La obra fue compuesta para un ballet que nunca se montó, solo se registró en grabaciones informales y hasta ahora se presenta en festivales de música contemporánea y discos populares. Un enigma que, para algunos, es la obra maestra de la compositora nacida hace justo un siglo.
En enero de 1960, hace exactamente 57 años, Violeta Parra dio una larga entrevista a la Radio Universidad de Concepción en la que recitó sus décimas autobiográficas, habló de su trabajo de recopilación en los campos y presentó algunos de los versos que había recogido a lo largo de Chile. Incluso, llegó a imitar entre risas a alguno de los cantores que se los entregaron.
En medio de esa conversación, el locutor Mario Céspedes recordó que Violeta Parra había creado recientemente “música culta, música para un ballet”, en que todos los elementos, literarios y musicales, provenían del folclor chileno. A eso, ella añadió que la obra se basaría en “los bailes auténticos que conozco en el norte, en el sur y en el centro”. Ese ballet, a esa altura, ya tenía nombre. Se llamaba “El gavilán”.
“El tema de fondo es el amor. El amor que destruye casi siempre, no siempre construye. El gavilán representa el hombre, que es el personaje masculino y principal del ballet. La gallina representa a la mujer y que es el personaje, también de primer orden, pero el personaje sufrido, el que resiste todas las consecuencias de este gavilán con garras y con malos sentimientos, que también sería el poder, como dijiste tú, y el capitalismo, el poderoso”, detalló la folclorista.
Aquella entrevista sigue siendo una de las principales fuentes de información sobre una de sus obras más singulares y enigmáticas de Violeta Parra. En la conversación, ella adelanta sus planes con ilusión. Dice que la música sería interpretada por guitarras, arpas, tambores y trutrucas, apoyadas por una orquesta. Además, que habría voces: “Este canto tiene que ser cantado incluso por mí misma. Porque el dolor no puede estar cantado por una voz académica, una voz de conservatorio. Tiene que ser una voz sufrida como lo es la mía, que lleva 40 años sufriendo. Entonces, hay que hacerlo lo más real posible. Entonces voy a tener que cantar, esperar a que mi garganta esté en condiciones y cantar yo este ballet. Pero secundada, afirmada por coros, coros masculinos y femeninos”, relató.
“Cantos de Chile” (1975), editado por el sello francés Le Chant du Monde, incluye una de las versiones de “El gavilán”.
El entusiasmo era tal, que Violeta Parra incluso se animó a tocar la primera parte de la obra, una “primicia”, según destacaba Mario Céspedes. Esa interpretación es uno de los tres únicos registros que hoy existen de “El gavilán”. Los otros dos fueron realizados en años y ciudades diferentes. A fines de la década de los ‘50, no se sabe exactamente cuándo, el compositor Miguel Letelier hizo una grabación en la casa que la artista ocupaba en La Reina. Mucho más tarde, en 1964 y en París, el argentino Héctor Miranda, director de Los Calchakis, hizo otro registro en París. Nunca, sin embargo, Violeta Parra grabó una versión de estudio. Nunca, tampoco, el ballet pasó de ser un proyecto sin concretar.
¿Y qué compusiste ayer?
¿Cuándo y en qué circunstancias Violeta Parra compuso “El gavilán”? Ninguna de las dos preguntas tiene respuestas exactas. En Concepción, Violeta Parra dio a entender que la obra estaba en plena preparación. Contó que “ya los bailarines de Santiago están interesados y muy entusiasmados” y que quería realizarlo con “muchachos jóvenes con energía y con inquietudes y con un sentimiento más chileno y con deseos de hacer algo nacional. Esas son las personas que a mí realmente me interesan y ya están entusiasmados”.
Una de las personas que nombró fue la fotógrafa Adela Gallo, quien según ella “hizo en pequeñito los personajes, con cuerpo de alambre y con vestuario de papel y quedaron bien bonitos”.
Efectivamente, Adela Gallo había hecho una maqueta del escenario del ballet y diseñó el vestuario, según le cuenta a Osvaldo “Gitano” Rodríguez en el libro Cantores que reflexionan.
Aunque a veces se vincula “El gavilán” con la relación que Violeta Parra mantuvo con el suizo Gilbert Favre, ambos se conocieron recién en octubre de 1960, meses después de aquella entrevista en Concepción. Adela Gallo, en ese sentido, aportó una historia divergente: que la composición fue creada “en contra de Sergio Bravo”, cuyo documental Mimbre fue musicalizado por Violeta Parra.
