“Soy ateo gracias a Dios”
“La ciencia no me interesa. Me parece presuntuosa, analítica y superficial. Ignora el sueño, el azar, la risa, el sentimiento y la contradicción, cosas todas que me son preciosas.”
“La realidad, sin imaginación, es la mitad de realidad”
“La edad es algo que no importa, a menos que usted sea un queso”
“Dejé de ser religioso en la adolescencia. Pero, ¿Creen ustedes que no tengo todavía en mi forma de pensar muchos elementos de mi formación cristiana? Entre otras muchas cosas, una ceremonia en honor de la Virgen, con las novicias con sus hábitos blancos y su aspecto de pureza, puede conmoverme profundamente.”
“La moda es la manada; lo interesante es hacer lo que a uno le da la gana”
(Calanda, 1900 - Ciudad de México, 1983) Director de cine español, una de las grandes figuras de la historia del cine. Su padre, Leonardo Manuel Buñuel, fue un indiano fantasioso que regresó de Cuba enriquecido y se instaló en Calanda; solía relatar numerosas aventuras ilusorias a los lugareños y afirmaba con bravuconería que sería para él la mujer más bella del pueblo. La elegida fue una muchacha delicada, que tocaba el piano y que tenía diecisiete tiernos años, llamada María Portolés, para quien mandó construir una suntuosa mansión. No estaba todavía terminada la casa cuando María dio a luz su primer hijo, Luis, precisamente poco antes de que comenzaran las fiestas de Semana Santa del año 1900.
Don Leonardo, convertido en un burgués severo y justo de ideas liberales, se cansó enseguida del pueblo y se trasladó a Zaragoza, donde entró en contacto con los círculos intelectuales de la capital, aunque mantuvo la costumbre de veranear en Calanda con toda la familia, con su mujer, sus siete hijos, las sirvientas y los amigos de la casa.
Entre los primeros recuerdos de Luis Buñuel está la escena, verdaderamente feudal, de grupos de pordioseros que acudían a la puerta de su hogar a mendigar un panecillo y una moneda de diez céntimos. Los que lo conocieron en su infancia cuentan de él numerosas travesuras, como una escapada con otros muchachos que duró más de veinticuatro horas y cuyo itinerario pasaba por los nichos del cementerio y concluía en una sórdida y oscura cueva. Allá estallaron los lamentos y las lágrimas, de modo que para tranquilizar a sus compañeros Luis se ofreció en sacrificio para ser comido. Felizmente ello no fue necesario y pudo regresar sin mayores contratiempos a su casa, donde no obstante seguiría practicando juegos peregrinos, tales como decir solemnes misas ante la arrobada concurrencia de pequeños feligreses.
Contagiado del ambiente familiar, Luis Buñuel confesó haber sido de niño muy religioso y creyente, pero hacia los catorce o quince años cayeron en sus manos libros de Spencer, Kropotkin, Nietzsche y Darwin, especialmente El origen de las especies, y comenzó a perder la fe. Con el tiempo, el hombre que declaró "soy ateo, gracias a Dios" llegaría a ser el emblema viviente de un arte blasfemo e iconoclasta, se acercaría al ideario anarquista, ingresaría en el grupo parisino de jóvenes revolucionarios que abanderaban la estética del surrealismo y trabajaría al servicio de la República montando documentales durante la guerra civil española.
Buñuel estudió el bachillerato con los jesuitas de Zaragoza y luego su padre lo envió a Madrid para que se hiciera ingeniero agrónomo. Providencialmente fue a parar a la Residencia de Estudiantes, lugar donde confluyeron algunos de los poetas y artistas más relevantes de la época, como Ramón Gómez de la Serna, Federico García Lorcao Salvador Dalí, con los que trabó fecunda amistad.
De este modo descubrió pronto que su auténtica vocación no era la ingeniería, y ni siquiera la entomología, a la que se aficionó extraordinariamente, sino el arte. Bullía en su interior un ansia de novedades, una fiebre de vida que no podía desahogarse en el mezquino ambiente académico; prefería las tertulias a las aulas, y en ellas brillaba tanto su desbordante imaginación como su poderosa envergadura física, derrotando a todos sus compañeros cuando entablaban un pulso sobre las mesas de mármol de los cafés. Además, practicaba con notoria pericia el boxeo, e incluso a punto estuvo de proclamarse campeón amateur de este deporte.
Por último se decidió por la carrera de Filosofía y Letras, que pudo terminar en 1923, el mismo año en que falleció su padre, y dos años después se trasladó a París. En 1926 le impresionó vivamente una película de Fritz Lang, Der müde Tod(Las tres luces), y decidió dedicarse al cine, para lo cual se ofreció como ayudante de Jean Epstein, con quien colaboró en el rodaje de Les aventures de Robert Macaire, Mauprant y La Chute de la Maison Usher, aunque en este último filme no llegó al final.
