En su libro de memorias, “Confieso que he Vivido”, Pablo Neruda cuenta de las peripecias que vivió para arribar a buen puerto ese gran proyecto de salvataje y de solidaridad que fue la contratación y el hacerse a la mar del Winnipeg. El significado que para el poeta y diplomático tuvo la empresa la describe en estas breves y definitivas palabras “Que la crítica borre toda mi poesía, si quiere, pero que no se olvide nunca este poema que hoy recuerdo”.
Se refería a su poema Misión de Amor, del libro Memorial de Isla Negra, dedicado a los 2.365 españoles y españolas que constituyeron el pasaje del Winnipeg. En la poesía de Neruda, ellas y ellos venían “de campos de prisiones, de las arenas negras del Sahara, de ásperos escondrijos donde yacieron hambrientos y desnudos”.
La historia del Winnipeg es a la vez conocida y desconocida. Conocida es su trayectoria y significado de amistad y solidaridad que miles de personas les manifestaron al momento de su arribo. Las crónicas periodísticas de la época nos relatan el viaje que sus ocupantes realizaron desde Valparaíso a Santiago. Ellas nos cuentan de un recibimiento que llenó las estaciones ferroviarias y las avenidas de Santiago. La historia de Chile ha resaltado la importancia de algunos de sus pasajeros, que con el tiempo se hicieron conocidos y conocidas por su trayectoria y aporte a las letras, las artes, las ciencias, las actividades empresariales del país. Mucho más desconocida es la suerte del pasaje de “Labriegos, carpinteros, pescadores, torneros, maquinistas, alfareros, curtidores”. según los identifica Neruda en el poema citado.
A bordo del paquebote lograron dejar atrás las penurias e injusticias que habían vivido en los primeros llamados campos de refugiados y luego de prisioneros en el sur de Francia, después de la derrota que la II República Española había tenido al fin de la Guerra Civil. Con el viaje a Chile seguramente se libraron de ser parte de los miles de internados españoles que fueron enviados al campo de concentración de Maulhausen, en la Austria nazi, de los cuales, según un reciente informe publicado en el Boletín Oficial del Estado de España, 4.427 murieron en dicho y otros campos de exterminio aledaños.
Consecuentemente evitaron ser parte del resultado final del holocausto español. España, que a fines de la década de los 30 tenía una población cercana a los 26 millones de habitantes, mostró la espeluznante cifra de 500.000 civiles y militares muertos.
Su calidad de refugiados la tuvieron junto a otros miles de españoles y españolas que principalmente llegaron a las costas de las Américas. Lo hicieron en tiempos de guerra, tiempos en los cuales el refugio español continuó su peregrinaje años después del terminó de la guerra civil y mundial, en el marco de los más de 50.000 ejecutados ocurridos durante el gobierno franquista.
El Winnipeg no navegó solo con sus preciados pasajeros. Fueron decenas de buques de distintas dimensiones, procedencias y tripulaciones que hicieron cientos de viajes que, a fines de los 30 y durante los 40, enlazaron las costas americanas, principalmente México y EEUU, con las europeas y africanas llevando a casi 450.000 refugiados. Cifra que adquiere especial magnitud si se le observa en el contexto de los más de 4 millones de españoles y españolas que en cientos de veleros y buques emigraron entre los años 1880 y 1930.
Algunos trajeron a mis abuelos y abuelas, a mis tíos y tías a las tierras americanas. Lino González, llegó en 1948 a Punta Arenas. Había combatido y fue encarcelado durante la guerra civil. La persecución franquista y la pobreza lo obligó a refugiarse una vez más en Chile. Regresó en los 60 a España para reencontrarse con sus hijos que casi no conocía.
Paradojalmente la historia se repitió en sentido contrario, lo cual hizo que su sobrina, mi madre y mi padre, junto a refugiados y sus descendientes españoles, tuvieron que huir de las dictaduras militares de Chile, Argentina, Uruguay y Brasil, siendo acogidos como nuevos refugiados por la naciente democracia española de los 70.
Lino nunca pudo saber dónde fueron sepultados tres de sus hermanos abatidos en algún frente de guerra. Son parte de los 115.000 desaparecidos que aún no son ubicados y que diversas organizaciones de familiares y de recuperación de la memoria histórica intentan avanzar en sus búsquedas sin mucho apoyo oficial.
Recordar a los pasajeros del Winnipeg es hacerlo por quienes en la historia eterna de las civilizaciones que, sumidas en sus contradicciones, sus horrores y bajezas, han tenido que navegar aguas desconocidas, destinos inciertos, lejanías eternas y para muchas y muchos, perpetuas.
Sólo en la Europa actual la historia de buques solidarios se repite en nombres como Sea Watch, Alan Kurdi, Open Arms, Ocean Viking o Aquarius. Para evitar que siga ocurriendo es necesario que mujeres y hombres, niños y niñas, que se embarcan en las agitadas aguas de la incertidumbre, el miedo y la desesperación, sean acogidos, como lo fueron los pasajeros del Winnipeg.
La ignominia de las guerras, y las dictaduras sólo puede ser reparada desde la paz y la democracia. Sólo así se podrá construir un mundo donde la palabra refugiado sea sinónimo de una condición pasada, y de un presente donde el refugio sea sinónimo de acogida, protección y justicia.
Carlos Zanzi González
Ex preso político y exiliado, al rescate de la memoria histórica de Chile y España.
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