Una imagen de la película Child’s pose de Calin Peter Netzer, Oso de Oro del Festival de Berlín 2013.
Después del Festival de Cannes, ahora es el de Berlín el que premia a una película de la "nueva ola" rumana, una generación de directores ignorados en un país sin cines. Al igual que Más allá de las colinas de Cristian Mungiu, Child’s pose [La postura del niño] de Calin Peter Netzer, expresa “el sufrimiento y la desesperación de ser rumano”, explica un sociólogo.
Conozco a Calin Peter Netzer, he visto sus películas, aunque aún no he visto Child’s pose, La postura del niño. He visto las películas de Cristi Puiu, Cristian Mungiu, Corneliu Porumboiu, Cristian Nemescu o Tudor Giurgiu. Sigo viviendo una realidad que con demasiada frecuencia asfixia la lógica de la civilización. La sociedad, la prisión, el hospital, el colegio u otras instituciones son abonos para la obra artística de gran valor de la nueva generación de nuestro cine. Creo que nuestro destino, siguiendo la vía de salida del comunismo, nos llevará hacia el advenimiento de un futuro premio Nobel rumano de Literatura. Es cierto que Herta Muller lo ganó, pero por una obra que sumía más sus raíces en los efectos de la memoria del comunismo que en el comunismo en sí mismo.
Por lo tanto, espero ver un Nobel sobre la transición, sobre ese asunto alrededor del cual inició sus películas la "nueva ola" rumana. Películas de las que haríamos caso omiso si no hubieran cosechado premios internacionales, porque la mayoría pensamos que son difamatorias para el país. Estos jóvenes se esfuerzan por obtener la financiación de un organismo, el Centro Cinematográfico Nacional, que difícilmente concede ayudas.
Y sin embargo, deberíamos ayudarles, porque hacen que se valore en el mercado mundial el único aspecto auténtico que aún poseemos: el sufrimiento y la desesperación de ser rumano. La desesperación de avanzar contra la historia y al lado de la civilización. En el mundo actual, es algo que vende bien y podríamos invertir en esta autoflagelación.
Tradición chejoviana
Por citar la célebre frase de la película Filantropía de Nae Caranfil, puesto que tendemos siempre la mano hacia Europa, el FMI y el Banco Mundial, ofrezcamos a cambio al menos una historia bella. Sería una forma sublime de mendicidad. Les vendemos pastillas de desesperanza y ustedes, los occidentales, nos dan un poco de dinero, felices de haber escapado a ese drama porque sus países gozaron de la protección de la Conferencia de Yalta.
Aún no he visto Child’s pose, pero La muerte del señor Lazarescu me dejó sin voz, no porque la obra salía del imaginario convencional, sino porque sabía que era una historia real. La película de Netzer también procede de la tradición chejoviana, la de la desesperanza de vivir en un universo donde el libre albedrío y la libertad ya no tienen sentido.
Vi Filantropía y California Dreamin' y me conquistó la elevación de la desenvoltura rumana al nivel de filosofía de vida. Cada vez que se estrena una película de la "nueva ola", siento unas ganas enormes de volver a leer a Antón Chéjov, porque me invade la idea de que en nuestro Este, lo absurdo es parte de nuestro etos más que una negación de la razón.
Universos herméticos
Los personajes de nuestras películas son chejovianos. La Rumanía de la transición es un universo cerrado de la que intentan evadirse, pero únicamente lo logran en la ilusión o la muerte. Los personajes de Giurgiu, Porumboiu, Netzer o Mungiu son como prisioneros de un destino transitorio, donde la espera es una larga agonía. Los universos herméticos y la luz anodina son las características dominantes de esta corriente cinematográfica que describe nuestro mundo. Es extraño ver brillar un rayo de sol por algún lado... Tanto si hablan de aborto, como de fe, de drogas o de la conversión de una comunidad al capitalismo, las películas de la "nueva ola" se centran en el individualismo o el egoísmo extremo, la traición y sobre todo la soledad como proceso de descomposición y de muerte del ser social. En estas historias, la mayoría de los personajes son mujeres que jamás llegan a asumir el control de su destino o de su familia, mientras que los hombres ya se han rendido.
Estas películas tienen un final abierto, como si cada uno fuera una continuación de lo que el director dejó en suspenso en California Dreamin: una realidad rumana a la deriva, hacia un destino que ya nadie puede cambiar.
Una mirada sin odio, pero implacable
¿En qué se diferencian estos jóvenes de los que intentaron timar a la Europa cinéfila justo después de 1989, siguiendo el principio de "nuevos tiempos…. que siguen siendo los mismos"? Estos chicos han vivido los primeros pasos de la transición, contemplan las heridas abiertas que dejó el comunismo, no han vivido los compromisos. Viven una realidad que se deshumaniza y erige el egoísmo como valor de transición.
Estos chicos no emplean su imaginación para falsificar, sino para narrar. Han vivido con "la llave colgada al cuello" [en los países comunistas, los niños iban solos al colegio, muy temprano, con la llave de la casa colgada al cuello con un cordón. Hoy, esos niños de la llave simbolizan a aquellos que se desenvuelven solos] en una época en la que ya nadie tenía tiempo de contarles historias. Pero lo que les distingue ante todo es su mirada sin odio: relatan con indiferencia, expresan con imágenes los destinos de un mundo en descomposición. No ofrecen soluciones, pero son los primeros hombres libres de nuestro mundo.
Por desgracia, no cuentan con un gran público en una Rumanía incapaz de mirarse en el espejo. Como otros millones de rumanos, se exilian a un Occidente que celebra sus obras un día, para al día siguiente dejar que vuelvan a caer en la indiferencia y que se hundan en el drama de un país de Europa del Este que no logra salir de esa agonía chejoviana que llamamos transición.
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