Hace dos mil años, Cicerón, la cabeza más brillante de la Roma republicana, escribió uno de los textos latinos más humanos y emocionantes legados por la antigüedad. Me refiero a De Senectute, que leo reiteradamente, atrapado por la búsqueda de ideas y consejos que den sentido al sinsentido del envejecer.
Ahora que soy un joven de setenta y dos años, ilusionado, sensato y voluntarioso, descubro que este estado de madurez es el preconizado como óptimo por Catón, protagonista ciceroniano. La mejor arma y estrategia para combatir la vejez o la jubilación, en su abundancia de tiempo libre, es continuar activo como siempre, mientras el cuerpo aguante. El propio Cicerón afrontó su tratado como una manera de resistir la ansiedad causada por su inactividad forzosa.
La madurez consolidada o vejez nada tiene que ver con la decrepitud o decadencia de un cuerpo maltratado y dolorido, transformado por las enfermedades. Los longevos se cuentan por regimientos en estos tiempos. Unos eligen il dolce far niente, y otros, jubilados como mi fraterno Pepe Carreres, el enriquecimiento del saber y el disfrute del viaje.
A los que dudan, confusos y desorientados, querría decirles que esta fase natural de la vida ha de vivirse también con naturalidad y que lo importante es descubrir qué es lo que quieres y puedes hacer con ella. Lo malo de esta edad es que, como dijo Katherine Hepburn, la tarta de cumpleaños se parece cada día más a un desfile de antorchas.
Para los romanos, como para mí, el anuncio de que con la vejez el orador perderá la voz, es terrible. Sin embargo, ahora que llega la primavera y yo pregono el otoño, compruebo que con la edad, al contrario, la voz adquiere calidad y un timbre especial enriquecido.
La vejez está cerca de la muerte, pero la muerte no es exclusiva de ella. La muerte es natural, porque la naturaleza del hombre es caduca y afecta a todos, resumiendo pensamientos ciceronianos.
Lo peor viene ahora, ya que es verdad que conlleva la privación del más glorioso placer de este mundo. Mientras a unos siempre les quedará París, a otros nos queda la invocación de esta jaculatoria: «Señor, ya que me has quitado las fuerzas, quítame también las ganas».
Leyendo la Vejez de Cicerón dan ganas de ser viejo, pero viejo como lo es Catón: sano, inteligente y respetado. Aunque para serles sincero les confieso que más que Catón, yo quisiera ser Carlos Valcárcel. Ese es mi modelo, mi prototipo de vejez, mi héroe. Estos días, entre el frío que hace este jodio invierno, la gripe intestinal y la torpeza de las piernas, está enclaustrado, pero gracias a Dios, el sábado que viene llegará la primavera.
Díganme si estos pensamientos de Carlos Valcárcel sobre el vino, que he recopilado durante años, son o no comparables a las mejores greguerías de Gómez de la Serna. Uno: «Gustándome tanto el vino no comprendo cómo pude vivir durante años en la calle Aguadores esquina a la de la Acequia». Dos: «No me gustan los antibióticos porque son antivinóticos». Tres, en el bar del Yiyi: «Agua para todos y vino para mí». Cuatro: «¿Cómo quiere el vino, Don Carlos, blanco o tinto?». Contesta: «Grande». Cinco, saliendo de la UVI: «Salgo de la UVI y rápidamente me voy a la uva». Otro día seguiremos.
La historia de Murcia de los últimos sesenta años sería otra sin Carlos Valcárcel porque ha sido protagonista de casi todas las actividades vinculadas a la cultura, las tradiciones, el periodismo, las fiestas o las procesiones de Semana Santa.
Este Valcárcel, sin mezcla de mal alguno, se merece que unos y otros nos plantemos ante la puerta del Ayuntamiento para que por vía de urgencia le nombren Hijo Predilecto de Murcia ahora que es mayor y ya va siendo hora.
Recuerdo igualmente a Mariano el pajarito, Raimundo González Frutos, Emilio Pérez Pérez, Paco Carles, Ginés Torrano, Angel de Alba, Gregorio Martínez Aguilar, Antonio Campillo, Molina Sánchez, y tantos otros que viven hoy su otoño del patriarca, después de haber dado días de gloria a Murcia.
Los de ahora son otros tiempos. Ya no sucede como cuando Don Quijote le decía a Sancho que entrando en edad, con la experiencia que dan los años, estaría más idóneo y hábil para ser gobernador. Ahora, deben dedicarse a cultivar su propia vida, aunque algunos querrían que estuviesen criando malvas.
Leo también ahora que, Cicerón, el que nos propone en De Senectute paciencia y resignación como antídotos contra la vejez se lió con una jovencita en el otoño de su vida. Encima le sobró tiempo para conspirar contra Julio César, que como saben ustedes, fue asesinado en los Idus de marzo (el día 15), del año 44 antes de Cristo. Ayer se cumplieron 2053 años.
ADOLFO FERNÁNDEz
periodista y ha sido diputado y senador por el PP
periodista y ha sido diputado y senador por el PP
laverdad.es
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