Todo estaba listo para esperar al Tata, al abuelo, el padre, el tío, el vecino. Decenas de parientes y amigos se dieron cita en la casa de Omar Reygadas, para darle la bienvenida. El hombre venía del infierno subterráneo, de vuelta a su casa con patio en desnivel, galería y arboleda en el centro de Copiapó.
Omar es uno de "los 33". Minero de toda la vida, el del 5 de agosto vivió su tercer derrumbe en un socavón, aquí en el norte de Chile. Luego, la estadía bajo tierra lo vería ejercer su liderazgo, como uno de los tres jefes de grupo encargados de facilitar la convivencia. Él encabezaba el equipo del nivel Refugio y, según cuentan, se encargaba de mantener el orden y hacer los pedidos a la superficie para satisfacer las necesidades de sus compañeros.
A 70 días de aquello, Omar, de 56 años, se pasea con su ropa pulcra y su sonrisa grande entre los seres queridos, ya sin los lentes de sol que debió usar para salir a la superficie sin dañarse la vista.
Ahora las gafas las lleva su hijo mayor, Omar junior, colocadas encima de su gorra como si se tratara de un trofeo, mientras ofrece carne asada y cervezas a todos los que quieran celebrar.
Tiempo
Desde que salió de la cápsula Fénix 2, el número 17, Reygadas siente que volvió a nacer, pero aún tiene que volver a encontrar su orden. Su lugar en el mundo
"La parte psicológica por ahí nos falta un poquito. Yo creo que nos vamos a ir acomodando con el tiempo… Yo me tengo que ordenar con el sueño porque ya llevo como cuatro días que no duermo, me sobresalto y ya no puedo dormir", relata.
Para hacerle más sencilla la empresa, tiene una bisnieta nueva, a la que conoció en el hospital hace apenas unas horas. Tiene también el abrazo de todos sus familiares, que se apostaron en el campamento Esperanza en una de las carpas más pobladas y no bajaron de allí hasta el final de la pesadilla.
Muchos no ellos preferirían que no, pero don Omar piensa volver a la mina. No a ésta, pero si a alguna de las muchas que tiene Chile en las regiones del norte, región cuprífera por excelencia.
"La minería es mi vida. Soy como un topo, que está debajo de la tierra y no sabe hacer otra cosa", insiste.
Frágil
Omar quiere dormir, confiesa, pero jamás le hará tal descortesía a quienes vienen de visita…, ni a nosotros. Por la generosidad de sus hijos –Ximena, Marcela, Luciano y Omar-, BBC Mundo fue testigo constante de la espera de los Reygadas, que registramos día a día en un diario para nuestros lectores
Que la tragedia haya llegado a su fin nos hace de alguna manera partícipes obligados de la alegría que impera en este patio de Copiapó, entre risas y cánticos de "Chi ch, chi, le le le, los mineros de Chile", que no por repetido pierde fuerza. En lo de los Reygadas, lo entonan los más pequeños: una tropa de niños que entienden de minería como el más experto.
Nos vamos, para que los Reygadas puedan, de a poco, recuperar cierta normalidad en sus vidas. Que ya no será tal: a "los 33" les queda todavía mucho por contar, tendrán ofertas tentadoras y revivirán la historia en muchos formatos, desde libros a documentales o, quien sabe, megaproducciones para la pantalla grande.
Por el momento, han hecho un pacto de no hablar por separado de sus vivencias bajo tierra, para negociar en conjunto y repartir equitativamente las ganancias que puedan resultar de esos relatos.
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