Por: José Serrano G. Correo:
Crisis, según el vocablo griego es decisión. En el transcurrir de la vida humana, es posible distinguir, entre otras, las crisis del nacimiento, la del ingreso a la escolaridad, la de la adolescencia, de la mediana edad y la vejez.
No es exagerado afirmar que el individuo se pasa la vida de crisis en crisis, las que tienen relación con la edad serían como el telón de fondo, mientras que las otras serían como las figuras que se proyectan.
Escribimos estas líneas cuando faltan muy pocos días para que comience el nuevo año. Pero la vida es inseguridad, hasta tal punto, que vemos esa posibilidad de alcanzar al nuevo año como dudoso, de problemático cumplimiento. Pero esta situación tiene un reverso, que se condensa en ese hermoso término que quedó en el fondo de la caja de Pandora: La ESPERANZA. Esta virtud pertenece intrínsecamente a la vida humana, el futuro es su horizonte inevitable, a cualquier edad y en cualquier circunstancia.
Haciendo abstracción de los males que afectan a todos los individuos, el tiempo transcurre inexorable y se llega a una edad que es la última, la que se solía llamar con la noble palabra "vejez", sin eufemismos. De esa no se pasa, y a veces, hacemos recapitulación de lo pasado.
Cuando se llega a la vejez se conoce en su conjunto la estructura de la vida, que antes se había visto en fragmentos y su totalidad solamente se conocía de oídos, sólo anticipada por la ficción, que nos permitía poseer un mapa abreviado de la vida en su integridad.
La vejez, si no está afectada por la decadencia, permite la posesión de la propia vida, tomarla en peso, examinarla, descubrir su argumento, darse cuenta de la suerte que han corrido sus múltiples trayectorias. Hace posible también volverse sobre esa vida, pedirle cuentas, reconocerla como enteramente propia o revisarla y acaso rechazarla en su totalidad o en porciones. Sin que desgraciadamente nos sirva la posibilidad del arrepentimiento, que en todo caso es inútil. Sin embargo tenemos una verdadera toma de posesión, en la que el hombre, en algún sentido se siente "dueño de su vida". ¿Por qué? Porque la contempla y la tiene en su mano e, ilusoriamente, cree que puede reobrar sobre ella.
Pero hay una pregunta: ¿desde dónde? Sin duda desde el futuro, por breve que pueda ser; desde el nuevo proyecto que la vida del viejo consiste. Lo mismo que la libertad acompaña al hombre mientras vive, ya que tiene que decidir cómo va a tomar lo que espera, incluso la muerte inminente e inevitable, la proyección en su condición insoslayable, de la que no se puede desprender.
El tiempo Ecuador
Crisis, según el vocablo griego es decisión. En el transcurrir de la vida humana, es posible distinguir, entre otras, las crisis del nacimiento, la del ingreso a la escolaridad, la de la adolescencia, de la mediana edad y la vejez.
No es exagerado afirmar que el individuo se pasa la vida de crisis en crisis, las que tienen relación con la edad serían como el telón de fondo, mientras que las otras serían como las figuras que se proyectan.
Escribimos estas líneas cuando faltan muy pocos días para que comience el nuevo año. Pero la vida es inseguridad, hasta tal punto, que vemos esa posibilidad de alcanzar al nuevo año como dudoso, de problemático cumplimiento. Pero esta situación tiene un reverso, que se condensa en ese hermoso término que quedó en el fondo de la caja de Pandora: La ESPERANZA. Esta virtud pertenece intrínsecamente a la vida humana, el futuro es su horizonte inevitable, a cualquier edad y en cualquier circunstancia.
Haciendo abstracción de los males que afectan a todos los individuos, el tiempo transcurre inexorable y se llega a una edad que es la última, la que se solía llamar con la noble palabra "vejez", sin eufemismos. De esa no se pasa, y a veces, hacemos recapitulación de lo pasado.
Cuando se llega a la vejez se conoce en su conjunto la estructura de la vida, que antes se había visto en fragmentos y su totalidad solamente se conocía de oídos, sólo anticipada por la ficción, que nos permitía poseer un mapa abreviado de la vida en su integridad.
La vejez, si no está afectada por la decadencia, permite la posesión de la propia vida, tomarla en peso, examinarla, descubrir su argumento, darse cuenta de la suerte que han corrido sus múltiples trayectorias. Hace posible también volverse sobre esa vida, pedirle cuentas, reconocerla como enteramente propia o revisarla y acaso rechazarla en su totalidad o en porciones. Sin que desgraciadamente nos sirva la posibilidad del arrepentimiento, que en todo caso es inútil. Sin embargo tenemos una verdadera toma de posesión, en la que el hombre, en algún sentido se siente "dueño de su vida". ¿Por qué? Porque la contempla y la tiene en su mano e, ilusoriamente, cree que puede reobrar sobre ella.
Pero hay una pregunta: ¿desde dónde? Sin duda desde el futuro, por breve que pueda ser; desde el nuevo proyecto que la vida del viejo consiste. Lo mismo que la libertad acompaña al hombre mientras vive, ya que tiene que decidir cómo va a tomar lo que espera, incluso la muerte inminente e inevitable, la proyección en su condición insoslayable, de la que no se puede desprender.
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