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Mi reino por un verdadero estudio científico sobre Ricardo III


Pese al anuncio a bombo y platillo del hallazgo de los huesos del rey inglés bajo un aparcamiento, la comunidad científica todavía plantea dudas sobre su verdadera identidad


El miércoles por la mañana, un grupo de investigadores del departamento de medicina legal de la Universidad de Santiago de Compostela, responsable de análisis de ADN de víctimas de los atentados del 11-S, del 11-M y del tsunami de 2004, se reunió para tomar el café con colegas genetistas, expertos en la genealogía de las monarquías europeas. Su tema de conversación estaba en las portadas de los periódicos de medio mundo: Ricardo III, el rey inglés inmortalizado por Shakespeare como un tirano feo y con sed de sangre.
Tras meses de expectación, la Universidad de Leicester había convocado el lunes a periodistas de todo el mundo. En agosto de 2012, un grupo de científicos había encontrado en las ruinas de un monasterio bajo un aparcamiento de la ciudad inglesa los huesos de un hombre fallecido de manera brutal en el siglo XV. Le habían reventado la cabeza posiblemente con una alabarda. Y los investigadores sospechaban que podía tratarse de Ricardo III, que gobernó Inglaterra entre 1483 y 1485, cuando murió en la batalla de Bosworth defendiendo su trono.
Por fin, el lunes, en una rueda de prensa convertida en un entretenido show, el arqueólogo Richard Buckley proclamó que esos huesos destrozados son, “más allá de toda duda razonable”, lo que queda del monarca Ricardo III, célebre por su frase “Mi reino por un caballo” en la obra de Shakespeare. Los investigadores se abrazaron y los periodistas se levantaron y aplaudieron a rabiar. El hallazgo del rey inglés dio la vuelta al mundo.
Sin embargo, cuando los genetistas de la Universidad de Santiago de Compostela buscaron por curiosidad el estudio científico de los restos humanos del aparcamiento de Leicester, para saber cómo se había averiguado que pertenecían al rey Ricardo III, no lo encontraron. Y no lo encontraron porque no existe. En una estrategia más propia del marketing que de la ciencia, los autores del estudio no han publicado sus análisis en una revista científica para que sus colegas de todo el mundo puedan consultarlos. “Si un español hubiese hecho tal aseveración se le tiraría encima la comunidad científica internacional”, opina Francisco Camiña, uno de los genetistas alrededor de aquel café en la Universidad de Santiago de Compostela.

Un carpintero canadiense

Para averiguar si los huesos del aparcamiento eran del rey Ricardo III, los investigadores de la Universidad de Leicester compararon su ADN con el de Michael Ibsen, un carpintero de Canadá que se ha identificado como descendiente de la hermana mayor del monarca inglés. El ADN, el microscópico libro de instrucciones en el que está escrito el funcionamiento biológico de un ser humano, se encuentra en el núcleo de cada una de nuestras células, pero fuera de él las mitocondrias, las pilas que suministran energía a las células, tienen su propio ADN. Este ADN mitocondrial se hereda de madres a hijos y se suele utilizar para saber si dos personas están emparentadas. Y, según explicaron los científicos ingleses en la rueda de prensa, el ADN mitocondrial del aparcamiento y el del carpintero coinciden.
“En el hipotético caso de que hayan encontrado un macheo [una coincidencia] entre las dos secuencias de ADN, es posible que estén emparentados, pero que estos sean los restos del rey es otro cantar”, expone Camiña, experto en la genética de las dinastías de los Austrias y de los Borbones. “Queremos que se contrasten los resultados y que expertos en historia comenten el tema”, lanza.
Turi King ha sido la genetista que ha analizado el ADN de los restos hallados en el aparcamiento. “[Publicar los análisis para que los revisasen otros científicos] habría sido lo ideal, pero el intenso interés mediático y las especulaciones que había [sobre la identidad de los restos del aparcamiento] hizo que pensáramos que teníamos que anunciar los resultados antes de publicarlos”, explica a Materia. King admite que ni siquiera han acabado el estudio. “Completaremos el trabajo y lo enviaremos a revisión por otros científicos en los próximos meses”, señala.

