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Recordando a Andrés Bello, que falleció un 15 de octubre de 1865


A 154 años de la muerte de Andrés Bello, polímata venezolano


Andrés de Jesús María y José Bello López, fue un polímata oriundo de Caracas, Venezuela que levó anclas en su país natal, para servir de impulsor de las artes, el conocimiento y el academicismo por toda América Latina, continente que le debe el progreso humanista y político de su gestión en diversas naciones del territorio americano. teleSUR

Andrés Bello

(Caracas, 1781 - Santiago de Chile, 1865) Filólogo, escritor, jurista y pedagogo venezolano, una de las figuras más importantes del humanismo liberal hispanoamericano. Andrés Bello tuvo el inmenso privilegio de asistir, en sus 84 años de vida, a la desaparición de un mundo y al nacimiento y consolidación de uno nuevo. Conoció las tres últimas décadas de dominación española de América, y sucesivamente el período de emancipación de las colonias españolas en el nuevo continente y la gestación de los nuevos estados nacidos del proceso de Independencia. Que fuera un privilegio lo que no deja de ser una mera coincidencia cronológica se debió a su extraordinaria capacidad para comprender y estudiar desde dentro y para impulsar efectivamente los resortes de la realidad que le tocó vivir.
Gran humanista liberal en la mejor tradición inglesa, ya que en el Reino Unido le tocó formarse filosófica y políticamente, Andrés Bello tuvo el talento de saber trasladar a la esfera práctica su gran erudición en terrenos tan diversos como la filología, la lingüística y la gramática, la pedagogía, la edición, la diplomacia y el derecho internacional. Por añadidura, aportó a las letras hispanoamericanas, en poemas nutridos de lecturas de los clásicos latinos, una incipiente conciencia autóctona. En su vasta erudición, en su talante político y en su sensibilidad literaria se refleja el ideal del clasicismo europeo, perfectamente aunado a la moderna sensibilidad nacional y patriótica de su tiempo.
Biografía
Andrés Bello nació en Caracas, a la sazón sede de la Capitanía General de Venezuela, el 29 de noviembre de 1781. En su ciudad natal residió hasta los 29 años de edad. Sus padres, Bartolomé Bello y Ana Antonia López, no hicieron nada por impedir la voraz pasión por las letras que manifestó desde su niñez. Después de cursar sus primeros estudios en la Academia de Ramón Vanlosten, pudo familiarizarse con el latín en el convento de Las Mercedes, guiado por la amable erudición del padre Cristóbal de Quesada, que le abrió las puertas de los grandes textos latinos.
A los quince años, Bello ya traducía el Libro V de la Eneida de Virgilio. Cuatro años después, el 14 de junio de 1800, se recibía de bachiller en artes por la Real y Pontificia Universidad de Caracas. Y fue en aquel año de 1800 cuando se produjo su primer encuentro con un gran hombre, que abrió ya definitivamente los diques de su curiosidad e interés por la ciencia: Alexander von Humboldt, a quien acompañó en su ascensión a la cima del Pico Oriental de la Silla de Caracas, que entonces se conocía como Silla del cerro de El Ávila.
Bello inició entonces los estudios universitarios de derecho y de medicina. De familia modestamente acomodada, él mismo costeó en parte sus estudios dando clases particulares; junto a otros jóvenes caraqueños, figuró entre sus alumnos el futuro Libertador: Simón Bolívar. Además de estas actividades, a las que sumaba el estudio del francés y el inglés, Bello se sentía atraído sobre todo por las letras, y comenzó a escribir composiciones poéticas y a frecuentar la tertulia literaria de Francisco Javier Ustáriz.
