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BUENOS AIRES — El proyecto de ley para despenalizar el aborto en la Argentina se aprobó el 14 de junio por un estrecho margen en la Cámara de Diputados. Fue el primer paso para aprobar una legislación que ha sido rechazada seis veces en once años. Ese día, miles de mujeres salieron a las calles del centro de Buenos Aires con pañuelos verdes para celebrar.
Ahora, el proyecto se encuentra en su segunda fase: el 8 de agosto el Senado votará a favor o en contra de legalizar el aborto voluntario hasta la semana catorce de gestación. Este debate ocurre en un momento histórico.
El derecho al aborto voluntario ha sido conquistado en varias partes del mundo occidental, pero solo tres países de America Latina —Cuba, Guyana y Uruguay—, lo permiten sin restricciones. En la Argentina la ley se discute con una carga adicional: se trata de un país que sufrió una dictadura militar que mantenía con vida a mujeres embarazadas —consideradas “subversivas”— hasta que parían para después asesinarlas y entregar a sus hijos a familias cercanas al poder.
Ese episodio de la historia argentina inspiró a la autora canadiense Margaret Atwood a escribir una novela distópica en la que un Estado autoritario limita los derechos de las mujeres y esclaviza a las mujeres fértiles para obligarlas a gestar a los hijos de los hombres en el poder. En El cuento de la criada, como en la Argentina de la dictadura, muchas mujeres son usadas como incubadoras humanas al servicio de un Estado. Es por esa carga histórica que, si la ley es aprobada, Argentina será un referente simbólico para el resto del continente, donde más del 97 por ciento de las mujeres en edad reproductiva viven con leyes de aborto restrictivas.
La región ha virado en el último año hacia una política más conservadora. En Brasil, la bancada evangélica en el Congreso está impulsando la prohibición del aborto, incluso en casos que ponga en riesgo la vida o salud de la mujer. En Chile, con el regreso de la derecha al poder, hay voces en el gobierno que han dicho que se deberían repensar la despenalización del aborto –sancionada el año pasado– en casos de violación o anormalidad fetal grave y para salvar la vida de la mujer. El Senado argentino tiene el miércoles 8 de agosto la posibilidad de resarcir la deuda histórica con las mujeres y, de paso, podría ayudar a cambiar la devastadora tendencia regional que ha hecho que el 10 por ciento de las muertes maternas en Latinoamérica se deban a abortos inseguros.
La región ha virado en el último año hacia una política más conservadora. En Brasil, la bancada evangélica en el Congreso está impulsando la prohibición del aborto, incluso en casos que ponga en riesgo la vida o salud de la mujer. En Chile, con el regreso de la derecha al poder, hay voces en el gobierno que han dicho que se deberían repensar la despenalización del aborto –sancionada el año pasado– en casos de violación o anormalidad fetal grave y para salvar la vida de la mujer. El Senado argentino tiene el miércoles 8 de agosto la posibilidad de resarcir la deuda histórica con las mujeres y, de paso, podría ayudar a cambiar la devastadora tendencia regional que ha hecho que el 10 por ciento de las muertes maternas en Latinoamérica se deban a abortos inseguros.
Nicholas Hunt/Getty Images North America
Cuando Atwood publicó en 1985 El cuento de la criada, no imaginó que sería tan vigente en 2018 y probablemente menos que se discutiría con tanta urgencia en Argentina. Mientras se libra la batalla parlamentaria, su novela arroja una poderosa lección: las pulsiones regresivas pueden instaurarse de manera repentina en los parlamentos y las victorias legales y sociales de las mujeres —y de la agenda progresista que ha avanzado de manera limitada en América Latina— no dejan de ser frágiles. En este debate, donde está en juego una medida que podría salvar a casi medio centenar de mujeres que mueren cada año por complicaciones derivadas de abortos inseguros o clandestinos, la lucha por extender y fortalecer los derechos de las mujeres debe ser permanente.
Hay muchas resonancias entre el debate parlamentario y El cuento de la criada son muchas y, con el paso de los días, se ha convertido en un argumento central en la discusión pública argentina. Solo hace unos días, mientras un grupo de expertos y políticos debatían la ley, un contingente de activistas con capas rojas y gorros blancos se presentaron frente al Congreso en Buenos Aires. Iban vestidas como “las criadas” de la novela de Atwood, las mujeres fértiles que son obligadas a gestar a los hijos de los líderes del régimen autocrático.
Durante la sesión en la Cámara de Diputados, la legisladora Victoria Donda resaltó las rimas del pasado entrelazando la trama de El cuento de la criada y su historia personal: nació en la Escuela de Mecánica de la Armada, un centro de detención clandestino en Buenos Aires en 1977; su madre, mantenida con vida durante los primeros quince días de su nacimiento, fue asesinada y ella, cedida a una familia de un militar. Su nacimiento fue producto de un Estado totalitario en el que las mujeres no tenían derechos. “¿Por qué es tan difícil que podamos sancionar una ley que le reconozca este derecho a la mujer?”, cuestionó Donda.
La participación de Atwood en el debate no solo es simbólica. Hace unos días la escritora se insertó en la polémica cuando confrontó a la vicepresidenta Gabriela Michetti, después de que esta declarara que “no permitiría el aborto ni en los casos de violación”. Y en una carta abierta, publicada a principios de julio, volvió al tema: “Fuerce partos si usted quiere, Argentina, pero por lo menos llame a lo forzado por lo que es. Es esclavitud”. Es la esclavitud que sufren las mujeres en su obra y que sufrieron cientos de mujeres, como la madre de Donda, durante la dictadura argentina.
El Senado, que preside la misma Michetti, tiene un perfil más conservador que la Cámara de Diputados, aunque cada vez menos. Todo indica que la votación será cerrada y difícil de predecir: ahora está en 32 en contra, 28 a favor, 11 indecisos y una abstención. Pero si hay un parlamento en América Latina sensible al pulso popular es el argentino. Y las calles no han dejado de pronunciarse notoriamente a favor: los pañuelos verdes siempre han sido mucho más que los celestes de los llamados seguidores provida. Según una encuesta reciente, el 59 por ciento de los argentinos están de acuerdo con la ley.
Pablo Stefanec/Associated Press
Igual de sensible a la presión social es el presidente Mauricio Macri. Fue él quien, pese a ser provida, inició el debate para mejorar su aprobación en un sector de centroizquierda e izquierda que es hostil a su gobierno. Ahora su popularidad va en picada, del 66 por ciento de aprobación en octubre, llegó al 35 por ciento en julio. Cuando el grito a favor del aborto está más alto que nunca en las calles, Macri ya salió a decir que no vetaría la ley si es aprobada por el Senado.
Pese a tener un gobierno conservador, en la Argentina se podría conseguir una victoria crucial en una de las regiones del mundo más peligrosas para ser mujer. Esta victoria, además, será indispensable para un país en el que los cuerpos de las mujeres fueron usados de manera sistemática por un Estado militarizado y que persiguió a las valientes Madres de la Plaza de Mayo, quienes se atrevieron a alzar la voz contra el autoritarismo.
En su carta, Atwood le pregunta a la Argentina: “¿En qué clase de país querés vivir? ¿En uno en el que cada individuo es libre de tomar decisiones concernientes a la salud y el cuerpo […] o en uno en el que la mitad de la población es libre y la otra mitad es esclavizada?”. El Senado decidirá la próxima semana si la Argentina vivirá en un país mejor o en uno que limita uno de los derechos más básicos, el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos.
Sylvia Colombo es corresponsal en América Latina del diario Folha de São Paulo y vive en Buenos Aires.
New York Times
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