Al Fritsch, SJ
Hay cuestiones que requieren un esfuerzo compartido a largo plazo. Los humanos hemos generado un “abismo” medioambiental, los efectos del cambio climático: concretamente las condiciones climáticas extremas que de él se derivan; el incremento del nivel de los océano en 3,2 milímetros por año; el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera en 2ppm por año, con la perspectiva de alcanzar en 2050 la catastrófica cifra de 650 ppm; o un incremento en 4ºC de la temperatura media del planeta. Mientras tanto Europa está reduciendo sus emisiones según había previsto y los EE UU también han reducido sus emisiones en los dos últimos años (cerrando una planta eléctrica de combustión de carbón por semana), pero China abre una planta de carbón por semana y algo parecido otros países asiáticos. Más preocupante todavía, aunque tiene que ser confirmado por la Agencia de Protección Medioambiental de EE UU, es el rápido aumento del nivel de metano en la atmósfera que es un potente gas de efecto invernadero. Las cifras que proporciona la industria Norteamericana sobre fugas de gas en los procesos de fracturación hidráulica (fracking) están muy subestimadas, mientras que en Europa han rechazado emplear estos métodos de extracción.
Pero fijémonos en otro aspecto de preocupación. El Papa en su mensaje anual de la paz con motivo del Año Nuevo dijo: “es alarmante ver focos de tensión y conflicto causados por el aumento de la desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado.”
La preocupación del Papa sobre la globalización coincide con su preocupación sobre los riesgos medioambientales. En este momento crítico no podemos dejar, como jesuitas, que esta conexión quede silenciada. El consumo excesivo de bienes materiales, sobre todo por los países ricos, conduce a una adicción insaciable de más y más recursos compitiendo con otros consumidores, y en esta carrera hacia la cima, la riqueza engendra insensibilidad a las necesidades legítimas de los demás que se van quedan atrás.
El Papa más adelante señala: “El modelo predominante en décadas recientes que busca el máximo beneficio y el consumo, basado en una mentalidad individualista y egoísta, pretende considerar a las personas únicamente en términos de su capacidad para afrontar los retos de la competitividad.”
Si esta mentalidad se produjera solo entre los países desarrollados (principalmente Norteamérica y Europa) tal y como señalé en mi libro The Contrasumers (Praeger Publishers, 1974), la Tierra podría soportarlo a regañadientes; pero si esta forma de pensar y comportarse se extiende a las populosas naciones emergentes que tienen ya la mitad de la población mundial, tal y como está pasando este sigo, la demanda de recursos y la consiguiente contaminación superarán las capacidades del planeta y comenzarán a producirse graves daños. La codicia de esos focos que el Papa destaca en su discurso alimentan el sistema económico presente que está insuficiente controlado y es disfuncional, y no sólo en esos países desarrollados en los que la crisis se ha manifestado antes, sino ahora en China, India y otros lugares emergentes del mundo. El capitalismo no puede seguir incuestionado. El Papa invita a los constructores de la paz a cuidad su pasión por el bien común y la justicia social, y las cuestiones medioambientales encajan en esta preocupación.
¿Es suficiente que la Compañía trabaje, principalmente, en un aparente nivel de primera eco-humildad (viendo el despilfarro de los consumidores y nuestra falta de una vida sencilla) y advierta de los problemas de contaminación que sufre el planeta? Ciertamente, este enfoque tiene una historia de unos 40 años. Además, ¿es suficiente que trabajamos en proyectos locales o regionales (por ejemplo problemas como que ahora mi parroquia está desarrollando un jardín para la meditación que incluya la producción de alimentos, o que trabajemos con grupos que se dedican a la instalación de sistemas de energía solar)? Este segundo nivel de eco-humildad (descubrir que actividades significativas tienen imperfecciones inherentes) no es la última palabra para los miembros de la Compañía, no importa lo bien que funcionen sus instituciones tanto al interior como en programas de extensión.
Estamos llamados a un tercer nivel, más profundo, de conciencia. Concretamente, a la inmersión con los pobres, y eso incluye tomar conciencia de nuestra adicción (como empobrecidos) a un consumo excesivo de bienes, y la necesidad que tenemos de Dios para liberarnos, a nosotros y nuestro mundo, de esa dependencia. Acercarse a este nivel último activa el rechazo de los defensores del statu-quo basado en el consumo y en los que rechazan la componente antropológica del cambio climático. Estos conflictos son previsibles cuando estamos proponiendo la instauración del Reino de Dios. De cualquier manera, esta situación provoca malestar entre los que están vinculados a instituciones y tienen que buscar el equilibrio entre la gestión y el profetismo. A nadie le gusta morder la mano que le da de comer.
