+ LIBROS ESCRITOS POR PATRICIO MANNS (3): EL LENTO SILBIDO DE LOS SABLES, ACTAS DEL ALTO BIO BIO Y HEMOS HECHO LO QUE HEMOS QUERIDO Y HEMOS QUERIDO LO HECHO + PRIMER CAPÍTULO DEL ÚLTIMO LIBRO
El lento silbido de los sables es una rigurosa mezcla de historia y ficción. Patricio Manns desnuda en esta nueva novela histórica dos temas particulares: el choque de culturas inserto en una guerra bestial y las relaciones inevitablemente envenenadas que esta guerra conocida como «Pacificación de la Araucanía» promueve entre las partes en conflicto. Las páginas oscuras de esta epopeya saltan a la luz y penetran en las razones del sempiterno conflicto mapuche, que cada cierto tiempo pone en jaque al Estado chileno. Cinco presidentes encabezaron el genocidio de Arauco dando una guerra sin cuartel y con gran superioridad numérica y técnica, a las razas desarmadas que vivían entre el río Bío Bío y el Canal de Chacao, territorio que los reyes de España configuraron como la Nación Mapuche, anexada por Chile tras una guerra de cuarenta años. Aquí afloran muchas de las interrogantes que hasta hoy se plantean y las respuestas las dan los propios acontecimientos, apoyados en un potente material bibliográfico. Novela necesaria, con personajes embrujadores, como Rayen y su hija Luz de Luna y del contradictorio oficial chileno, Orozimbo Baeza, que fue a la vez padre y amante de su hija araucana. Esta novela bicentenario, representa una nueva manera de ver los sucesos que han configurado a la nación chilena y es ineludible aliciente reflexivo para juzgar los hechos de la antigua Frontera, en los inciertos días que corren.
Catalonia
Una novela que parte del diálogo entre un narrador que interroga y Angol Mamalcahuello de 80 años que contesta como "sobreviviente" de la epopeya trágica de los indios mapuches del Alto del Bío-Bío en 1934
Hemos hecho lo querido y hemos querido lo hecho compende una serie de conversaciones entre Patricio Manns y Horacio Salinas, en las que el autor de Arriba en la cordillera repasa en detalle aquellos hitos que determinaron su vida y también las circunstancias que rodearon algunos de sus éxitos musicales más aplaudidos. Mi infancia es esencialmente campesina. Yo conocí una ciudad cuando tenía unos 12 años. En mi casa no había electricidad ni agua potable, pero sí una gran biblioteca, recuerda Manns en estas páginas. Yo siento que estoy hecho de sur, que mi cobija y mi techo son el sur, que el aire que respiro viene de los pulmones del sur. Si hasta cuando sueño, sueño con lluvias, relámpagos y truenos, dice en otro momento. El resultado de este diálogo es una recuperación vibrante y apasionada de la trayectoria de una figura clave de la Nueva Canción Chilena, un cantautor cuyo trabajo compositivo ha recogido, a través de delicados arreglos y letras indudablemente poéticas, la rica tradición musical latinoamericana. Plagado de anécdotas e ideas en torno a la creación artística, este libro discurre además sobre su largo compromiso político y social, sin dejar de mostrarnos otros ángulos menos evidentes, como su relación con Dios, las drogas y lo esotérico.
Editorial Hueders
PRIMER CAPÍTULO
"“Escribo cosas que parecen estar ya escritas, que existen como lenguas perdidas que yo vuelvo a encontrar”, dice Patricio Manns en este libro. Algo similar pasa con sus canciones, que parecen haber estado ahí desde siempre: las escuchamos, de niños, cinco o cien veces antes de saber que eran suyas. Y es que ya no son solamente suyas, porque sentimos que nos pertenecen, que le pertenecen a Chile. Este es un libro contundente, divertido, puntudo y conmovedor, que nos permite conocer un poco más a quien sin duda es uno de los artistas chilenos más relevantes del siglo XX y del XXI y del XXII".
Alejandro Zambra
Alejandro Zambra
Dijo un día Nicanor Parra, cuando le preguntaron
qué pensaba de la canción “Arriba en la cordillera”: “¡Ah! Esas se hacen una vez a las quinientas”,
dicho con asombro en su rostro. Me quedó dando vueltas
la simpatía de su respuesta, quizás por la espontaneidad
típicamente chilena de su comentario, así, de un suácate,
como decimos, o tal vez por el aprecio que le daba una especial categoría viniendo de uno que de chilenidad entiende.