La razón fue una discrepancia surgida entre los dos cineastas respecto a la auténtica valía de otro gran director francés, Abel Gance, muy admirado por Epstein y escasamente respetado por el joven vanguardista Buñuel. De hecho, éste estaba a punto de ingresar en las filas belicosas del grupo surrealista, que dirigía con mano férrea André Breton y en el que militaban, en un primer momento, Benjamin Péret, Louis Aragon, Paul Eluard, Max Ernst, René Char, Man Ray, etc. Todavía no se incluía entre ellos Salvador Dalí, el amigo de Buñuel, que por aquel tiempo se dedicaba a la pintura en su residencia de Cadaqués, y con quien realizará su primer guión cinematográfico: Un perro andaluz.
Fotograma de Un perro andaluz (1929)
"En 1927 o 1928 (cuenta Luis Buñuel en sus memorias) yo estaba muy interesado en el cine. En Madrid presenté una sesión de películas de vanguardia francesa. Estaban en el programa Rien que les heures de Cavalcanti, Entracte de René Clair y no recuerdo qué otras películas. Tuvieron un enorme éxito. Al día siguiente me llamó Ortega y Gasset y me dijo: Si yo fuera joven, me dedicaría al cine. Luego, pasando la Navidad con Salvador Dalí en Figueras, le dije que quería hacer una película con él. Teníamos que buscar el argumento. Dalí me dijo: Yo anoche soñé con hormigas que pululaban en mis manos. Y yo: Hombre, pues yo he soñado que le seccionaba el ojo a alguien. Ahí está la película, vamos a hacerla. En seis días escribimos el guión. Estábamos tan identificados que no había discusión. Escribíamos acogiendo las primeras imágenes que nos venían al pensamiento y, en cambio, rechazando todo lo que viniera de la cultura o de la educación. Por ejemplo: la mujer agarra una raqueta para defenderse del hombre que quiere atacarla. Entonces, éste, mira a su alrededor buscando algo para contraatacar y (ahora estoy hablando con Dalí) ¿Qué ve? Un sapo que vuela. ¡Malo! Una botella de coñac. ¡Malo! Pues ve dos cuerdas. Bien, pero qué viene detrás de las cuerdas. El tipo tira de ellas y cae, porque arrastra algo muy pesado. Ah, está bien que se caiga. En las cuerdas vienen dos grandes calabazas secas. ¿Qué más? Dos hermanos maristas. Eso es, dos hermanos maristas. ¿Y después? Un cañón. Malo. Que venga un sillón de lujo. No, un piano de cola. Muy bueno, y encima del piano de cola un burro... no, dos burros podridos. ¡Magnífico! O sea, que hacíamos surgir representaciones irracionales sin ninguna explicación."
El filme, rodado en París por Luis Buñuel con dinero que le dio su madre, fue un escándalo, pero también un éxito en ciertos círculos que lo aplaudieron como el gran cineasta de vanguardia del momento. Más tarde, tras enfriarse sus relaciones con Dalí a causa de la influencia que sobre éste ejercía su nueva compañera Gala, vendría otra película surrealista, L'age d'or (La edad de oro), donde se incluyen frases tan provocativas como "¡Qué alegría haber asesinado a nuestros hijos!" Y el siguiente filme sería Las Hurdes, tierra sin pan, documental sobre la barbarie y la miseria de la España profunda, producido con el dinero que había ganado a la lotería su amigo Ramón Acín.
Hollywood se interesó inmediatamente por el prometedor y provocador director cinematográfico, pero aunque llegó a viajar a Estados Unidos en calidad de observador, Buñuel no se plegó a las tiránicas reglas de los productores y pronto abandonó La Meca del cine. Tampoco duró mucho su alineación en las huestes surrealistas, ni fue demasiado feliz su colaboración como documentalista al servicio de la República española durante la guerra civil, de la que muchos años después incluso se negaba a hablar.
En 1933 Buñuel se había casado con Jeanne Rucar de Lille, que le dio dos hijos, Jean Louis (1934) y Rafael (1940). En 1944 está trabajando como conservador de películas en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, y tres años después se traslada a México, que sería su segunda patria, para rodar un filme con Jorge Negrete, Gran Casino, que constituyó un estrepitoso fracaso.
Viridiana (1961)
No obstante, pactó con la productora que realizaría dos películas económicamente rentables para que le dejasen llevar a cabo un proyecto personal. Éste fue Los olvidados (1950), que acaparó premios a la mejor dirección, argumento y guión en los festivales de Cannes y México. Pese a las precarias condiciones en las que se desenvolvía allí su trabajo, siguió coleccionando galardones y asombrando al mundo con Subida al cielo (1951), Las aventuras de Robinson Crusoe (1952), Nazarín(1958) y otras, pero por razones económicas también se vio obligado a dirigir algunas películas de mucha menos monta.
Regresó a España para dirigir Viridiana (1961), con un argumento basado en una novela de Pérez Galdós, igual que su otro film español, Tristana (1970). La etapa final de su carrera es francesa, y en ella analizó a la burguesía presentando una imagen completa de la destrucción, el engaño y la falsa apariencia. La fascinación por todo un amplio repertorio de símbolos se concreta en las tres películas que produjo Serge Silberman (El discreto encanto de la burguesía, 1972 -Oscar de Hollywood-; El fantasma de la libertad, 1974; y Ese oscuro objeto del deseo, 1977).