Dudas sobre el análisis de ADN

El investigador Carles Lalueza es uno de los mayores expertos en el mundo en el análisis de ADN antiguo. Hace unas semanas confirmó la autenticidad de una cabeza momificada atribuida al rey francés Enrique IV, gracias a la comparación de su ADN con el ADN de su descendiente Luis XVI, rescatado de la sangre hallada en un pañuelo guardado en su época en el interior de una calabaza.
Entonces, Lalueza siguió el procedimiento habitual en ciencia: publicó su análisis en una revista científica,Forensic Science International, y después hizo el anuncio a la prensa. “En mi opinión es un error hacer anuncios previos a la publicación científica. Así es imposible que el colectivo científico pueda ver su metodología”, critica Lalueza. El investigador, del Instituto de Biología Evolutiva (CSIC-UPF), cree además que el análisis del ADN mitocondrial es insuficiente. “Mi ADN mitocondrial coincide con el del pistolero Jesse James y eso no significa que seamos familia”, argumenta.
Lalueza cree que los investigadores de la Universidad de Leicester tendrían que haber intentado analizar otras matrículas genéticas, como los llamados marcadores del cromosoma Y, muy usados en criminalística. Son regiones del cromosoma sexual masculino que presentan muchas variaciones entre individuos y que, por lo tanto, tienen un gran poder identificador. Se heredan de padres a hijos.

Secretismo científico

“Obviamente [los supuestos restos de Ricardo III] pueden ser de cualquier familiar por vía materna”, subraya Ángel Carracedo, catedrático de Medicina Legal en la Universidad de Santiago de Compostela. Carracedo, uno de los mayores expertos mundiales en genética forense, no entiende que los investigadores ingleses no hayan publicado el haplogrupo del supuesto Ricardo III, las variaciones encontradas en su ADN mitocondrial. “No entiendo por qué no lo dieron”, lamenta. La revista New Scientist ha escrito un duro editorialdemandando la publicación de estos análisis del ADN de los huesos desenterrados en el aparcamiento de Leicester.
“Los autores del estudio hemos estado sometidos a críticas de la prensa y de la gente que pensaba que estábamos escondiendo datos, cosa que no hacíamos. Los científicos implicados hemos sufrido una enorme presión personal para revelar los resultados. Así que sentimos que era preferible hacer un anuncio ahora, de manera controlada, en lugar de esperar varios meses para terminar la publicación científica, que la revisaran otros científicos y que se publicara”, detalla Jo Appleby, una de las arqueólogas que ha desenterrado al presunto Ricardo III. “Este caso no depende del ADN”, defiende Appleby. “Los autores creemos que habría sido posible hacer una identificación positiva incluso sin evidencias de ADN que la apoyaran”, subraya.
Además de los indicios del ADN, Appleby y King insisten en que el esqueleto hallado en el aparcamiento pertenece a un individuo de unos 30 años, aproximadamente la edad que tenía Ricardo III cuando fue asesinado en la batalla de Bosworth. Las dataciones de radiocarbono también sugieren que ese individuo murió alrededor de 1485, aunque también podría haber muerto en 1460 o en 1500. Además, el esqueleto presenta heridas similares a las de una batalla y una grave escoliosis en la columna vertebral, lo que se corresponde con los relatos que dibujan a Ricardo III como un rey chepudo.
Y, sobre todo, ha aparecido en las ruinas de un convento medieval al que algunos expertos apuntaban como destino final del cadáver de Ricardo III, aunque otros relatos señalaban que fue arrojado a un río. “Estamos muy seguros de que estos son los restos de Ricardo III”, remacha la genetista Turi King. Hasta que se publiquen sus estudios, sólo ellos pueden estar muy seguros.
Materia



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