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La ceremonia del adiós

ENTREVISTA A LA REALIZADORA MARIA MEIRA


A trato fugaz -el que puede dar una charla de una hora en un bar-, María Meira parece delicada y serena. ¿Será casual que los dos artistas que mencionó durante la entrevista sean japoneses? Al margen de la literatura de Yasunari Kawabata y del cine de Yasujiro Ozu, digamos que Retiro, documental de Meira que hoy a las 18 se estrena en el Malba, tiene el tono de su directora: discretamente sensible. El centro es su abuelo de 94 años -los últimos días de su abuelo de 94 años-, observado por una cámara detallista que se asoma desde la puerta de su habitación, en silenciosa despedida.


El título alude no sólo al lento alejamiento de la vida sino al barrio. "Mi abuelo, el hombre que me transmitió la pasión por el cine, vivía en un edificio de muchos pisos en Retiro; con Kela, la mujer que lo cuidaba, y un perro. Mi tía, que vivía en el mismo edificio, iba a visitarlo a diario. Así se armó una arquitectura, un ritual de cuidado y acompañamiento. El estaba lúcido; no estaba enfermo: simplemente se iba apagando, sin perder su espíritu mandón, obsesivo, ni su humor. Empecé a grabar sin intervenir en esa cotidianidad. Al principio no tenía una premisa clara".


Aunque hizo entrevistas, incluso con su abuelo, Meira decidió, finalmente, limitarse a captar las ceremonias de la vejez, esa suerte de regreso a la primera infancia: sin nombres, sin historias, sin particularidades ni pasado, haciendo universal lo íntimo. "Mi abuelo funciona más como un arquetipo que como un personaje", explica. Además, dividió la película en episodios, a través de separadores con planos del cableado de Retiro y del río, acompañados por música. "Lo tomé del cine de Ozu: le da respiración a la narración. Y, en este caso, saca al espectador del encierro de la habitación. La música la hizo un primo mío: la melodía es una especie de canción de cuna, cuyas variaciones transmiten distintos estados de ánimo".


Más allá de que Retiro tiene una mirada reposada, el rodaje provocó vaivenes existenciales en la directora (coguionista de Tan de repente, de Diego Lerman). "La película me ayudó a pensar en mi vejez. A los 31 años, no me disgusta descubrir las primeras canas y arruguitas. Tal vez ser joven no es tan importante; ni envejecer, tan grave. Noté que la vejez extrema, cuando no se está padeciendo, es un momento de muchos recuerdos. Una etapa cargada de imágenes, sonidos, sensibilidad. En un momento, mientras le cortan el pelo, mi abuelo dice: Siento más que a los 30. Creo que eso es rigurosamente cierto en todos los sentidos".


Clarin.com

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