Lección de Bello a Bolívar (detalle
de un cuadro de Tito Salas)


Sus primeros pasos literarios siguieron las huellas del neoclasicismo entonces imperante, y le valieron, en la sociedad caraqueña ilustrada, el apodo de El Cisne del Anauco. Además de traducciones de obras latinas y francesas, compuso en estos primeros años de desempeño literario las odas Al AnaucoA la vacunaA la nave y A la victoria de Bailén, los sonetos A una artista y Mis deseos, la égloga Tirsis habitador del Tajo umbrío y el romance A un samán, así como los dramas Venezuela consolada y España restaurada.
A los veintiún años recibió su primer cargo público: oficial segundo de la secretaría de la Capitanía General de Venezuela, del que fue ascendido en 1807 a comisario de guerra y secretario civil de la Junta de la Vacuna, y en 1810 a oficial primero de la Secretaría de Relaciones Exteriores. En 1806 había llegado a Venezuela la primera imprenta, traída por Mateo Gallagher y James Lamb, muy tardíamente por cierto, si se piensa que la primera instalación de una imprenta en América se remonta a 1539, en la capital de Nueva España, México. En 1808 comenzó a publicarse la Gaceta de Caracas, y Andrés Bello fue designado su primer redactor.
En estos años de intensa actividad oficial comenzó a gestarse su gusto por la historia, la historiografía y la gramática, que quedó tempranamente plasmado en su Resumen de la historia de Venezuela, extraordinario primer brote en el que ya están presentes los principios humanistas rectores de su obra futura; en su traducción del Arte de escribir de Condillac, impresa sin su anuencia en 1824; y sobre todo en uno de sus fundadores estudios gramaticales: el Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana, obra que comenzó a escribir hacia 1810 y que se publicaría en Chile en 1841.
El exilio londinense (1810-1829)
El momento decisivo en la vida y carrera intelectual de Andrés Bello fue la decisión de la Junta Patriótica, a raíz de los acontecimientos del 19 de abril de 1810, de enviar a Londres una misión diplomática con la encomienda de lograr la adhesión del gobierno inglés a la causa de la reciente y frágil declaración de independencia venezolana. El 10 de junio de ese año zarparon en la corbeta inglesa del general Wellington los miembros de la misión designados por la Junta, Simón Bolívar y Luis López Méndez, a quienes escoltaba Andrés Bello en calidad de traductor.
Bello ignoraba que ese viaje que entonces iniciaba lo alejaría para siempre de su ciudad natal, y que la ciudad a la que se dirigía, Londres, sería su residencia permanente durante los próximos diecinueve años. El primer acontecimiento importante de su nueva vida londinense se cifró también en el encuentro con un gran hombre: Francisco de Miranda. Llegados a la capital inglesa el 14 de julio, los tres integrantes de la misión recibieron alojamiento, consejos y ayuda de parte de Miranda, quien a su vez decidió sumarse al proceso independentista viajando a Caracas.
El 10 de octubre, fecha de su salida de Londres, Miranda dejó instalados en su casa de Grafton Street a López Méndez y a Andrés Bello, quien residiría allí hasta 1812. Bello tuvo acceso a la espléndida biblioteca del prócer, que ocupaba todo un piso. Cuando el 5 de julio de 1811 se declaró la Independencia de Venezuela, ambos fueron designados representantes del nuevo gobierno secesionista en la capital inglesa, cargo que perdieron al reconquistar los españoles el poder un año después.
Comenzó entonces para Bello, quien no pudo regresar a Venezuela so pena de ser procesado ante un tribunal militar por traición, un largo período de penurias económicas, que se prolongó durante una década. Tuvo mala suerte en las gestiones que inició para lograr un cargo y un sueldo. Así, en 1815, su solicitud de un puesto al gobierno de Cundinamarca fue interceptada por las tropas de Pablo Morillo y nunca llegó a su destino, y su posterior ofrecimiento de servicios al gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, a pesar de ser aceptada, nunca tuvo efecto, ya que se vio incapacitado para trasladarse a Buenos Aires.