En otra ocasión escuché a Gustavo Becerra, músico académico, premio nacional de arte, decir que una de las de
Manns, “Valdivia en la niebla”, era la mejor canción escrita
por algún chileno. Fue por allá por los años 1970 o 71 y la
canción de 1967.
No es mi intención mostrar certificados que avalen
la obra y la inventiva de Patricio, solamente ampliar el
impacto que sus canciones tienen más allá de la justa popularidad que han alcanzado. Porque, sin dudar, el trabajo
de Patricio ha dejado una huella profunda y se empina en
la cúspide de lo mejor del cancionero chileno. Tampoco
me dejaré llevar por el regocijo inmenso de contemplar aquellas canciones que hemos compuesto juntos y que son
cerca de 40. Eso ha sido una especie de sastrería encantada para mí, de juego de intensas emociones, una especie
de cielo septembrino lleno de volantines. No es el caso de
este libro pues se trata de conocer a Manns, sus canciones
y ojalá su mundo interno.
Empezó muchacho cuando en medio de un amor seguramente alborotado escribió: “Ya no canto tu nombre”
(1965): “Mucho me paso sin decir nada / Morená que me
dejaste / tanta palabra...” La música en esta oportunidad
fue de su amigo guitarrista Edmundo Vásquez. Pero la memoria nos trae inmediatamente el eco del impacto de otra
de sus primeras canciones famosas: “Bandido”, aunque
esta es del año 1956: “La noche me abre su manto / su
manto de estrellas blancas”. Y, finalmente, su consagración con “Arriba en la cordillera” (1965), hace 52 años.
Para quienes fuimos auditores en aquel primer lustro
de los años sesenta, estas tres canciones eran de repetirse continuamente en la radiofonía chilena, compitiendo
de igual a igual con el nutrido repertorio anglosajón y su
correspondiente nacional, la Nueva Ola. Estas tres que he
mencionado, forman parte de su primer disco Entre mar y
cordillera (1966), bellísimo trabajo que nos da inmediatamente la dimensión de la apuesta poética de Patricio, que
lo hará célebre en el cancionero nacional. Estos primeros
años de los sesenta veían un panorama musical y radial de
inusual pluralidad en los estilos difundidos. De una parte,
la Nueva Ola con su versión chilena del rock and roll, el
twist y algo de la canción italiana y argentina y el movimiento llamado neofolclore que capitaneaban los Cuatro
Cuartos con su talentoso director, el Chino Urquidi. Precisamente será Urquidi quien acompañe a Patricio con las
exitosas versiones de “Arriba en la cordillera” y “Bandido” utilizando recursos corales del todo novedosos en la canción chilena de raíz.
De este portentoso inicio son varias de sus canciones
que han quedado en la memoria musical por la pulcritud
poética y la original elaboración de sus melodías, donde se
entretejen aspectos de la raíz folclórica y también estilos
abiertos a lo que conocíamos entonces como “canción balada”. Ha confesado Patricio que “Arriba en la cordillera”
es, en verdad, un ritmo de huapango mexicano. También
ha dicho que no es folclorista, que es “baladista”. Lo cierto
es que cumple, quizás sin habérselo propuesto, con una
de las curiosidades que también caracterizaron a la Nueva
Canción Chilena (NCCH.): la búsqueda generosa de variados ritmos y estilos para decir algo nunca antes cantado.
Siempre del disco Entre mar y cordillera sorprenden “El
andariego”, “Los mares vacíos”, “En Lota la noche es brava”. Cantos que nos muestran la dura vida ignorada de los
trabajadores y el amor desgarrado puesto en versos dolidos
con poesía profunda.
Al igual que Violeta y su disco Toda Violeta Parra del
año 1961, Manns con este primer trabajo instala un modo
cuidadoso y señero en la composición de canciones que
dará un sello de calidad y una referencia obligada para
distinguir a la Nueva Canción que se alzaba entonces con
originales exponentes.
