CULTIVANDO LA MEMORIA. Recordando a UMBERTO ECO, que hoy habría cumplido 91 años. Una crónica, algunas frases para tener en cuenta, datos biográficos y presentación de su libro "El cementerio de Praga"
A raíz de lo que está ocurriendo en nuestro país en el ámbito de la política y la educación, me acordé de Umberto Eco (hoy se recuerda su cumpleaños) y su libro "De la estupidez a la locura. Crónicas para el futuro que nos espera". Hay varias crónicas que apuntan a esos dos temas, pero les voy a compartir la siguiente:
¿PARA QUÉ SIRVE EL PROFESOR?
En medio de la avalancha de artículos sobre el acoso en la escuela he tenido noticia de un episodio que yo no calificaría propiamente de bullying, sino a lo sumo de impertinencia, y además de impertinencia significativa. Se decía que, para provocar a un profesor, un estudiante le preguntó: "Perdone, pero en la época de internet, ¿usted para qué sirve?".
El estudiante decía una verdad a medias, que los mismos profesores llevan diciendo desde hace por lo menos veinte años, y es que antes la escuela debía ser sin duda un medio de formación, pero sobre todo debía trasmitir nociones: las tablas de multiplicar en la primaria, la capital de Madagascar en la secundaria y las fechas de la guerra de los Treinta Años en el bachillerato. Con la aparición no digo de internet, sino de la televisión e incluso de la radio, y hasta con la del cine, gran parte de estas nociones empezaron a ser asimiladas por los niños en el ámbito de la vida extraescolar.
De pequeño, mi padre no sabía que Hiroshima estaba en Japón, ni que existiera Guadalcanal, tenía una idea imprecisa de Dresde y sólo sabía de la India lo que había leído en Salgari. Desde los tiempos de la guerra, yo aprendí esas cosas de la radio y de los mapas de los periódicos, mientras que mis hijos vieron en la televisión los fiordos noruegos, el desierto de Gobi, cómo las abejas polinizan las flores y cómo era un Tyrannosaurus rex; por último, un niño de hoy lo sabe todo sobre el ozono, sobre los koalas, sobre Irak y sobre Afganistán. Tal vez un niño de hoy no sepa explicar muy bien qué son las células madre, pero ha oído hablar de ellas, mientras que en mi época no los explicaba ni siquiera la profesora de ciencias naturales. Si esto es así, ¿para qué sirven los profesores?
He dicho que el estudiante mencionado decía una verdad a medias, porque ante todo un enseñante además de informar debe formar. Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que en ella se aprendan fechas y datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que ocurre fuera de ella. Es cierto que lo que ocurre en Irak nos lo dice la televisión, pero por qué ocurre siempre allí desde los tiempos de la civilización mesopotámica, y no en Groenlandia, solo nos lo puede explicar la escuela. Y si alguien objetase que a veces también nos lo dicen en el programa Porta a Porta (programa televisivo italiano de análisis de temas de actualidad) personas incluso acreditadas, entonces es la escuela la que debe debatir sobre Porta a Porta.
Los medios de comunicación de masas nos dan mucha información y nos trasmiten incluso valores, pero la escuela debería saber debatir sobre el modo en que nos lo transmiten, y valorar el tono y la fuerza argumentativa que se utiliza en el papel impreso y en la televisión. Y luego hay que comprobar las informaciones trasmitidas por los medios: por ejemplo, ¿quién sino un profesor puede corregir los errores de pronunciación errónea de ese inglés que todos creemos aprender de la televisión?
Pero el estudiante no le estaba diciendo al profesor que ya no lo necesitaba porque eran la radio y la televisión las que le contaban dónde está Tombuctú o las discusiones sobre la fusión fría, esto es, no le estaba diciendo que su función la desempeñaban ahora discursos aislados, que circulan a diario de manera casual y desordenada en los distintos medios y que si sabemos mucho sobre Irak y poco sobre Siria depende de la buena o mala voluntad de Bush. Lo que le estaba diciendo el estudiante es que hoy existe internet, la Gran Madre de todas las enciclopedias, donde se puede encontrar Siria, la fusión fría, la guerra de los Treinta Años y la discusión infinita sobre el mayor de los números impares. Le estaba diciendo que las informaciones que internet pone a su disposición son inmensamente más amplias y a menudo más profundas que las que posee el profesor. Y omitía un punto importante: que internet le dice casi todo, salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar todas esas informaciones.
Todo el mundo es capaza de almacenar nuevas informaciones, si tiene buena memoria. Pero decidir cuáles vale la pena recordar y cuáles no es un arte sutil. Esa es la diferencia entre los que han cursado estudios regulares (aunque sea mal) y los autodidactas (aunque sean geniales).
El problema dramático es sin duda veces que a veces ni siquiera el profesor sabe enseñar el arte de la selección, al menos no en cada capítulo del saber. Pero por lo menos sabe que debería saberlo y, si no es capaz de dar instrucciones precisas sobre cómo seleccionar, puede ofrecer el ejemplo de alguien que se esfuerza por comparar y juzgar en cada ocasión todo aquello que internet pone a su disposición. Y también puede escenificar diariamente el esfuerzo por reorganizar en un sistema lo que internet le trasmite en orden alfabético, diciendo que existen Tamerlán y las monocotiledóneas pero no cuál es la relación sistemática entre estas dos nociones.
El sentido de esa relación sólo puede ofrecerlo la escuela, y si no sabe cómo hacerlo tendrá que dotarse de los medios para ello. Si no es así, la triada internet, inglés y empresa continuarán siendo únicamente la primera parte de un rebuzno de asno que no llega al cielo.