Durante la Gran Depresión el Presidente de los Estados Unidos Franklin Roosevelt declaró que a la única cosa que debemos tener miedo es al mismo miedo. Quizás deberíamos añadir y la dificultad de reconocer los propios miedos. El artículo de Stephen Rooney que apareció recientemente en Ecojesuit sobre las conexiones entre el cambio climático y los juicios morales explica el estudio de la Universidad de Oregón que propone seis razones por las cuales el juicio moral sobre el cambio climático es tan complicado. En resumen, las seis (abstracción, falta de culpabilidad, prejuicio de la culpa, el prejuicio optimista, el tribalismo moral y los resultados a largo plazo) resultan, como Rooney propone, incompletos. La canción compuesta por Peter Malagodi y Meladeego (que estuvieron entre los que ocuparon Wall Street) “El miedo es el arma (no los temas)” [Fear is the Weapon (fear them not)] trata sobre un asunto que nos están provocando de manera deliberada y que nos afecta a todos, en algún grado, en estos tiempos de crisis.
¿Lo que está sucediendo es sólo la consecuencia de nuestras acciones colectivas, eso es lo que genera el consumismo desenfrenado, y su apetito insaciable, para conseguir mayores porciones de los recursos del mundo? La tentación es tener siempre más porque lo que ya tenemos no nos satisface. ¿El miedo incluye más armas, policía y armamento y más demanda de medios de defensa? ¿El miedo incluye el vértigo de personas centradas en sus deseos mientras ignoran las necesidades de los más pobres de este mundo que carecen de lo indispensable para vivir? ¿Se ha mezclado el miedo con la avaricia de un modelo económico disfuncional que es demasiado grande para caer y necesario para mantener la vida diaria? ¿El miedo está latente, no reconocido, obsesionándonos para ser adictos del consumo y con un grupo de leales que se pondrá inmediatamente en contra de nosotros si nos involucramos en pensar de un modo diferente?
Kevin Knobloch, Presidente de la Union of Concerned Scientists (UCS) en Estados Unidos, describe este miedo en un reciente artículo que escribió en el número de otoño de Catalyst, la revista oficial de la UCS, titulado “Oponerse a amenazas anti-ciencia” (Standing Up to Anti-Science Bullies). Hace poco publiqué en el National Catholic Register una invitación a considerar el cambio climático como un asunto pro-vida, la respuesta fue una persecución que sigue hoy en día a través del correo electrónico. En la pasada primavera me opuse a la declaración del Institute for Theological Encounter with Science and Technology (creado por el jesuita, ya fallecido Bob Brungs) que negaba el carácter antropogénico del cambio climático, lo que provocó acaloradas respuestas por parte de los negacionistas. Naomi Oreskes y Erik Conway en un minucioso libro Merchants of Doubt describen los esfuerzos de grupos industriales por desacreditar los hallazgos de los científicos sobre el clima, explican también la tendencia de los medios de comunicación de dar la misma relevancia a los negacionistas con tal de mantener el debate.
Los jesuitas involucrados en cuestiones medioambientales tenemos que defender al Papa y sus colaboradores que está sufriendo enormes críticas por los denominados grupos más conservadores de la Iglesia. Un ejemplo es el artículo titulado “Más allá de sus capacidades” (Beyond Their Expertise) publicado en el The Catholic World Report en diciembre de 2011. El mismo Papa se ha expuesto en este debate publicando un artículo en el Financial Times en el cual declara que “cuando los cristianos se niegan a arrodillarse delante de los falsos dioses que se proponen hoy en día… es porque están libres de restricciones ideológicas y están inspirados por tan noble visión del destino humano que no pueden vincularse a nada que lo ponga en cuestión.” ¿Estamos dispuestos a apoyarle?
En tiempos tan graves los jesuitas no podemos permanecer callados. Tenemos que hacer, al menos, lo que otros ecologistas hacen bien, es decir, asistir a reuniones, describir las áreas problemáticas, y modificar el actual sistema disfuncional con las necesarias soluciones orientadas a promover energías renovables y fomentar la conservación. No debemos ser estudiantes teñidos-de-verde escribiendo trabajos para sus profesores sobre los problemas de la contaminación y las soluciones locales, aunque por supuesta éstas también tienen que producirse. Para ser dignos de nuestra sal jesuita, debemos usar el Internet y quizás teleconferencias (no viajes internacionales) para abordar los problemas a más largo plazo, mejorando así nuestro papel profético.
Recordemos como el padre fundador de América, Ben Franklin, intentó tanto en la Convención de Pensilvania como en la de la Constitución Federal limitar la riqueza que podían tener las personas, otros delegados rechazaron su sabiduría alegando que eran las propuestas de un viejo. Ojalá que en esta era de multimillonarios su propuesta de límites hubiera tenido éxito. Esta limitación es parte de un conjunto que incluye afrontar la crisis financiera y ecológica que atravesamos compartiendo recursos en lugar de sumergirnos en una corriente compulsiva de cultura consumista, reconociendo nuestra conducta adictiva y la necesidad de Dios, tomando medidas para cambiar y teniendo el valor de decir a los demás que nosotros, como pueblo, debemos cambiar. Esta es una tarea difícil que necesitará mucha cooperación y debate. Pretender que estamos satisfactoriamente comprometidos en los dos primeros niveles, simplemente, no es suficiente. Debemos defender al Papa, en su compromiso ecológico, como parte de nuestra misión jesuita.
Al Fritsch, SJ es el Director de Curación de la Tierra (Earth Healing).
Ecojesuit
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