Algo más desconocido es el trabajo siguiente de Manns,
donde en forma también sorprendente incorpora ritmos
latinoamericanos y plantea una unidad temática que no
conocía el mundo de la canción hasta entonces; El sueño
americano se llamó este disco del año 1967, grabado junto
al grupo Voces Andinas con destacados solistas de timbres
únicos y potentes. Este disco que explora ritmos como la
chacarera, el bailecito, la vidala y la zamba argentina, aires del Caribe como el calipso en “Canto esclavo” y también
un guiño a la música llanera venezolana –mundo sonoro y
rítmico que se instalará más adelante como casi parte del
arsenal de los músicos chilenos–, nos sume en la historia
de la conquista del continente y sus atrocidades, así como
en la nueva colonización, esta vez por mano norteamericana, que se dejaba sentir prepotentemente en aquella
década.
De El sueño americano aún resuenan “América novia
mía”, el “Canto esclavo”, “Ya no somos nosotros”, aunque
todas sus canciones cumplen con el sello del rigor en la
escritura y la envolvente cadencia latinoamericana en sus
ritmos. Escuchando nuevamente este disco, me asombra
la clarinada que podemos sentir en el tratamiento vocal,
tan típico de aquellos años donde el neofolclore convivió
con la Nueva Canción Chilena y resultó ser un movimiento también a considerar en el tratamiento de la armonía de
voces por quienes nos iniciábamos.
Su tercer trabajo fue aquel disco llamado El folclore
no ha muerto, mi (1968). Creo recordar un momento de
perplejidad y discusión en esos años, relacionado con la
pertinencia del folclore como fuente y cantera de la inspiración. De ahí la exclamación algo enojada de Patricio
en el título. Fue grabado junto a su mujer de entonces, la
folclorista Silvia Urbina. Una de las canciones que con el
tiempo supimos valorar en forma unánime los chilenos es
“El Cautivo de Til-Til”, que aparece por primera vez en este
disco en una versión cantada a modo solista con Silvia. Es,
junto a las tonadas de Manuel Rodríguez de Pablo Neruda,
de los bellos homenajes poéticos al guerrillero de la Independencia chilena. Interesante es el modo en que Patricio
lleva la música a una especie de mazurca valseada de salón
para dar un retrato casi de época a su canción. Otra del disco es “La tregua” que nos ilustra certeramente sobre el
impacto emotivo y terrible de la guerra de Vietnam que
convocaba en muchos lugares del mundo a la protesta furibunda de los artistas de todo oficio. Por último, destaca “La
guitarrera que toca”, inspirada en la figura de la artesanía
en greda cocida de Quinchamalí. Cuenta el propio Manns
que una vez compuesta se la mostró a la Violeta pues a ella
se le había caído la figura de las manos, la cual fue recogida por el cantautor y conservada en su casa. Violeta le
habría dicho: “no le cambies nada, está perfecta”. En esta
linda y curiosa canción Patricio introduce, como casi en
todo el disco, formas de canto campesino en medio de melodías de libre inventiva. Este trabajo, precisamente, más
que cualquier otro suyo, ahonda en formas tradicionales
chilenas, seguramente por influencia de Silvia que militaba entonces en aquel valioso grupo de mujeres estudiosas
de las tradiciones, como Gabriela Pizarro, Margot Loyola,
Violeta Parra y varias más.
Al año siguiente Manns graba La hora final (1969), su disco más baladístico y donde podemos apreciar resabios del
Neofolclore en el tratamiento de las canciones. “Tenerte
morena muerte” y “Elegía sin nombre”, dos de sus canciones, han sido reinventadas en sus arreglos por Inti-Illimani
en tiempos posteriores. “La gaviota”, en tanto, pudimos
escucharla en aquellos años bien difundida por las radios.
Pero en el contexto sonoro de la época, quizás este trabajo
fue opacado por la nutrida producción de otros solistas y
grupos y la inesperada aparición tardía de Patricio vestido
de Neofolclore, movimiento en decadencia que ya daba
paso a la NCCH.
En 1971, otro disco, esta vez llamado a secas Patricio
Manns. No es fácil conseguirlo y se trata del primero hecho en su totalidad en colaboración con otros músicos y en la búsqueda por fortalecer la expresividad intensa de
sus versos y melodías. Aquí participaron Luis Advis en
arreglos con instrumentos sinfónicos, Inti-Illimani y Los
Blops, grupo cercano al rock y al pop que también en esos
años colaboraba con Víctor Jara. Es en este álbum donde
aparece una de sus composiciones célebres, “La exiliada
del sur”, aunque el primer nombre fue “El exiliado del sur”.
