Es penoso que lo viejo sea visto como carga, como estorbo en el trajinar atolondrado a que inducen las novísimas invenciones que invaden la vida
La sociedades modernas endiosan al porvenir y a la juventud y desprecian la vejez y a la memoria. El pasado ni pesa ni importa. La experiencia no cuenta. Los valores –si los hay- son construcciones de ahora, inventadas entre la premura de vivir sin raíces ni tradición, por eso, quizá, esos “valores” cambian según las circunstancias y se acomodan a la ancha conciencia que admite casi todo, que justifica la más insólitas conductas.
La inspiración juvenil del nuestro tiempo, tiene sentido porque nos pone de cara al futuro, pero, por excluyente de la experiencia, por despreciar la vejez, resulta excesiva e injusta. El olvido de la memoria hace que gentes y pueblos vivan tropezando en la misma piedra, incurriendo en los errores del pasado, volviendo a inaugurar, como nuevo, lo que es, en realidad, cosa vieja empacada en el barato celofán de la novelería. El olvido de la memoria y la tergiversación de la historia, explican el absurdo de que el siglo XXI se inaugure en América Latina con el retorno de las antiguallas del socialismo, cuyos fracasos, tiranías y abusos dejaron huellas dramáticas e imborrables en los países que dominaron, y que dominan aún, con la patente de corso de la revolución o de la ideología, y con la mentirosa excusa de la justicia social.
Es injustificable la falta de respeto a la memoria, o peor aún, el acomodo del pasado a los intereses coyunturales de la acción política. Es penoso, además, que lo viejo sea visto como carga, como estorbo en el trajinar atolondrado a que inducen las novísimas invenciones que invaden la vida humana, desde la política hasta la moda, desde las costumbres hasta los trajes. El “pecado social” de la vejez implica la devaluación de la experiencia. La juventud debe imponerse, claro está, porque abogar por vivir de retro es tan tonto como querer inventarlo todo y saberlo todo. El porvenir existe, sin duda, pero enterrar al pasado, negarle derecho a ser parte de la vida es error que comenten los pueblos sin nobleza. El “esnobismo” es eso, ausencia de nobleza.
Los jubilados del país, los nobles viejos que hicieron esta sociedad, que dejaron sus días en fábricas y oficinas, sufren ahora insólita agresión de la improvisación y la novelería, del desprecio a la experiencia, de la arrogancia. No de otro modo puede explicarse lo que se pretende con las reformas legales en curso, y, además, con el hecho insólito de que a los jubilados de las instituciones públicas se les nieguen sus jubilaciones patronales por “orden superior”, seguramente porque los “intereses nacionales” (¿?) prevalecen sobre el derecho fundamental a vivir con dignidad, conforme a la cantaleta que repite la Constitución de un Estado que se dice “garantista” y justiciero, pero que en este y en otros temas ha resultado un Estado burocrático, indolente, inútil e injusto.
Fabián Corral B
elcomercio.com
La sociedades modernas endiosan al porvenir y a la juventud y desprecian la vejez y a la memoria. El pasado ni pesa ni importa. La experiencia no cuenta. Los valores –si los hay- son construcciones de ahora, inventadas entre la premura de vivir sin raíces ni tradición, por eso, quizá, esos “valores” cambian según las circunstancias y se acomodan a la ancha conciencia que admite casi todo, que justifica la más insólitas conductas.
La inspiración juvenil del nuestro tiempo, tiene sentido porque nos pone de cara al futuro, pero, por excluyente de la experiencia, por despreciar la vejez, resulta excesiva e injusta. El olvido de la memoria hace que gentes y pueblos vivan tropezando en la misma piedra, incurriendo en los errores del pasado, volviendo a inaugurar, como nuevo, lo que es, en realidad, cosa vieja empacada en el barato celofán de la novelería. El olvido de la memoria y la tergiversación de la historia, explican el absurdo de que el siglo XXI se inaugure en América Latina con el retorno de las antiguallas del socialismo, cuyos fracasos, tiranías y abusos dejaron huellas dramáticas e imborrables en los países que dominaron, y que dominan aún, con la patente de corso de la revolución o de la ideología, y con la mentirosa excusa de la justicia social.
Es injustificable la falta de respeto a la memoria, o peor aún, el acomodo del pasado a los intereses coyunturales de la acción política. Es penoso, además, que lo viejo sea visto como carga, como estorbo en el trajinar atolondrado a que inducen las novísimas invenciones que invaden la vida humana, desde la política hasta la moda, desde las costumbres hasta los trajes. El “pecado social” de la vejez implica la devaluación de la experiencia. La juventud debe imponerse, claro está, porque abogar por vivir de retro es tan tonto como querer inventarlo todo y saberlo todo. El porvenir existe, sin duda, pero enterrar al pasado, negarle derecho a ser parte de la vida es error que comenten los pueblos sin nobleza. El “esnobismo” es eso, ausencia de nobleza.
Los jubilados del país, los nobles viejos que hicieron esta sociedad, que dejaron sus días en fábricas y oficinas, sufren ahora insólita agresión de la improvisación y la novelería, del desprecio a la experiencia, de la arrogancia. No de otro modo puede explicarse lo que se pretende con las reformas legales en curso, y, además, con el hecho insólito de que a los jubilados de las instituciones públicas se les nieguen sus jubilaciones patronales por “orden superior”, seguramente porque los “intereses nacionales” (¿?) prevalecen sobre el derecho fundamental a vivir con dignidad, conforme a la cantaleta que repite la Constitución de un Estado que se dice “garantista” y justiciero, pero que en este y en otros temas ha resultado un Estado burocrático, indolente, inútil e injusto.
Fabián Corral B
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