Mientras tanto, fue viviendo de trabajos a destajo: dio clases particulares de francés y español, transcribió los manuscritos de Jeremy Bentham y se desempeñó como institutor de los hijos de William Richard Hamilton, subsecretario de Relaciones Exteriores, puesto que logró gracias a su amistad con José María Blanco White, el gran intelectual sevillano exiliado en el Reino Unido y simpatizante con la causa independentista americana.
Pero éste fue también un período formativo de gran riqueza intelectual para Bello. Se vinculó activamente al círculo de los emigrados españoles, todos liberales y algunos de ellos, como Blanco White, grandes escritores, que hicieron de Londres su refugio durante las dos oleadas absolutistas en España. Por otra parte, en ningún momento dejó Andrés Bello de estudiar y acumular conocimientos. De su numerosa producción ensayística de estos años, se destacan precisamente sus trabajos filológicos, escritos o concebidos e iniciados en Londres, algunos de los cuales adquirirán con el tiempo la condición de clásicos.
Bello compaginó sus investigaciones científicas y críticas, en estos años de estrecheces económicas, con las actividades literarias. Lo mejor de su producción en este campo se cifra en sus composiciones poéticas, sobre todo en sus dos grandes silvas: la Alocución a la poesía, que dio a la imprenta en 1823, y la célebre La agricultura de la zona tórrida, publicada en 1826. Dentro de un molde neoclásico impecable, Bello vertió en ellas, por primera vez en la historia de las letras, grandes temas americanos, desde la exaltación de la gesta independentista hasta el canto a la feracidad de la naturaleza del continente.
Otra faceta notable de la formación que Bello se dio a sí mismo en estos años es la relacionada con el derecho internacional. A los conocimientos que había acumulado como funcionario de la Corona española, pudo agregar en estos años de intenso estudio un conocimiento a fondo de los cambios y desarrollos que se habían ido produciendo en esta área a raíz de las guerras napoleónicas, la Independencia de América y el Congreso de Viena. Bello adoptó la concepción liberal del Estado, propia de los utilitaristas ingleses, cuyo principal teórico, Jeremy Bentham, se convirtió en la fuente de su pensamiento político e institucional.
No menos importante fue el cuarto frente hacia el que Bello dirigió sus estudios y actividades. La ejemplar labor de publicista llevada a cabo por Blanco White en la capital inglesa durante aquellos años sin duda le sirvió de modelo, y después de colaborar en El Censor Americano con artículos en defensa de la causa independentista, participó activamente, junto con Juan García del Río, en la edición de las revistas Biblioteca Americana (1823) y Repertorio Americano (1826-1827), en el marco de las actividades de la Sociedad de Americanos de Londres, que contribuyó a fundar.
En la esfera de su vida privada, también los años de Londres significaron para Andrés Bello la asunción de su plena madurez. En mayo de 1814 contrajo matrimonio con Mary Ann Boyland, de veinte años, con quien tuvo tres hijos y de quien enviudó en 1821. Tres años después de este luctuoso acontecimiento, se casó en segundas nupcias con Elizabeth Antonia Dunn, también de veinte años, quien le acompañó hasta el final de sus días y le dio nada menos que doce hijos, tres de ellos nacidos en la capital inglesa.
Dos años antes de contraer su segundo matrimonio pudo Bello, por fin, volver a desempeñarse en un cargo de responsabilidad oficial, al ser nombrado secretario interino de la legación de Chile en Londres, a cargo de Antonio José de Irisarri. Junto con Irisarri había colaborado con El Censor Americano en 1820, y se había fraguado entre ambos una amistad basada en el mutuo respeto intelectual.
A partir de ese momento Andrés Bello lograría destacados reconocimientos a su labor y nombramientos a cargos de relieve e importancia política: un año antes de ser elegido miembro de número de la Academia Nacional de Bogotá, en 1826, se había encargado de la secretaría de la legación de Colombia en Londres, en la que apenas dos años después ascendió a encargado de negocios, y en 1828 recibió el nombramiento de cónsul general de Colombia en París, poco antes de recibir el encargo, por parte del gobierno colombiano, de la máxima representación diplomática de ese país ante la corte de Portugal. Pero prefirió marchar a Chile con su familia.