PM. Te interrumpo para decirte que este texto de Violeta
Parra tiene una estructura femenina que en mi versión masculinicé, pero que Advis conservó para la versión del Inti.
Violeta decía, por ejemplo: “Mi falda en Perquilauquén /
recoge unos pececillos” y yo ni en Escocia, he usado minifalda. Estoy casi seguro de que el Inti tampoco.
Te dejo continuar.
Con ritmo de bailecito y música suya, esta canción es
un texto de Violeta Parra, de sus décimas autobiográficas. Luego la tomamos junto a Luis Advis para el disco de
Inti-Illimani Autores chilenos (1971) y sufrió la mutación
a “La exiliada del sur” y una coda agregada. Es de aquellas que hoy se corean con entusiasmo. Me parece que es
el único texto ajeno que Patricio ha musicalizado. Otra
gran sorpresa del disco es “Valdivia en la niebla”, aquella del comentario de Becerra. “El río va boca abajo /
burlando troncos y cerros / El agua es sombra tranquila
/ timoneando en el silencio...”. Esta canción –muy emparentada con “Arriba en la cordillera” en el trayecto de su
melodía que asciende nota tras nota hasta estallar en un
salto melódico que luego desciende hasta morir– narra a
la perfección una bella y dolorosa historia de amor, como
le gustan a Manns, en el conocido puente del río Calle-Calle en Valdivia. Es una balada que nos trae al recuerdo la
intensidad y buena factura de aquellas de Jacques Brel, el
trovador belga-francés. También este disco lleva el signo de la tragedia que se avecinaba en Chile con la canción
“No cierres los ojos”, donde Patricio alerta sobre las conquistas del gobierno de Allende al acecho de la oposición.
Por último, la canción “La ventana”, acompañada también
por Inti-Illimani y que compitió sin éxito en el Festival de
la Nueva Canción Chilena organizado por la vicerrectoría
de comunicaciones de la Universidad Católica en conjunto
con Ricardo García.
De esta manera, y con cinco importantes trabajos discográficos, Patricio cierra el período más emblemático de su
creación, aquel que va de 1965 a 1973, y que se ha definido
como el tiempo de plena existencia de la NCCH. En este
tramo de ocho años supo compartir la pasión del canto
con otras curiosidades, no menos gratificantes para su
labor artística e intelectual, como son: el periodismo y, sobre todo, la literatura. Una larga lista de celebrados libros,
novelas, ensayos y poemas no serán curiosidad de este que
escribimos, que ya deviene denso y sonoro con solo su
repertorio de canciones. Pero estos años previos al desastre del Golpe Militar, tuvieron a Patricio como invitado a
programas de televisión, dando entrevistas de todo tipo,
ocupando también las portadas de las más importantes y
glamorosas revistas dedicadas al fenómeno de la canción,
como Ritmo y El Musiquero. Allí estaba el semblante alemán de Manns, con sus cabellos rubios y su mirada azul,
como recordándonos a un extraño James Dean local. Creo,
incluso, que más de uno, o una (en un medio propenso a la
destrucción), deslizó el contrasentido de cantar folclore
con ese aspecto foráneo. Como para quienes cantábamos
entonces, fue un tiempo de compromisos casi diarios y Patricio lo repletaba con sus giras junto a varios más en esa
caravana melodiosa que fue “Chile Ríe y Canta”, organizada por René Largo Farías.
Durante los 16 años de la dictadura hubo siete discos,
que se grabaron en La Habana, París y Roma. En 1974 y
1975 grabó dos, junto al grupo Karaxú, formado por chilenos muy motivados a participar en la solidaridad y ayudar
a la lucha de resistencia que se daba en Chile. En ambos
discos se puede apreciar el desgarro, la desazón y la rabia
aún fresca de aquellos meses manchados por la tragedia
del Golpe Militar. Todo el repertorio muestra la rebeldía
que se incubaba y la protesta que se hacía necesaria gritar
a los cuatro vientos. No hay grandes novedades de textos
originales, pues parte importante de las canciones son de
autores diversos, como del uruguayo Daniel Viglietti y del
actor chileno Nelson Villagra, con otras de Patricio tomadas de discos grabados en Chile en tiempos anteriores,
salvo “La dignidad se convierte en costumbre”, dedicada
a Bautista Van Schouwen y la “Canción a Luciano”, ambos
dirigentes del MIR, camaradas de su partido.