Violeta Parra en Santiago, en 1957. Foto: Fundación Violeta Parra.
“Después se pelearon y ahí nació ‘El gavilán’ -relató Adela Gallo. La Violeta tuvo una crisis, una crisis de ver tanta gente y se encerró en un estudio en la calle Estado. Y allí estaba sola, con una cama en el suelo y nada más. No quería ver a nadie. A mí fue a la única a quien le dio la llave para que la fuera a ver. Entonces todos los días, a la hora de almuerzo, yo le llevaba un bife hecho para que comiera, pero ni eso quería. Es decir, era de tipo amurrado. No quería ver a nadie, no quería que entrara nadie. Estaba furiosa. Yo entraba retándola: ¡Ya! – le decía – ¡Come! ¡Tómate esta leche!” Ella se comía las cosas de muy mala gana. Y yo le preguntaba: “Y, bueno, ¿qué compusiste ayer?” Y ella me tocaba lo que había compuesto, que era maravilloso, por cierto. Y así se fue componiendo “El gavilán”, hasta que le dio término”.
Violeta, la compositora
“Música culta” decía Mario Céspedes, inaugurando sin querer una asociación que se mantiene hasta hoy entre “El gavilán” y el mundo de la llamada música docta, culta o académica. Ya en 1967, en un artículo publicado por la Revista Musical Chilena, el compositor y Premio Nacional Alfonso Letelier -padre de Miguel Letelier- habla del “originalísimo resultado estético” de las anticuecas y de “El gavilán” y asegura que la obra de Violeta Parra, “enraizada en lo más profundo del alma vernácula, queda a igual distancia de lo popular y lo culto”.
Innumerables investigaciones han relacionado también aquella música con la academia. Hasta Silvio Rodíguez aportó con un par de frases en ese tono en el documental Viola chilensis, de Luis Vera: “Ella utiliza principios beethovenianos del desarrollo de la forma, completamente, de coger un motivo, repetirlo y luego hacerlo tres veces. Ella utiliza recursos de la música culta, profundamente culta. ¿Lo hizo por intuición? Probablemente, pero eso no quiere decir que no tuviera esa cultura”, dice en un pasaje, hablando sobre la obra en general de la compositora chilena.
Un nuevo capítulo de esa conexión se vivió el lunes pasado, cuando el Festival de Música Contemporánea de la Universidad de Chile fue inaugurado en la Sala Isidora Zegers con una interpretación de “El gavilán”, a cargo del guitarrista Mauricio Valdebenito y la cantante Magdalena Matthey. El instrumentista, que transcribió la partitura en 2001 y la incluyó en su disco Mestiza (2014), dice que la había postulado en cuatro ocasiones al certamen y que en todas fue rechazada. Este año, el del centenario de Violeta Parra, fue la organización del festival la que pidió que la presentara.
En todo caso, no es tan extraño que la hermana de Nicanor aparezca en el programa de un festival de música contemporánea. Hay textos que vinculan “El gavilán” y sus composiciones para guitarra con la música atonal, por ejemplo, o con compositores como Chopin. Pero Valdebenito se distancia: “No participo de esa visión, creo que se corren peligros múltiples, porque desnaturalizas esa música y luego la justificas desde un pensamiento eurocéntrico. Es la lógica puesta en Viena para explicar esto. Creo que hay que buscar por otra parte”, indica.
Mauricio Valdebenito y Magdalena Matthey se presentaron el lunes 16 en la Sala Isidora Zegers.
Además, marca una frontera: “Mientras la idea del compositor o el autor se preocupa de que su obra tenga año de composición y estreno, un opus, la música de Violeta, ¿cuándo se hizo? ¿Cuándo empezó “El gavilán”? Parece que en los años tanto, se dice. ¿De cuándo son las anticuecas? Deben ser del ‘56 o ‘57, porque las grabó, pero no sabemos cuándo empezó con esto. Es la idea de una autoría pero puesta en la dinámica de la vida, no en el afán del registro de su nombre. No está su ego tan nítidamente perfilado. Y si aparece, siempre está en conexión con lo social”, afirma.