Chile, la patria definitiva (1829-1865)
Andrés Bello partió de Londres el 14 de febrero de 1829, a bordo del bergantín inglés Grecian, y holló suelo de la que iba a convertirse en su definitiva patria en Valparaíso, el 25 de junio. Salvo breves estancias en este puerto y en la hacienda de los Carrera, en San Miguel del Monte, vivió hasta su muerte en la capital chilena, Santiago. El desempeño de Bello en este país traza el arco ascendente de una de las carreras públicas e institucionales más brillantes que pudiera concebir un americano de su tiempo.
Inmediatamente, al llegar fue nombrado oficial mayor del ministerio de Hacienda. Al año siguiente inició la publicación de El Araucano, órgano del que fue redactor hasta 1853, y se encargó como rector del Colegio de Santiago. Pero la pasión pedagógica de Bello, iniciada en su adolescencia caraqueña, lo llevó a dar clases privadas, en su propio domicilio, a partir de 1831. Han llegado hasta nosotros los textos de sus cursos, dedicados al estudio del derecho romano y a la ordenación constitucional. Bello siempre estuvo convencido de que la instrucción y el cultivo espiritual son la base del bienestar del individuo y del progreso de la sociedad, razón por la cual nunca dejó de fomentar el estudio de las letras y de las ciencias; propuso la apertura de Escuelas Normales de Preceptores y la creación de Cursos Dominicales para los trabajadores.
También dio un fuerte impulso al teatro chileno con sus comentarios críticos a las representaciones y sus sugerencias a los actores en El Araucano. En este sentido, comparte con José Joaquín de Mora el mérito de ser el creador de la crítica teatral. Tradujo el drama Teresa, de Alejandro Dumas, e inculcó en sus discípulos el gusto por la adaptación de obras extranjeras. Su conocimiento del teatro griego y el latino, el análisis de las obras de Plauto y Terencio y la lectura de Lope de Vega y Calderón de la Barca le dieron la solidez suficiente para opinar sobre el asunto.
Otro nombramiento, el de miembro de la Junta de Educación, precede su admisión por el Congreso chileno a la plena ciudadanía, el 15 de octubre de 1832. Dos años después se desempeñaba como oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, función que asumió hasta 1852, y en 1837 era elegido senador de la República, cargo que conservó hasta su muerte. En los últimos años de su vida, sus vastos conocimientos en materia de relaciones internacionales le valieron ser elegido para arbitrar los diferendos entre Ecuador y Estados Unidos (1864) y entre Colombia y Perú (1865), honor este último que se vio obligado a declinar por motivos de salud, hallándose ya gravemente enfermo.
Andrés Bello (detalle de un retrato
de Raymond de Monvoisin, 1844)
El generoso reconocimiento que los chilenos le tributaron a Bello durante los treinta y seis últimos años de su vida lo colmó de satisfacciones. Pero entre todas ellas, cabe suponer que no las que pudieran derivar del poder político, sino otras, fueran las más estimadas para un hombre animado por un proyecto civilizador como el suyo, que puede resumirse en las palabras que utilizó Arturo Uslar Pietri para aquilatarlo: "Un empeño tenaz de reunir ciencia y conocimiento para decirle a los pueblos hispanoamericanos de dónde venían, con cuáles recursos contaban y el panorama del mundo en que les tocaba afirmarse y actuar".