El año 1977 aparece Canción sin límites, grabado en Cuba
con arreglos para orquesta del músico Tony Taño y con un
repertorio enteramente escrito por Manns, salvo en las
canciones “Escrito en el trigo” y “Las raíces del llanto”, que
fueron colaboraciones con Desiderio Arenas. La más emblemática de este trabajo es sin duda “Cuando me acuerdo
de mi país”, canción llena de fuertes y afectadas imágenes,
poesía original y un curioso y atrevido trayecto armónico de
su melodía bastante sorprendente para la canción chilena.
A partir de este momento se inaugura un tiempo
insospechado de colaboraciones con Inti-Illimani, y particularmente con quien escribe, que diversificará la creación
de Patricio. Del disco Canción para matar una culebra de
Inti-Illimani (1978), aparecerán los textos de “Retrato”,
“Vuelvo” y “Samba Landó”, esta última junto a José Seves
en la letra y parte de la música. Posteriormente, en el disco Palimpsesto (1981), otras dos canciones: “Palimpsesto” y
“Un hombre en general”. Esta unidad creativa y el impacto que nos produjo –en un grupo con dificultades en
la elaboración de los textos–, hizo que nos dispusiéramos
generosamente en la factura y ayuda mutua de nuestros
repertorios. Es por esto que el siguiente disco de Manns
llamado Con la razón y la fuerza del año 1982 y La muerte no
va conmigo de 1986, nos tuvieron como grupo acompañante o, si se quiere, a Manns como integrante de Inti-Illimani.
Deseo secreto que, al parecer, estuvo en su pensamiento
por allá en los inicios de los Inti, confesión hecha por Patricio, con el beneficio de la duda, naturalmente.
En Con la razón y la fuerza hace gala de su inclinación por
la balada en “El pacto roto”, canción que estructura con
una búsqueda musical cercana a momentos complejos y
armonías más propias del jazz. Otro tanto es su guiño al bolero en “Antigua”. “La Araucana”, en cambio, es un poema
de homenaje a las luchas del pueblo mapuche, de estructura libre y en una propuesta que va más allá del tiempo
breve de una canción. Lo mismo sucede con “Concierto de
Trez Vella” del disco siguiente La muerte no va conmigo. En
esta larga composición llamada concierto, donde trabajó su
arreglo con Alejandro Guarello, músico que andaba de paso
en Italia en ese tiempo, Patricio narra el destierro y la posibilidad real –imaginada entonces– de que esta condición
fuera el último tiempo de la existencia. Con momentos
muy solemnes y cierta obstinación o pulso reiterativo, escribe poéticamente aquello que nos imaginábamos cercado
por el exilio que no cesaba. También de este trabajo es su
conocida “Balada de los amantes del camino de Tavernay”,
donde imagina una historia que en verdad pareciera que
fue real. Hay por supuesto canciones que matizan la densidad, como aquel “Can Can del piojo”, dedicada a Pinochet, así como la “Balada de los amantes”, clara, o como quizás
diría Patricio, húmedamente erótica.
Fueron lanzados otros discos no comentados acá, pero
se trata de recopilaciones de canciones anteriores y, como
suele suceder, aumentan la discografía, pero no la real novedad de un repertorio visto en el tiempo.
Ya de vuelta en su país, Patricio publica Patricio Manns
en Chile con el sello Alerce (1990). Es una excelente grabación en vivo de un concierto realizado en el Teatro
Teletón, acompañado por Inti-Illimani y otros artistas en
una primicia que sería más tarde Inti-Illimanns. El repertorio consistió en éxitos y material de discos anteriores, así
como de canciones compuestas en conjunto aparecidas en
discos de Inti-Illimani, como “La preguntona” y “Cantiga
de la memoria rota”.
