Aunque intuitivamente se conocen bien los efectos de la vejez, falta mucho para comprender bien en qué consiste su biología CHASTAGNER THIERRY
El estudio en modelos animales ha ayudado a comprender algunos mecanismos del envejecimiento y a crear fármacos que aún están por probar en humanos
El envejecimiento es el principal riesgo de sufrir multitud enfermedades, pero la causalidad no se ha probado
Hace ochenta años, en 1939, un equipo de la Universidad Cornell (EE UU) liderado por Clive McCay consiguió prolongar la vida de ratas reduciendo las calorías de su dieta. Además, observó que aquellos animales también sufrían menos enfermedades relacionadas con el envejecimiento. Estos hallazgos, que se han ido replicando en distintas especies de animales durante las décadas posteriores, son el primer indicio de que el proceso de envejecimiento no es algo inmutable. Las ratas de Cornell llegaron a vivir un 33% más gracias a una alimentación restringida que mantenía los nutrientes necesarios y sirvieron de ejemplo para los científicos que después trataron de averiguar si prolongar nuestra vida es un sueño descabellado.
Años más tarde, estudios con gusanos Caenorhabditis elegans mostraron que la modificación de un solo gen, el age-1, podía incrementar la duración de la vida de los mutantes entre un 40 y un 60%, y el trabajo con moscas o roedores ha ayudado a identificar moléculas o manipulaciones genéticas que pueden hacer variar la longevidad de estos animales. Pero trasladar esos progresos a nuestra especie es otra historia.
Casi un siglo después de los experimentos con ratas de McCay y los suyos, el Insituto Nacional sobre el Envejecimiento de EE UU advierte que, aunque algunos estudios indican que la restricción calórica puede tener beneficios para la salud en humanos, no existen datos que demuestren su vínculo con la longevidad. Algunas medidas para prolongar nuestra vida parecen prometedores, pero nada es concluyente. No obstante, una revisión reciente sobre los estudios en torno al incremento de la longevidad y de los años de vida saludables publicado en Naturesugiere que hay indicios de que los primeros éxitos pueden estar cerca.
En el trabajo, firmado por Eric Verdin y otros líderes del Instituto Buck para la Investigación del Envejecimiento en Novato, California, se recuerdan los esfuerzos para comprender qué es el envejecimiento y por qué afecta tanto a nuestra salud. Pese a los avances, el misterio de lo que nos sucede con el paso de los años continúa presente en las dificultades para identificar el envejecimiento como la causa de las enfermedades que se agravan con la edad. “El uso de la palabra ‘causa’ sigue siendo controvertido porque, aunque el envejecimiento es el mayor factor de riesgo de una multitud de enfermedades relacionadas con la edad, la causalidad no se ha probado”, escriben los científicos del Buck.
En un artículo publicado en la revista JAMA en 2018, Tamara Tchkonia y James Kirkland, de la Clínica Mayo de Minnesota (EE UU), identificaba de un modo amplio cuatro procesos relacionados con el envejecimiento: la inflamación crónica, la disfunción celular, cambios en las células madre que pierden su capacidad para regenerar los tejidos y la acumulación de células envejecidas en los tejidos que está relacionada con las enfermedades.
Según cuenta Verdin, en los primeros años de estudios sobre el envejecimiento, los investigadores hicieron dos descubrimientos que pueden ser útiles para combatirlo. Por un lado, el número de genes que pueden manipularse para ampliar la vida de un organismo son muchos más de los que se pensaban, “algo que sugiere que la plasticidad del proceso de envejecimiento es mucho mayor de lo esperado”. En segundo lugar, los genes que controlan el envejecimiento están bien conservados en organismos tan diferentes como las levaduras, los gusanos, las moscas de la fruta y los humanos. Esto hace que, en principio, las estrategias que se utilizan en organismos modelo como C. elegans o Drosophila y que han tenido éxito prolongando sus vidas puedan tenerlo también a largo plazo en humanos.
Entre las sustancias que pueden ser útiles para prolongar la vida en algún momento, Verdin y sus colegas señalan algunas cuyo potencial se conoce desde hace tiempo, pero que están empezando a acercarse a los ensayos clínicos con humanos. La rapamicina, que ha logrado prolongar la vida de ratones de laboratorio en un 38% y puede mejorar el funcionamiento de las células madre en personas mayores, es uno de los fármacos identificados por el programa ITP del Instituto Nacional para el Envejecimiento de EE UU con posibilidades para alargar la vida en modelos animales. Un ensayo clínico ya ha probado sus efectos en función cardiaca, cognición, cáncer y esperanza de vida en perros domésticos como modelo animal previo a su aplicación en humanos.
La metformina es otra de las drogas que despiertan interés desde hace años. Prescrita contra la diabetes, se ha observado que actúa sobre varios mecanismos relacionados con el envejecimiento. En pacientes diabéticos, mejora la salud cardiovascular y retrasa la muerte y en gusanos y ratones ha logrado extensiones vitales del 57 y el 6% respectivamente. Sin embargo, realizar estudios para ver cómo funciona con humanos sanos no es sencillo. Nir Barzilai, director del Instituto para la Investigación del Envejecimiento de la Escuela Médica Albert Einstein de Nueva York, ha diseñado un estudio, el TAME, para tratar el envejecimiento con metformina, pero aún hay dudas sobre si logrará la financiación adecuada para impulsarlo con posibilidades de éxito.
Los autores de la revisión de Nature recuerdan en cualquier caso que los análisis de tratamientos contra el envejecimiento deberían medir sus efectos sobre factores relacionados con el paso de la edad y no solo sobre dolencias concretas. La fragilidad, la demencia o la combinación de enfermedades de la vejez podrían ser una medida que añadir a otros rasgos como la fuerza de agarre, la velocidad a la que se camina o la resistencia a infecciones. En este sentido, aún quedan por desarrollar biomarcadores, como algunas marcas epigenéticas, que sirvan para medir el envejecimiento y los tratamientos para detenerlo, de un modo objetivo. Además, los científicos saben que, aunque se desarrollase un tratamiento con cierta eficacia para un grupo de personas, podría ser inútil o incluso nocivo para otro.
Para quienes vean pocas concreciones en el resumen de avances contra el envejecimiento de Verdin y sus compañeros, estos científicos ofrecen un consejo y una duda. Ante la falta aún de tratamientos para ralentizar el efecto del tiempo en humanos, los autores señalan al ejercicio como la única intervención de eficacia comprobada contra las enfermedades asociadas a la vejez. “Sus beneficios se pueden ver incluso con una práctica modesta”, aseguran. Sobre la dieta, aunque aseguran que es una de las principales influencias sobre la salud y el envejecimiento, consideran que es “muy difícil llevar a cabo estudios rigurosos a largo plazo para comparar los efectos de distintas dietas sobre la esperanza de vida y el tiempo que se vive con salud”. “Sin comparaciones directas de este tipo, ninguna dieta específica puede afirmar que es superior a otra”, concluyen.
El País
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