Lima, 18 mar (EFE) (Imágenes: Mikhail Huacán).- Su cuerpo de fibra de maíz baila, sus ojos parpadean cuando habla, responde a preguntas sobre objetivos de desarrollo sostenible e incluso sabe alemán. Así es Jovam, el robot que ingresó a la cárcel limeña de Lurigancho, la más poblada del Perú, para apoyar a los maestros en la educación de los presos.
En este centro penitenciario, que aún arrastra la fama de ser uno de los más violentos de América Latina, alrededor de 1.225 reclusos volvieron esta semana a las clases presenciales para retomar sus cursos de primaria, secundaria o técnicos, tras dos años anclados con materiales autoinstructivos en las celdas de esta prisión, donde el internet está prohibido.
EFE
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