Digno y testarudo, jamás pidió una retribución por ser el artífice de aquella música que colocó a Brasil en la primera división del mundo
Tendemos a caracterizar los años sesenta como la década de los Beatles. Sin embargo, se suele olvidar que también fue el periodo en que una sinuosa música brasileña sedujo al mundo entero. Funcionaba por diferentes circuitos y generalmente tenía otro público pero la bossa novatambién revolucionó el planeta. Y al frente estaba Joâo Gilberto.
Contó con cómplices de primer nivel, como el compositor Antonio Carlos Jobim o el poeta Vinicius de Moraes, pero ellos mismos reconocían que aquel chaval huraño de Bahía había domesticado el alborotado samba con la batida de su guitarra, su concepto armónico y su sigilosa manera de cantar. Mínimos recursos que encajaban mágicamente con la pobreza de los sistemas de amplificación y las técnicas de grabación en el Brasil de finales de los 50. Fue un deslumbramiento compartido por sus compañeros de generación y amplificado por los jazzmen estadounidenses que visitaban Rio de Janeiro o escuchaban sus discos.
Y llegó la Garota de Ipanema, grabada en 1963 en Nueva York con el saxofonista Stan Getz. El productor, Creed Taylor, editó la interpretación en una versión recortada que daba protagonismo a la esposa de Joâo, Astrud Gilberto. Un éxito monumental que despertó los recelos de Joâo: esos gringos no sabían distinguir entre una aficionada y una profesional. La relación personal ya no funcionaba: en 1965, se casaba con la cantante Miúcha, hermana de Chico Buarque.
La vida familiar de Joâo fue tormentosa. En realidad, todo lo que le rodeaba estuvo rodeado de sospechas y equívocos. Aunque detestaba a Stan Getz, volvieron a grabar juntos e hicieron música bellísima. Durante una estancia en México, registró boleros y lo que parecía una concesión resultó un acto de amor. Pero se cimentó una imagen perversa de Gilberto: parecía que prefería trabajar fuera de Brasil, aunque él insistía en explicar que en el extranjero le valoraban más y en su país no se cumplían sus exigencias de sonido.
Volvió finalmente a Rio en 1979 y lanzó Brasil, un disco a capricho hecho con discípulos como Caetano Veloso, Maria Bethânia y Gilberto Gil. Fue quizás su última declaración estética, antes de transformarse en un ermitaño que actuaba poco y grababa menos. Con todo, su sentido de la justicia le llevó a querellarse contra EMI, la compañía que publicó sus primeros discos (y ganó el juicio). En los últimos tiempos, se rumoreaba que estaba arruinado y enfrentado con sus hijos. Digno y testarudo, jamás pidió una retribuición por ser el artífice de aquella música que colocó a Brasil en la primera división del mundo.
El País
Joao Gilberto & Stan Getz - Full Album (1963)
Stan Getz y João Gilberto: grabación inédita
Se publica en disco el concierto que dieron hace 40 años en un club de jazz de San Francisco
Cuentan que, durante la grabación del disco Getz/Gilberto en Nueva York, Stan Getz y João Gilberto no se llevaron especialmente bien. Según Ruy Castro, João llamó “gringo idiota” a Getz, aunque la cosa no pasó a mayores porque Jobim, que ejercía de intérprete entre ambos, tradujo la frase del portugués al inglés por “Stan, dice João que su sueño era grabar contigo”. Eso sucedía en marzo de 1963. En julio del 64, cuando el sello Verve se decidió por fin a editarlo, el LP, arrastrado por el sencillo La chica de Ipanema y la voz en inglés de Astrud Gilberto, se convirtió en el primer disco de jazz en ganar el Grammy al mejor disco del año, propagando definitivamente la bossa nova por el mundo. Getz/Gilberto llegó incluso a desplazar A hard day's night de los Beatles del número uno de la lista de Billboard.
En 1975, estadounidense y brasileño se reunirían de nuevo para grabar The best of two worlds con Miúcha, la mamá de Bebel Gilberto. Dice Todd Barkan en Down Beat que se tenían un tremendo respeto, pero que su relación era muy complicada. Si el alcohol y la heroína no ayudaban al carácter irascible y el temperamento impaciente del saxofonista, la peculiar personalidad del cantante y guitarrista forma ya parte de la mitología musical.
Cuarenta años hace de su actuación en el Keystone Corner. En el club de San Francisco, por el que pasaron prácticamente todos los grandes del jazz de la década de setenta, cabían unas doscientas personas. Y como siempre que Stan Getz se presentaba allí, se agotaron las entradas para todos los pases del 11 al 16 de mayo. Las cintas con el preciado tesoro, que publica en el CD Getz/Gilberto 76Resonance Records -Distrijazz lo distribuye en España-, las guardaba en una caja sellada Todd Barkan, dueño y programador del Keystone Corner desde 1972 hasta su cierre en 1983. Barkan había conocido a João Gilberto en Shadowbrook, la mansión de 36 habitaciones que Stan Getz compró en Irvington, estado de Nueva York, gracias al dinero ganado con el disco Getz/Gilberto y recuerda que, en la madrugada de un lluvioso día de Año Nuevo, “el duende que asusta” –así llamaban él y Getz a João- se dirigió silenciosamente a la cocina y estuvo tocando y cantando una y otra vez É preciso perdoar.
En aquella semana de mayo de 1976, el cuarteto de Stan Getz, que aseguraba no haberse sentido nunca tan libre, tuvo a João Gilberto como invitado especial. Primero salía el cuarteto –con Getz, la pianista Joanne Brackeen, el contrabajista Clint Houston y el baterista Billy Hart-, mientras João esperaba pacientemente entre bastidores. Getz y Gilberto solo volverían a juntarse otra vez, en julio de 1978, en el Festival de Jazz de Newport. De aquellos días en el Keystone Corner es también Moments in time, solo con el cuarteto. Un valioso legado de dos gigantes: Stan Getz, que se fue hace 25 años, y João Gilberto, que cumplirá 85 en junio.
Carlos Galilea
13 de abril de 2016
El País
13 de abril de 2016
El País
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