¿Qué les parece?
Para quienes no conocen a Umberto Eco, algunos datos biográficos.
El 5 de enero 1932, en Alessandria, una ciudad del norte de Italia, Umberto Eco se convirtió en uno de los trece hijos de Giovanna Bisio y Giulio Eco. Allí vivió hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando debió trasladarse junto con su madre a un pueblo de la misma región piamontés por cuestiones de seguridad. Al finalizar sus estudios secundarios, y bajo la presión de sus padres, Umberto se radicó en Turín para estudiar Derecho, pero el mandato paterno le duró poco.
Siguiendo su instinto intelectual, Eco abandonó las leyes y comenzó a estudiar literatura y filosofía medieval, disciplinas en las que se volvió experto y que explotó al máximo para ambientar sus futuras novelas.
Su intelectualidad comenzaba a destacarse. A los 22 años, en 1954, se doctoró luego de presentar una tesis sobre uno de los filósofos medievales más influyentes de la historia: el fraile y teólogo Santo Tomás de Aquino. Dos años más tarde, esa tesis se transformaría en su primer libro publicado: El problema estético en Santo Tomás (1956).
Sin embargo, en materia de fe, Umberto Eco dejó de creer en Dios durante sus años universitarios, hecho que lo apartó naturalmente de la Iglesia Católica Romana.
Durante esa época, aparecieron sus primeros ensayos: Diario mínimo, en 1963, escritos en tono satírico y continuados en 1992, en Cómo viajar con un salmón, y otras obras fundamentales como Apocalípticos e integrados (1965), La estructura ausente (1968), Una teoría de semióticas (1976), Un panorama semiótico (1979) o En busca del lenguaje perfecto (1995).
Eco también trabajó como editor cultural para la RAI por casi una década; fue profesor de estética y semiótica en distintas universidades de renombre y fue columnista de múltiples publicaciones diarias como el Corriere Della Sera, L’Espresso y La Repubblica.
Fue en 1978 cuando comenzó a escribir su primera novela. Tenía 46 y le llevó dos años. El nombre de la rosa se publicó en 1980 y fue un éxito en ventas, crítica y prestigio. Además de intelectual, Eco se convirtió en un reconocido escritor.
La figura intelectual del nominalista Guillermo de Ockham, su filosofía empirista y científica, expresada en lo que se ha dado en llamar la navaja de Ockham, es considerada parte de las referencias que ayudaron a Eco a construir el personaje de Guillermo de Baskerville, y determinaron el marco histórico y la trama secundaria de la novela.
Seis años después de su aparición, el director Jean-Jacques Annaud, con Sean Connery como protagonista, estrenó una película basada en el libro. Y en mayo de 2020 la plaraforma StarzPlay reversionó la obra con una serie de ocho capítulos. Se trata de la adaptación dirigida por el italiano Guancomo Battiato y protagonizada por el actor ítaloamericano John Turturro.
En 1988 apareció su segunda novela, El péndulo de Foucault, libro centrado en un grupo de trabajadores de una editorial de Milán que se ven inmersos, entre otras organizaciones secretas, en los enigmas de los Templarios, desarrollando el asunto con un lenguaje erudito y una intrincada trama.
En 2010, se publicó El cementerio de Praga y, en 2015, su última novela: Número cero. El 19 de febrero de 2016, en su casa de Milán, Umberto Eco murió a los 84 años por un cáncer de páncreas. Estaba casado, desde 1962, con la especialista en arte alemán (y también artista) Renate Ramge, con quien tenía dos hijos: Stefano y Carlotta.
Su biblioteca privada o particular tenía unos 50.000 ejemplares.
Se encuentran 1200 volúmenes anteriores al siglo XX, 36 incunables y 380 impresos realizados entre los siglos XVI y XVII.
Tras su muerte, el 19 de febrero de 2016, Milán, Italia, esta biblioteca se transformó en una compleja y tensa batalla entre la familia del autor y el Ministerio de Bienes Culturales de Italia. Al parecer, y entre otros motivos, la familia interpuso un recurso contra la indivisibilidad dictada por la Superintendencia de archivos y libros sobre el patrimonio libresco.
En 2021, finalmente, se llegó a un acuerdo: la Universidad de Bologna y la Biblioteca de Milán se repartirán la enorme colección de ejemplares. La parte más moderna irá a la casa de estudios de Bologna, la universidad donde el escritor fue profesor durante cuarenta años.
La parte más antigua, como deseaba su familia, engrosará la colección de la Biblioteca Braidense de Milán, ciudad en la que residía Eco.
En la Universidad de Bologna, los libros de Eco forman la llamada “Nueva Biblioteca Eco”.
Umberto Eco fue nombrado Doctor Honoris Causa por 25 universidades de todo el mundo, entre las que se encuentran la Complutense (1990), la de Tel Aviv (1994), la de Atenas (1995), la de Varsovia (1996), la de Castilla-La Mancha (1997) y la Universidad Libre de Berlín (1998). Su carrera también atesora numerosos premios y condecoraciones, como la Legión de Honor de Francia, el Premio Príncipe de Asturias, la Medalla de Oro al mérito de la cultura y el arte (1997), Caballero Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Italiana (1996), el Premio del Estado Austríaco para la Literatura Europea, la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes y otros.
Una de sus frases señala que “El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda”.
Estos datos biográficos han aparecodo en Cadena Nueve
Comments