Hoy, más de 3.000 millones de personas, más de la mitad de la humanidad, estamos confinados en nuestros hogares por el coronavirus. El coronavirus protagoniza una pandemia que está batiendo todo tipo de records sanitarios, biológicos, económicos y, sobre todo, sociales y emocionales.
Bajo la monotonía de estos días terribles de confinamiento e incertidumbre alimentamos el deseo de que todo termine. Y terminará. Y tendremos delante la lista de buenos propósitos que nos hacemos en estos días, de vivir mejor la vida, de no dar importancia a lo que no la tiene, de no caer en los errores que nos trajeron aquí… Corremos el grave riesgo de olvidarlo todo tan pronto abramos las puertas de nuestras casas por fin… Pero como decimos cada 31 de diciembre, (…) dejémoslo, por lo menos, anotado en un papel en la puerta de la nevera …
El virus ha puesto en jaque todos los sistemas sanitarios nacionales e internacionales, pero no hay sistema sanitario de ningún país, no hay cuerpo de seguridad de ningún estado capaz de protegernos en la escala y con la fiabilidad con la que lo hace la naturaleza. Las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la salud indicaron hace tiempo lo que ahora estamos sufriendo: no estamos preparados para una gran pandemia. Y lo dijo y lo dice a la vez que anuncia que cada vez habrá más.
El efecto protector de la naturaleza ante patógenos e infecciones se conoce desde antiguo y hace ya varias décadas que los científicos lo han demostrado. En las zoonosis hay normalmente varias especies implicadas, con lo que cambios en la diversidad de animales y plantas afectan a las posibilidades de que el patógeno entre en contacto con el ser humano y lo infecte. El efecto protector de la biodiversidad por dilución fue planteado por Keesing y colaboradores hace quince años, en un importante artículo en la revista Nature. Este efecto protector por dilución de la carga vírica fue demostrado unos años más tarde por Johnson y Thieltges. El efecto protector por amortiguamiento de la biodiversidad se demostró para el caso del virus del Nilo y la diversidad de aves por Ezenwa y colaboradores en el año 2006.
Estamos llevando a la vida a su sexta gran extinción, amenazando el futuro de un millón de especies, a un ritmo mil veces mayor que la tasa de extinción natural. Estamos empobreciendo y simplificando los ecosistemas, dejando solo las especies que nos interesan o incluso poniendo o, mejor, imponiendo, a aquellas que nos interesan. Bosques simplificados que se vuelven muy sensibles a cambios y perturbaciones ambientales. Bosques que no amortiguan los extremos de calor y frío. Bosques que no cumplen bien sus funciones ecológicas. Y, ahora nos volvemos a dar cuenta, bosques que apenas nos protegen de las zoonosis.
De esta manera llegamos a … ¡la ecuación del desastre! Una simple ecuación en la que la magnitud del desastre resulta de estas tres variables clave. La suma de la desigualdad social y la destrucción ambiental es a su vez multiplicada por la globalización. Hay que reflexionar sobre los ingredientes de este desastre para no seguir sufriéndolo.
El gran problema actual de la humanidad es que los seres humanos nos concebimos como algo diferente y separado de eso que llamamos medio ambiente, naturaleza o biosfera. Somos inmensamente ciegos a la hora de ver que todo lo que hacemos al resto de la biosfera se lo hacemos a nuestra salud, a nuestra economía, a nuestra sociedad.
¿Somos tan ciegos que no vemos El elefante en la habitación? … ¿Es que nadie lo ve? ¿o acaso sólo nos acordamos de él cuando nos vemos en dificultades extremas? ¿Cómo podemos pensar que destruir los ecosistemas y sobrexplotar los recursos no va a tener consecuencias profundas en nuestras vidas? ¿Qué tiene que ocurrir para abrirnos los ojos, para que relacionemos las noticias con los procesos físicos y biológicos que las explican? La pandemia del coronavirus, como el 70% de las enfermedades emergentes de los últimos 40 años, la hemos provocado directa o indirectamente nosotros mismos. La culpa no es de murciélagos o pangolines, sino de nuestros nuevos hábitos globales en medio de una naturaleza que ya está simplificada y empobrecida, y que no cumple muchas de las funciones. Que no cumple con nuestra protección, ahora que tanto la necesitamos.
Vivimos de espaldas a la naturaleza, pero nuestra salud depende de ella mucho más de lo que pensamos. Vendrán más virus y no habrá sistema sanitario que pueda contenerlo. Solo una naturaleza rica y funcional, con los adecuados niveles de biodiversidad, podrá regular y amortiguar los impactos de las futuras zoonosis en la humanidad. Si realmente aspiramos a un mundo más feliz, si nos proponemos mejorar nuestro bienestar y el de las generaciones futuras no tenemos más remedio, no existe otra alternativa, que conservar, restaurar y mimar los ecosistemas que nos rodean, asegurándonos de no dejar … a ninguna especie fuera!