Cuerpo, alma y espíritu
No solo la academia, por supuesto, ha abordado “El gavilán”. A pesar de que Violeta Parra nunca grabó una versión oficial, la obra sí ha tenido diferentes interpretaciones. Solo algunos ejemplos: Isabel Parra y Quilapayún la registraron en La revolución y las estrellas; Los Jaivas le imprimieron sus afanes progresivos en una versión instrumental incluida en Obras de Violeta Parra; más recientemente, Ángel Parra hijo la presentó junto a Consuelo Schuster.
¿Qué tiene de especial esa composición? Hay quienes incluso la postulan como la obra maestra de Violeta Parra: “Existe una correspondencia entre forma, contenido y significado de ambos, que determina la integridad de la obra -en términos morales y estéticos- y constituye algo así como su alma. Ningún elemento aparece puesto al azar: la poesía y la música tienen el mismo peso, en cuanto a su significación, potenciándose como una unidad en movimiento”, dice la investigadora Lucy Oporto, autora del exhaustivo ensayo El diablo en la música. La muerte del amor en El gavilán de Violeta Parra.
En el texto, la filósofa indaga diversos aspectos de la obra. El uso de lo que llama un “rasgueo homicida”, de disonancias, de ritmos mapuche. Incluso, asegura desde Valparaíso que “supo plasmar en términos musicales, poéticos, teológicos y filosóficos, una imagen universal de la catástrofe colectiva, en cuanto anticipación de la irrupción del fascismo en Chile y su interminable continuidad como posfascismo, hasta la época actual”.
“Es más que una obra de arte, entendida como un objeto digno de admiración y estudio por su aporte al conocimiento. Es una especie de ser viviente, un organismo que manifiesta algo así como una conciencia y una potente carga afectiva, y que aún tiene mucho que enseñarnos”, agrega.
“Si la comparo con otras composiciones de ella, no es ni la más experimental ni la más lograda poéticamente”, dice por otra parte Paula Miranda, autora del estudio literario La poesía de Violeta Parra.
La investigadora considera, de todos modos, que en “El gavilán” aparece un guiño hacia la vanguardia que representa, por ejemplo, la poesía de Vicente Huidobro: “Es este gesto de un atrevimiento mayor con el lenguaje, una descomposición de ese lenguaje. Ingresa toda la dimensión lúdica”, explica.
“Pienso que ‘El gavilán’ es la primera demostración, para ella misma, de su entrada con plenitud en los ritmos, en la poesía moderna. Yo no distingo entre docto y popular, sino que entre moderno y tradicional y ella como que ha hecho una profundización en lo tradicional y sabe que puede entrar con mucha propiedad a lo moderno”, añade.
Paula Miranda, quien junto a Allison Ramay y Elisa Loncón prepara otra investigación sobre la relación de Violeta Parra y el mundo mapuche, dice en esa línea que “El gavilán”, junto con las décimas autobiográficas, es un momento crucial para lo que vendría después: “Los logros en términos poéticos, no musicales, están mucho más fuertes en Las últimas composiciones, que es su máxima expresión, síntesis de todas sus búsquedas anteriores. Lo que pasa es que ‘El gavilán’ es el paso importante, un momento de inflexión, pero no el más logrado poéticamente”.
Mauricio Valdebenito, considera por su lado que es “como el punto de clímax y las anticuecas serían como los apuntes. Esas cinco piezas para guitarra serían como los bocetos de esta pieza grande que, al mismo tiempo, es una pieza inconclusa”. Sin embargo, aunque cree que “debe ser de las cosas que están en otro nivel, no lo pondría en una situación de ranking”.
“Es que es parte de una gran obra -complementa Magdalena Matthey. Lo que tiene es que significa entrar en la Violeta de una manera profunda, en todo su mundo interior, en toda su creación y totalidad. A lo mejor en eso se diferencia de otras canciones, pero también pasa con ‘Volver a los 17’ o ‘Gracias a la vida’”.
“Eso también la hace tan difícil de cantar, porque es meterse en esos zapatos -agrega la cantautora. No es tratar de ser ella, porque eso es imposible, pero puedes hacerlo desde la empatía. Tienes que integrar tu experiencia para que sea una interpretación tuya, no una imitación de este quejido doloroso, porque eso sería vacío. Tiene que ser con todo, con cuerpo, con alma, con espíritu”, concluye.
Radio Universidad de Chile
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