La vida nunca fue sencilla para Margarita Barrientos, que habita en un barrio marginal de Buenos Aires. Es hija de una familia numerosa muy pobre y sólo pudo cursar tres años de escolaridad. Con su esposo, Isidro, tienen diez hijos y su único ingreso siempre fue lo que recolectaban en las calles, lo que en la Argentina se llama 'cartoneros'. Pero un día de 1996 descubrieron que podían compartir con los niños del barrio parte de la comida que recogían.
“La primer comida fue una taza de mate cocido y factura que nos habían dado en la calle. Habíamos prendido fuego a un horno de barro que teníamos y calentamos la factura y ese fue el desayuno de ese día. Para el mediodía habíamos hecho un guiso (...) Lo importante era que los niñitos que venían aquí, que eran muchos, hijos como los nuestros... hijos de cartoneros, se sentaban a la mesa a comerlo”, comenta Barrientos, fundadora del Comedor Los piletones.
La voz se fue corriendo en el barrio. Aquellos chicos que realmente no tenían nada para comer en sus casas, podían encontrar un plato de comida caliente en el comedor de Margarita. Ella se ocupaba además de visitar a la familia y conocer cada situación.
Junto con el número de menores comensales iba creciendo la publicidad de la tarea que realizaba en ese rancho, en el que no había luz eléctrica ni agua.
“Después venía el abuelito y se sentaba a comer el abuelo también. Después la mamá con un platito venía y se sentaba a comer con los hijos. Y ya en vez de 20 eran 25 y hasta 30. (...) Los medios me dieron a conocer y la gente me ayudó mucho en todo sentido con las donaciones, con cosas materiales y la obra creció hasta límites insospechados.
El comedor de Margarita da hoy de comer a unas 1.000 personas, entre niños que vienen directamente al salón y familias que retiran gratuitamente los alimentos.
Además, gracias a la activa participación de la comunidad, se puso en marcha un centro de Salud, frente al comedor, y durante el año escolar funciona en el lugar una guardería. El prestigio de la obra fue en crecimiento y numerosas empresas y particulares hicieron llegar también sus donaciones.
Esta acción muestra que la filantropía y los grandes emprendimientos comunitarios no son un privilegio reservado para los que más tienen.
La generosidad es parte de la condición humana y son muchos los que no esperan la situación ideal para ponerse en acción
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