A diferencia de tantos de sus más ilustres contemporáneos americanos, Andrés Bello no fue un hombre que ambicionara acumular honores y poder, y en cambio veía en el avance de la educación y las luces de las jóvenes repúblicas americanas, así como en la consolidación de las instituciones reguladoras de su recién conquistada libertad, el mejor servicio que podía rendirle a América. También Uslar Pietri lo dijo a su manera: "En su bufete de Chile, en su cátedra, en su poesía, en su prosa, en su palabra, estaba haciendo una América, una Venezuela, un Chile, un México más perdurables y grandes que los demagogos y los guerrilleros pretendían alcanzar en la dolorosa algarabía de sus revueltas y asaltos".
Por eso la hora que vivió como la coronación de los largos años de esfuerzos de su exilio londinense fue la que le trajo la inauguración de la Universidad de Chile, en 1843, cuyos estatutos él mismo había redactado un año antes y cuyo rectorado asumió gozoso, siendo reelegido mientras vivió. El discurso pronunciado por Andrés Bello en aquella oportunidad ofrece un compendio de sus concepciones pedagógicas y una guía para la orientación de los estudios superiores.
Del mismo modo, la publicación de sus inmensos estudios gramaticales sobre la lengua castellana iniciados en Reino Unido debieron de ser una ocasión de júbilo, que tuvo su punto álgido con la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, publicada en Chile en abril de 1847. Llegado a este punto de su carrera, Bello siguió investigando, escribiendo y publicando obras de gran interés científico y práctico: Principios de derecho de gentes (1832) es la primera obra que publica en Chile, y que después retomará, ampliará y transformará, en 1844, en un ya clásico Principios de derecho internacional.

Siguieron a esta obra los Principios de ortología y métrica, en 1835; en 1841, el poema El incendio de la Compañía, considerado en Chile como la primera manifestación local del romanticismo; una Gramática latina, en 1846; una Cosmografía, en 1848; una Historia de la literatura, en 1850, y en 1852, veintidós años después de haber iniciado su redacción en compañía de Juan Egaña, la culminación de la que es sin duda su obra más titánica, verdadero resumen de su concepción del estado liberal, cuya implantación propugnaba en toda América: el Código Civil de la República de Chile, que el Congreso chileno aprobó en 1855.
A estos textos hay que agregar una Filosofía del entendimiento, publicada póstumamente en 1881. En su lecho de agonía, encendido en fiebre, Bello musitaba palabras incomprensibles. Los que se inclinaban a recogerlas pudieron descifrar algunas: en su última hora, recitaba en latín los versos del encuentro de Dido y Eneas, de la Eneida.
Obras de Andrés Bello
En la primera mitad del siglo XIX, cuando el período colonial va camino de su definitivo eclipse, surgen tres figuras imprescindibles en la historia de la formación de la nacionalidad venezolana: Simón Rodríguez, Andrés Bello y Simón Bolívar. Si bien es cierto que este último, además de notable escritor, fue el principal responsable de la independencia política del país, los dos primeros lo fueron de su independencia espiritual. La figura de Andrés Bello resulta menos "familiar" que la de Simón Rodríguez, y esta distancia quizás se deba a esa suerte de nicho donde lo ha colocado la cultura oficial venezolana. Sin embargo, es imposible restarle méritos a la obra de este insigne humanista.
Excelente poeta, filólogo ilustre, erudito estimable, diplomático discreto, político ponderado y pensador singular, Andrés Bello representó la aspiración a la independencia cultural de Hispanoamérica y fue un polígrafo incansable: sus obras completas abarcan veinte tomos. Ya se ha reseñado la extraordinaria labor cívica que desempeñó en Chile, donde residió desde 1829 hasta su muerte: entre otras cosas, redactó el Código Civil de esta nación y fundó la Universidad de Santiago.
En esta ciudad publicó su importante Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1847), un trabajo sobre el que giraron las más importantes polémicas sobre el castellano de América a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Otra de sus piezas brillantes, digna de una atenta relectura, es su discurso de apertura de la Universidad de Chile. En cuanto al estilo, es uno de los momentos más altos de su prosa y, además, demuestra que ninguna rama del conocimiento era ajena a su saber.