Aunque en las últimas décadas de su vida pudo trabajar con mayor libertad y mayores medios en Francia, su obra completa se caracterizó precisamente por una formidable coherencia pese a todas las circunstancias adversas. Hasta el último día de su vida fue leal a la fiera y ambiciosa estética de su juventud: "Yo quería cualquier cosa, menos agradar". Pero también a un escrupuloso sentido moral, esa gran lección que Luis Buñuel quiso legar al mundo, porque, como él mismo decía, "la imaginación humana es libre, el hombre no".
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El hombre que nunca dejó de reírse de Dios
Nihilista y explosivo, Luis Buñuel, muerto hoy hace 33 años, ejerció a lo largo de toda su vida el fascinante don de ser Luis Buñuel
Nunca se apeó de sí mismo. Luis Buñuel, muerto hoy hace 33 años, ejerció a lo largo de toda su vida el fascinante don de ser Luis Buñuel. No fue una tarea fácil. Nacido en 1900 en Calanda (Teruel), el abrupto siglo XX marcó su biografía. Para lo bueno y para lo malo. Vivió las mieles del surrealismo en el efervescente París de los años veinte, gozó de la amistad de Federico García Lorca y Salvador Dalí, soliviantó a burgueses, católicos y fascistas con sus tremendos puñetazos visuales, pero también bebió las aguas amargas del exilio y la derrota. Fue censurado, perseguido y atacado. Y no sólo en la Europa en llamas de los años treinta y cuarenta.
Pocos recuerdan que cuando recaló en Estados Unidos, acabada la Guerra Civil española, tuvo que renunciar a su puesto de colaborador del Museo de Arte Moderno de Nueva York por las sospechas que despertaban su abierto ateísmo y sus ideas de izquierdas. Tampoco, pese a sus peticiones, se le concedió la nacionalidad estadounidense. En el extraño péndulo que es la vida, quizá esa fuera una suerte para la historia del cine. Este rechazo y los problemas económicos derivaron sus pasos hasta México. La tierra de promisión de los exiliados republicanos.
Fotograma de Los olvidados
Ahí vivió su obra en una segunda edad de oro. Aunque hubo películas absolutamente menores, en 1950 filmóLos olvidados, un feroz retrato de la marginación mexicana. La película, con música del también exiliado Rodolfo Halffter, entroncaba con su documental Las Hurdes, tierra sin pan, estrenado en España en 1933, y logró un efecto similar: puso a una sociedad ensimismada frente al espejo de sus miserias.
La historia de Jaibo y Pedro, su abismal negrura y, ante todo, la ruptura con las narrativas almibaradas de Hollywood, hicieron de Los olvidados una obra maestra cuyos ecos aún perduran en estos tiempos de sicarios y decapitaciones. “Buñuel digirió de tal forma la cultura del Distrito Federal, que con Los olvidados aprendimos lo que era México", ha dicho el escritor mexicano Jordi Soler.
Rodaje de Belle de jour. Buñuel dirige a Catherine Deneuve.
Ganador del premio al mejor director en el Festival de Cannes, Buñuel recuperó con este filme un brillo internacional que ya jamás perdería.Viridiana (Palma de Oro, 1961), El ángel exterminador (1962), Belle de jour(León de Oro, 1967) y El discreto encanto de la burguesía (Oscar a la mejor película extranjera en 1972) no hicieron sino confirmar su puesto en el cielo de los grandes creadores.
Pero más allá de los galardones, el verdadero éxito en vida de Buñuel fue precisamente ser Buñuel. De algún modo, nunca abandonó a ese joven surrealista, fascinado por André Breton, que había dado luz a alucinaciones tan demoledoras como El perro andaluz o La edad de oro. En la ensordecedora brutalidad del siglo XX, el cineasta de Calanda hizo sonar siempre que pudo el tambor de su voluntad. Ya fuese en México, España o Francia.
Quienes le recuerdan de su etapa mexicana, como el director Arturo Ripstein, hablan de un ser hosco, pero dotado de un humor vitriólico. Un hombre desolado y rugiente que se nutría de la devastación de su experiencia para crear arte. “Estaba muy solo, nadie se le acercaba. Daba miedo porque era Buñuel. El genio asusta. Y la profesión no le quería, porque no había posibilidades de comparación”, rememora Ripstein.
Fotograma de Un perro andaluz
La felicidad a granel posiblemente le fue esquiva, pero la cambió por la carcajada irreverente. Ateo total se reía de los falsos ídolos. De Dios y también del totemismo político. Y de creer, sólo creía, como cualquier surrealista, en el azar. “Si fuéramos capaces de volver nuestro destino al azar y aceptar sin desmayo el misterio de nuestra vida, podría hallarse próxima una cierta dicha, bastante semejante a la inocencia”, dejó escrito en su autobiografía Mi último suspiro.
El 29 de julio de 1983, Luis Buñuel falleció en la Ciudad de México. Lo que queda de él es mucho más que una obra. Es una historia tallada en la honestidad. La del genio que nunca renunció a su forma de entender el cine. Hoy, como cualquier otro, es un buen día para recordarlo.
El País
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