Pasan nueve años hasta la aparición de Porque te amé
(1998), el que grabó con otro grupo de jóvenes músicos
llamados provocativamente Parabellum. Aquí se dio el
gusto de realizar el viejo sueño de cantar boleros. Conversando un día sobre el tema, me di cuenta de su erudición
en el género. La verdad es que lo conocía en profundidad:
tríos de boleros, autores de distintas épocas, guitarristas,
requintístas, en fin, una pasión de coleccionista donde
nada se le escapaba. Aparecen en esta grabación algunos
que hicimos en conjunto como “¿Quién eres tú?”, “Medianoche” y la ranchera “Arriesgaré la piel”, pero el resto del
repertorio es de su invención. Los hay barrocos y, todos
con gran despliegue de introducciones guitarrísticas, ornamentaciones y comentarios que arropan el transcurso de
las melodías. Escuchando este trabajo me viene a la memoria el deseo juvenil que alguna vez tuvo de integrar uno de
los tríos famosos y así canturrear en la Plaza Garibaldi del Distrito Federal, recorriendo tabernas y haciendo gala de
tanto amor despechado con tantas heridas a cuestas.
En el 2000 graba en directo en el Teatro Providencia América novia mía, acompañado del Grupo Parabellum, donde
destaca la canción inédita “Allende”, la cual compuso tras
recibir una invitación para participar en el Homenaje a Salvador Allende que se realizó en el Estadio Nacional el 4 de
septiembre de 1998. Manns, que todavía vivía en Francia,
le pidió a Camilo Salinas que le juntara algunos músicos
para montar la canción. Asistieron al evento más de 60
mil personas, donde también se presentaron Joan Manuel
Serrat, Víctor Manuel, Ana Belén, Maria del Mar Bonet,
Piero, León Gieco, Congreso, Los Parra, Inti-Illimani, Sol y
Lluvia, entre otros.
El 2010 graba La tierra entera. Con guiños a la balada,
este trabajo alterna una mirada a problemas que angustian
a la contemporaneidad, como son la ecología y la destrucción de la naturaleza. Esta inquietud está presente en las
canciones “De Pascua Lama” (ganadora el año 2011 de
la sección folclórica del Festival de Viña del Mar), “Los
ríos”, “El bosque en llamas” y “Araucarita”. Por otro lado,
también está el inagotable cancionero de amor que despliega en canciones como “Déjame ser”, “La tierra entera”
y “Como un ladrón”, composición con la que participó en
la competencia del Festival de Viña del Mar en 2013. A
lo largo de su carrera, Manns ha participado con éxito en
estas lides difíciles, donde las canciones y los artistas se
enfrentan a un fenómeno social efímero e incómodo que
podríamos llamar “de Coliseo romano”, evento que por lo
general en nada contribuye al destino de los participantes
y cuya audiencia numerosa, de más de 10 mil personas, ha
sido justamente descrita por la crítica como: “el Monstruo de la Quinta Vergara”. Así y todo, Patricio se ha impuesto
con textos muy por sobre la media de los participantes.
Aparece luego el disco La emoción de vivir, el último, lanzado el 2016, ad portas de cumplir sus 80 años de vida y
60 en el territorio de la canción. Sorprende, pues Patricio
se las va arreglando para hacer del tiempo un fenómeno
extraño. Pareciera que Manns está siempre ahí. Que algo
interesante y novedoso tendrá siempre para sorprendernos. Porque es común que los creadores concentren la
gran novedad de su ingenio en los momentos iniciales de
sus vidas creadoras. Es la norma y se entiende que así sea.
Pero en este disco, Patricio nos dice que no todo fue ya
dicho, o está dicho, y que es posible una nueva y bella canción como “Las palabras”, quizás la mejor de este álbum.
Acá, y a través de todo este trabajo, apreciamos a Manns
rodeado de un buen grupo musical que lo sigue y que respeta una de sus endiabladas gracias, como es el “rubato”
en el fraseo de las melodías. Eso que ha ido exagerando
con el tiempo y que, al parecer, tomó de Lucho Gatica, o,
sin saberlo, de Roberto Goyeneche.
Decía al inicio que varios han expresado palabras sentidas e importantes frente a la obra cantabile de Patricio.
Antes de zambullirnos en estas conversaciones propiamente tal, he aquí algunos testimonios de compañeros de
ruta, de artistas, quizás unidos todos por el asombro que
nos despierta la palabra tan preclara unida al vaivén melódico, esa manera que solo Manns ha sabido cultivar en
sus canciones.
Comments