Obras poéticas
Como poeta, la valoración actual de su obra le otorga una importancia más documental que literaria. Andrés Bello poseía una extensa erudición poética, amén de un minucioso conocimiento del oficio, pero carecía del don creador. En el fondo (y a pesar de que, como dice Mariano Picón Salas, fue romántico a ratos), Bello nunca pudo salir del molde del neoclasicismo en el que se había formado, y es antes un diestro versificador que un verdadero poeta. Su extensa e inacabada Silva a la agricultura de la zona tórrida (fruto de su estancia en Londres entre 1810 y 1829) es una palpable muestra de pasión americanista.
Un modo natural de clasificar los poemas de Andrés Bello es separar las poesías originales de las traducciones o imitaciones. Así, en un grupo encontramos poemas de imitación, traducidos o versionados, como Los DjinnsLa tristeza de OlimpioOración para todosMoisés salvado de las aguas y Fantasmas, bajo la influencia de Víctor Hugo. Se le debe asimismo una traducción en verso del Orlando enamorado. Como filólogo, Andrés Bello se aplicó al remozamiento del Poema del Cid, trabajo que dejó inconcluso. Comenzada en 1823, su versión del Poema del Cid o Gesta de mío Cid constituye una obra maestra de erudición y buen gusto, siendo quizás la que más ha contribuido a difundir su nombre.
La parte original de su producción la constituyen piezas como Al campo y El proscritoAl campo es una especie de égloga. En El proscrito, Bello mezcla el humor con la poesía: el caballero Azagra, descendiente de guerreros, anda aquí en gresca, como un nuevo Sócrates, con una moderna Xantipa. Sus dos poemas más importantes son Alocución a la Poesía (1823) y Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826). Ambos fueron publicados en las revistas londinenses que editaba Bello: la Biblioteca Americana y el Repertorio Americano, respectivamente.
Alocución a la Poesía (1823) viene a ser, con sus dos silvas, la obra más sobresaliente de Andrés Bello. En la primera silva, el autor invita a la Poesía a abandonar Europa por el prodigioso mundo descubierto por Colón, y el poeta alaba las grandiosas bellezas de la naturaleza americana. Después, Bello celebra las hazañas bélicas de la guerra de la independencia. En la Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826) exhorta a los americanos a la paz, aconsejándoles trocar las armas por los útiles del labrador. Un estilo rico, de gran colorido, caracteriza en general toda su producción.
Obras filológicas
Pero quizás la de filólogo haya quedado como la faceta más perdurable de la personalidad de Bello. Ya se ha aludido a su reconstrucción del Poema del Cid; es preciso reseñar ahora su obra Principios de ortología y métrica de la lengua castellana, publicada en Santiago de Chile en 1835. La primera parte, la ortología, en la que analiza las bases prosódicas del español y los vicios habituales de pronunciación, especialmente los de Hispanoamérica, se considera hoy envejecida ante los modernos estudios de fonética, que han renovado totalmente esta disciplina.
Pero la métrica, que es la obra de un erudito y de un poeta, sigue teniendo plena actualidad. Frente a Hermosilla y Sicilia, que representaban el criterio neoclásico que quería a todo trance ver en el verso castellano la sucesión de sílabas largas y breves (es decir, un remedo de los pies griegos y latinos), Andrés Bello planteó los verdaderos fundamentos del verso castellano: "Después de haber leído con atención -dice- no poco de lo que se ha escrito sobre esta materia, me decidí por la opinión que me pareció tener más claramente a su favor el testimonio del oído".
Bello se basó en el oído y, también, en la práctica de los buenos poetas. Y así como deslatinizó la gramática castellana para analizar el verdadero sistema gramatical de su lengua, desterró de la métrica castellana (como señaló Pedro Henríquez Ureña) el fantasma de la cantidad silábica que había dominado todo el siglo XVIII. Los estudios de Bello pusieron el verso castellano sobre sus bases silábicas y acentuales.
