una nación molesta, que les ha encomendado la misión de defenderla. Escribo esto por los medios de prensa que en estos momentos, tal como hace décadas, muestran su rostro verdadero. Algunos ocultando, otros, radios, en su mayoría, informando. Escribo esto contra la infinita tozudez y torpeza de Hinzpeter.

Más y más cacerolas se suman a lo largo de las horas. Carabineros gasea. La gente retrocede un poco y después avanza, golpeando metales con más fuerza. Es una demostración de poder, de miedo. Pero también de dignidad. De indignación por no poder decirle a quienes se supone que te representan, que lo están haciendo como el forro. Una demostración extrema, como habíamos visto tantas veces. Como casi habíamos olvidado. Creímos que estábamos en democracia. Pero la represión dice otra cosa; dice que la calle no es de todos, dice que los medios los manejan unos pocos, dicen que una vez más las voces mayoritarias no cuentan. O se equivocan ellos o nos equivocábamos nosotros. O se han pasado estruendosamente de la raya –en cuyo caso quiero ver al ministro del Interior excusándose, como nunca lo he visto, y al Presidente, y a cuantos haga falta – o nosotros nos extralimitamos creyéndonos libres de hablar, creyendo que las calles eran de todos, creyendo que el Estado era nuestro, creyendo que este gobierno, por el que muchos no votamos, sin embargo haría algún esfuerzo más o menos honesto por representarnos a todos. O al menos, por tolerarnos.

Resulta penoso ver que la derecha que tantos años se preparó para conquistar el gobierno en democracia, que tantas comisiones políticas, centros de estudio, grupos Tantauco, militancia popular -y populista- financió, no tiene más armas que las de la dictadura. Resulta del todo revelador que el gobierno del “demócrata” Piñera, el que supuestamente dijo “no” a los métodos del dictador –aunque tranquilamente hiciera su fortuna junto en y gracias a esos años nefastos – sea el que tan sentidamente lo homenajee con esta jornada de protestas ochenteras.

Hoy, sin embargo, ha terminado de cristalizar algo. Hoy las calles suenan distinto, porque en cada esquina hay grupos de diez, de veinte o de cien voceando otros sueños de país, retumbando su frustración y su fuerza que se suma a otros miles y millones de fuerzas. Hoy, muchos de los jóvenes que repletan la Alameda y las avenidas de muchas ciudades de Chile, se hermanaron con sus padres y su historia. Hoy los jóvenes cacerolean con sus viejos y también con sus hijos. Hoy recordamos nuestro derecho a hablar, nuestra rabia, nuestra sublevación.

Dice Camus: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese “no”? Significa, por ejemplo, “las cosas han durado demasiado”, “hasta ahora, sí; en adelante, no” ,”vas demasiado lejos”, y también “hay un límite que no pasaréis”. En suma, ese “no” afírma la existencia de una frontera”.

Hoy, reencontrados con nuestra rebelión, con nuestra indignación, hemos dado también con la llama de nuestra ciudadanía tanto tiempo adormecida. Gases más, gases menos, el Gobierno, a pesar de su analfabetismo simbólico y a veces literal, debería intentar comprender este poderoso mensaje. Y aunque a Piñera no le importe la historia, algún asesor que haya leído por último a Frías Valenzuela en el colegio, podría tratar de recordarle lo mal que le ha ido a los gobernantes que han querido cerrar el paso al avance de sus pueblos. Ya ha pasado a la posteridad como el presidente con más desaprobación de nuestra reciente historia. Ojalá, aun con su afán megalómano de querer todos los premios, el Presidente no ambicione sobrepasar incluso ese descarnado reconocimiento.

Ximena Jara
Quinto Poder

Comments

sonia tolfo said…
Aquí en Brasil no es diferente. La igualdad esperada aún lejos de suceder.

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