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El calendario que nos recuerda que tenemos una revolución pendiente


La editorial Milrazones acaba de presentar su Calendario revolucionario, un libro que reproduce el almanaque surgido de la Revolución Francesa, basado en principios laicos, democráticos y racionalistas.
Hubo una época en la que la sociedad occidental decidió dar un gran salto adelante y dejar atrás supersticiones, desigualdades y absolutismos para crear una sociedad libre, racionalista y democrática. Entre los muchos cambios necesarios para conseguirlo estaba la creación de un calendario regido por criterios racionales y no por los nacimientos de personajes con superpoderes o por la huída de un profeta a otra ciudad. Nacía así el Calendario Republicano, surgido en 1793 en plena Revolución Francesa a iniciativa de la Convención Nacional francesa de 1793 y de Charles-Gilbert Romme.
Según explica Carmen Palomo de la editorial Milrazones, el Calendario revolucionario «respondió simultáneamente a varias inquietudes: se trataba de aportar un nuevo modo de pensar, de “racionalizar” el cómputo del tiempo y, al mismo tiempo, hacer público un laicismo que está en la base del ideario revolucionario. Desde este punto de vista, fue tanto una declaración de principios como un instrumento al servicio del pueblo».
Las principales diferencias entre el Calendario revolucionario y el Gregoriano es que el revolucionario es laico y universal –es decir que sirve para cualquier año porque sus fechas son fijas–, que sus meses tienen 30 días y que comienza en otoño con el mes de vendimiario, cuyo día 1 corresponde al 22 de septiembre del calendario Gregoriano.
«Además de eso, cambian los nombres de los meses, que fueron invención del actor, poeta y dramaturgo Fabre d’Églantine, y que hacen referencia a alguna característica meteorológica o naturalista de la estación: la cosecha de la uva en vendimiario, el viento de ventoso, la floración en floreal…».
Por último, también había algunas novedades en lo que se refiere a los días de la semana, tanto en lo que se refiere a sus nombres como a su organización.
«Los días de la semana, no son siete, sino diez, para ajustarse así al sistema métrico decimal que a finales del siglo XVIII empezaba a imponerse en todas las magnitudes. Cada día de la semana recibe un nombre ordinal: primidi, duodi, tridi… Pero el dato menos conocido es el contenido con el que se suplió el santoral abolido. Así, cada día, en vez de un santo o de una celebración eclesiástica, recibe la designación de una planta, de un animal (los días cinco o quintidi de cada semana) o de un apero (los días diez o decadi). Además, la mayoría de los días del mes de nivoso están “consagrados” a materias minerales».
Semanas de diez días, meses de 30 no acababan de encajar bien en la realidad de un planeta que tarda 365 días en dar la vuelta al sol. Para resolverlo, los científicos ilustrados encontraron una ingeniosa solución que, a diferencia de lo que suele ocurrir con los calendarios laborales actuales, beneficiaba más al trabajador que al patrón.
«Como doce meses de 30 días no completan los 365 días del año solar, al final del año (después del 30 de fructidor) se añaden cinco días festivos, o seis en año bisiesto, dedicados a la libertad, el talento, la Revolución, etc.».
A pesar de la solidez de sus principios y de la solvencia científica de los que participaron en su creación, el Calendario revolucionario apenas estuvo vigente 12 años en Francia y sus colonias antes de ser derogado por Napoleón que, autoproclamado emperador, había restablecido las relaciones con la Iglesia católica.
Desatendiendo los deseos del pequeño corso, Milrazones ha rescatado un par de siglos después este calendario en una edición que combina el formato libro con el almanaque.
«La obra se comercializa en librerías como libro que es, con su ISBN. Unas páginas iniciales exponen al lector unas ideas básicas sobre la evolución histórica del calendario en general y las características del que tiene entre manos, pero además nuestro calendario puede colgarse en la pared, de manera que quede expuesto en la forma más clásica: arriba la ilustración y debajo el mes. En cada uno de los días, junto con su referencia naturalista (su planta, su animal…), también se señala su correspondencia con la fecha del calendario gregoriano. Así podemos encontrar rápidamente las equivalencias de fechas entre el calendario revolucionario y el gregoriano. A todos nos gusta saber cuál es la planta o el animal del día que nacimos, o felicitar el cumpleaños a los amigos diciéndoles cuál es el suyo».
Aunque tal vez sea el que está más estrechamente relacionado con nuestra cultura, el francés no es el único calendario revolucionario. Entre ellos también se cuentan el soviético, el cubano o el venezolano. ¿Podrían ser objeto de futuras ediciones?
«La Revolución Francesa, a diferencia de otras revoluciones, es la madre de nuestra modernidad. Muchos de sus principios sentaron las bases de las democracias occidentales y, dado su carácter utópico, siguen vigentes. Baste recordar el viejo lema “Liberté, Égalité, Fraternité”. En ese sentido, siempre tenemos una revolución pendiente, y el calendario es un emblema llamativo que nos recuerda que podemos repensar el pasado para adoptar nuevas perspectivas desde un punto de vista crítico y razonado.
Lo que nos interesa del calendario revolucionario francés es justamente que una gran mayoría de personas seguimos defendiendo sus bases laicas, democráticas y racionalistas. Otros calendarios no pueden presumir de congregar tanto acuerdo ideológico».
Eduardo Bravo
El Diario

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