La Real Academia Española, que había nombrado a Bello miembro honorario en 1851, aceptó sus principios en acuerdo del 27 de junio de 1852 y le pidió permiso para adoptar su obra, reservándose el derecho de anotarla y corregirla. De mayor importancia es aún su Gramática de la lengua castellana (1847), obra renovadora, de sencillez revolucionaria, impregnada del buen sentido y de la intuición genial que caracterizó la vida y la obra de aquel hombre sencillo e ilustre.
Obras filosóficas y jurídicas
La Filosofía del entendimiento fue publicada póstumamente como primero de los quince tomos de las Obras completas de don Andrés Bello, edición patrocinada por Chile que vio la luz a partir de 1881. Por las partes de esta obra aparecidas a partir de 1843 en la revista El Araucano, consta que Bello estaba en posesión de sus ideas básicas sobre filosofía desde esa época. Pensada como libro de texto, pero elaborada de forma innovadora, tiene como objeto de investigación un campo mucho más amplio que el mero entendimiento humano, puesto que en él incluye hasta la metafísica.
De primera formación escotista, con tendencias a la ciencia fisicomatemática, que predominaba cuando Bello estudió en Caracas (1797), y de matiz sensista, a lo Condillac, tendencia entonces dominante aun entre los religiosos, Bello acentuó cada vez más sus preferencias por el idealismo estilo Berkeley, impregnado de un espiritualismo muy a lo Cousin. De la formación inicial en las ideas de Escoto guardó, aparte de la separación reverente de fe y razón, la afición y cultivo de la gramática lógica pura y de la lógica matemática, que se hallan en la segunda parte de Filosofía del Entendimiento y que son cronológicamente independientes de los ensayos primeros en lógica matemática de George Boole. La obra mereció grandes elogios de Marcelino Menéndez Pelayo, quien en 1911 la juzgaría "la más importante que en su género posee la literatura americana".
En el plano jurídico, los Principios de derecho de gentes (1832) de Andrés Bello ilustran su condición de jurista preparado y capaz, de reputado político e internacionalista que desempeña importantes cargos públicos en Chile y cuyos servicios son solicitados por los Estados Unidos para un arbitraje en cuestión de límites, y también por Perú y Colombia. Más influyente sería aún su labor como redactor del Código Civil chileno de 1852, cuerpo jurídico promulgado en 1855 que reglamenta las relaciones de la vida privada entre las personas. En vigencia desde 1857, fue un código modelo para diferentes naciones sudamericanas, y no necesitó de una primeras reformas hasta 1884.
En 1840, 1841 y 1845 se habían nombrado comisiones encargadas de redactar un proyecto de Código Civil, pero indefectiblemente habían terminado sucumbiendo ante la magnitud de la empresa y disolviéndose sin lograr resultado alguno. Andrés Bello, miembro de la última, prosiguió por sí solo dicho trabajo, hasta que, concluido, pudo presentarlo en 1852 al gobierno, el cual ordenó su impresión y nombró una comisión revisora presidida por el propio presidente, Manuel Montt. Cumplida esta tarea, el proyecto fue enviado para su aprobación al Congreso Nacional. El 14 de diciembre de 1855 se promulgaba como ley de la República para comenzar a regir el 1 de enero de 1857.
El nuevo código armonizó sabiamente el antiguo derecho de Roma y de España con los nuevos principios de la Revolución Francesa recogidos en el Código Napoleónico. A diferencia de las excentricidades que cometían algunos gobiernos de la región, como el de Andrés Santa Cruz, que en su tiempo había dispuesto la traducción y promulgación del Código Napoleónico para Bolivia, Andrés Bello supo adaptar a la realidad cultural americana la tradición jurídica europea. Por esta razón fue adoptado como propio por otros gobiernos americanos, y en Chile se encuentra aún vigente, aunque, obviamente, con cambios significativos.
Biografías y Vidas

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