Bajo la monotonía de estos días terribles de confinamiento e incertidumbre alimentamos el deseo de que todo termine. Y terminará. Y tendremos delante la lista de buenos propósitos que nos hacemos en estos días, de vivir mejor la vida, de no dar importancia a lo que no la tiene, de no caer en los errores que nos trajeron aquí… Corremos el grave riesgo de olvidarlo todo tan pronto abramos las puertas de nuestras casas por fin… Pero como decimos cada 31 de diciembre, (…) dejémoslo, por lo menos, anotado en un papel en la puerta de la nevera …
El virus ha puesto en jaque todos los sistemas sanitarios nacionales e internacionales, pero no hay sistema sanitario de ningún país, no hay cuerpo de seguridad de ningún estado capaz de protegernos en la escala y con la fiabilidad con la que lo hace la naturaleza. Las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la salud indicaron hace tiempo lo que ahora estamos sufriendo: no estamos preparados para una gran pandemia. Y lo dijo y lo dice a la vez que anuncia que cada vez habrá más.
El efecto protector de la naturaleza ante patógenos e infecciones se conoce desde antiguo y hace ya varias décadas que los científicos lo han demostrado. En las zoonosis hay normalmente varias especies implicadas, con lo que cambios en la diversidad de animales y plantas afectan a las posibilidades de que el patógeno entre en contacto con el ser humano y lo infecte. El efecto protector de la biodiversidad por dilución fue planteado por Keesing y colaboradores hace quince años, en un importante artículo en la revista Nature. Este efecto protector por dilución de la carga vírica fue demostrado unos años más tarde por Johnson y Thieltges. El efecto protector por amortiguamiento de la biodiversidad se demostró para el caso del virus del Nilo y la diversidad de aves por Ezenwa y colaboradores en el año 2006.
Estamos llevando a la vida a su sexta gran extinción, amenazando el futuro de un millón de especies, a un ritmo mil veces mayor que la tasa de extinción natural. Estamos empobreciendo y simplificando los ecosistemas, dejando solo las especies que nos interesan o incluso poniendo o, mejor, imponiendo, a aquellas que nos interesan. Bosques simplificados que se vuelven muy sensibles a cambios y perturbaciones ambientales. Bosques que no amortiguan los extremos de calor y frío. Bosques que no cumplen bien sus funciones ecológicas. Y, ahora nos volvemos a dar cuenta, bosques que apenas nos protegen de las zoonosis.
De esta manera llegamos a … ¡la ecuación del desastre! Una simple ecuación en la que la magnitud del desastre resulta de estas tres variables clave. La suma de la desigualdad social y la destrucción ambiental es a su vez multiplicada por la globalización. Hay que reflexionar sobre los ingredientes de este desastre para no seguir sufriéndolo.
El gran problema actual de la humanidad es que los seres humanos nos concebimos como algo diferente y separado de eso que llamamos medio ambiente, naturaleza o biosfera. Somos inmensamente ciegos a la hora de ver que todo lo que hacemos al resto de la biosfera se lo hacemos a nuestra salud, a nuestra economía, a nuestra sociedad.
¿Somos tan ciegos que no vemos El elefante en la habitación? … ¿Es que nadie lo ve? ¿o acaso sólo nos acordamos de él cuando nos vemos en dificultades extremas? ¿Cómo podemos pensar que destruir los ecosistemas y sobrexplotar los recursos no va a tener consecuencias profundas en nuestras vidas? ¿Qué tiene que ocurrir para abrirnos los ojos, para que relacionemos las noticias con los procesos físicos y biológicos que las explican? La pandemia del coronavirus, como el 70% de las enfermedades emergentes de los últimos 40 años, la hemos provocado directa o indirectamente nosotros mismos. La culpa no es de murciélagos o pangolines, sino de nuestros nuevos hábitos globales en medio de una naturaleza que ya está simplificada y empobrecida, y que no cumple muchas de las funciones. Que no cumple con nuestra protección, ahora que tanto la necesitamos.
Vivimos de espaldas a la naturaleza, pero nuestra salud depende de ella mucho más de lo que pensamos. Vendrán más virus y no habrá sistema sanitario que pueda contenerlo. Solo una naturaleza rica y funcional, con los adecuados niveles de biodiversidad, podrá regular y amortiguar los impactos de las futuras zoonosis en la humanidad. Si realmente aspiramos a un mundo más feliz, si nos proponemos mejorar nuestro bienestar y el de las generaciones futuras no tenemos más remedio, no existe otra alternativa, que conservar, restaurar y mimar los ecosistemas que nos rodean, asegurándonos de no dejar … a ninguna especie fuera!
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