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Iniciando con música y poesía, recordando a MIGUEL HERNÁNDEZ, que nació en un día como hoy, pero de 1910


JOAN MANUEL SERRAT nanas de la cebolla



NANAS DE LA CEBOLLA
La cebolla es escarcha 
cerrada y pobre. 
Escarcha de tus días 
y de mis noches. 
Hambre y cebolla, 
hielo negro y escarcha 
grande y redonda. 

En la cuna del hambre 
mi niño estaba. 
Con sangre de cebolla 
se amamantaba. 
Pero tu sangre, 
escarchada de azúcar 
cebolla y hambre. 

Una mujer morena 
resuelta en lunas 
se derrama hilo a hilo 
sobre la cuna. 
Ríete niño 
que te traigo la luna 
cuando es preciso. 

Tu risa me hace libre, 
me pone alas. 
Soledades me quita, 
cárcel me arranca. 
Boca que vuela, 
corazón que en tus labios 
relampaguea. 

Es tu risa la espada 
más victoriosa, 
vencedor de las flores 
y las alondras. 
Rival del sol. 
Porvenir de mis huesos 
y de mi amor. 

Desperté de ser niño: 
nunca despiertes. 
Triste llevo la boca: 
ríete siempre. 
Siempre en la cuna 
defendiendo la risa 
pluma por pluma. 

Al octavo mes ríes 
con cinco azahares. 
Con cinco diminutas 
ferocidades. 
Con cinco dientes 
como cinco jazmines 
adolescentes. 

Frontera de los besos 
serán mañana, 
cuando en la dentadura 
sientas un arma. 
Sientas un fuego 
correr dientes abajo 
buscando el centro. 

Vuela niño en la doble 
luna del pecho: 
él, triste de cebolla, 
tú satisfecho. 
No te derrumbes. 
No sepas lo que pasa 
ni lo que ocurre. 

Miguel Hernández

(Orihuela, 1910 - Alicante, 1942) Poeta español. Adscrito a la Generación del 27, destacó por la hondura y autenticidad de sus versos, reflejo de su compromiso social y político.
Nacido en el seno de una familia humilde y criado en el ambiente campesino de Orihuela, de niño fue pastor de cabras y no tuvo acceso más que a estudios muy elementales, por lo que su formación fue autodidacta.
Su interés por la literatura lo llevó a profundizar en la obra de algunos clásicos, como Garcilaso de la Vega o Luis de Góngora, que posteriormente tuvieron una marcada influencia en sus versos, especialmente en los de su etapa juvenil. También conoció la producción de autores como Rubén Darío o Antonio Machado. Participó en las tertulias literarias locales organizadas por su amigo Ramón Sijé, encuentros en los que se relacionó con la que luego fue su esposa e inspiradora de muchos de sus poemas, Josefina Manresa.
Con veinticuatro años viajó a Madrid y conoció a Vicente Aleixandre y a Pablo Neruda; con este último fundó la revista Caballo Verde para la Poesía. Las ideas marxistas del poeta chileno tuvieron una gran influencia sobre el joven Miguel, que se alejó del catolicismo e inició la evolución ideológica que lo condujo a tomar posiciones de compromiso beligerante durante la Guerra Civil.
Tras el triunfo del Frente Popular colaboró con otros intelectuales en las Misiones Pedagógicas, movimiento de carácter social y cultural. En 1936 se alistó como voluntario en el ejército republicano. Durante la contienda contrajo matrimonio con Josefina Manresa, publicó diversos poemas en las revistas El Mono AzulHora de España y Nueva Cultura, y dio numerosos recitales en el frente. El fallecimiento de su primer hijo (1938) y el nacimiento del segundo (1939) se añadieron como motivo inspirador de su obra poética.
Terminada la guerra regresó a Orihuela, donde fue detenido. Condenado a muerte, luego se le conmutó la pena por la de cadena perpetua. Después de pasar por varias prisiones, murió en el penal de Alicante víctima de un proceso tuberculoso: de esta forma se truncó una de las trayectorias más prometedoras de las letras españolas del siglo XX.
La poesía de Miguel Hernández
Aunque cronológicamente el autor debería pertenecer a la llamada promoción del 35, de la que formaron parte poetas como L. Rosales o L.M. Panero, el estilo de su obra y su relación con los representantes de la Generación del 27 hacen que se le considere el miembro más joven de esta última, el "genial epígono del grupo" en palabras de Dámaso Alonso. Su trayectoria como escritor dio comienzo con algunas colaboraciones en la revista de tendencia católica El Gallo Crisis, dirigida por Ramón Sijé.
Su primer volumen de versos, Perito en lunas (1934), está formado por 42 octavas reales en las que los objetos cotidianos y humildes son descritos con un hermetismo formal en el que trasluce claramente el magisterio gongorino. Sin embargo, en otros poemas de la misma época se intuye una mayor soltura verbal y el inicio de su compromiso con la causa de los desheredados
El poeta tal y como lo retrató Buero Vallejo en prisión
En 1934, después de dar a conocer en la revista Cruz y Raya el auto sacramentalQuién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, de carácter calderoniano, comenzó la que a la postre fue considerada su obra maestra y de madurez, El rayo que no cesa (1936), que inicialmente pensaba titular El silbo vulnerado. La vida, la muerte y el amor (éste como hilo conductor del poemario) son los ejes centrales de un libro compuesto mayoritariamente por sonetos y deslumbrante en su conjunto, aunque destaca alguna elegía como la dedicada a la muerte de Ramón Sijé, escrita en tercetos encadenados y considerada una de las más importantes de la lírica española de todos los tiempos.
Durante la Guerra Civil cultivó la llamada poesía de guerra: su fe republicana se plasmó en una serie de poemas reunidos en Viento del pueblo (1937), que incluyó la "Canción del esposo soldado", dirigida a su mujer, y otras creaciones famosas, como "El niño yuntero". También en este período concibe El hombre acecha (1939), que manifiesta su visión trágica de la contienda fratricida, y diversos textos dramáticos que se publicaron con el título Teatro en la guerra (1937).
Mientras se hallaba en la cárcel escribió Cancionero y romancero de ausencias(1938-1941), donde hizo uso de formas tradicionales de la poesía popular castellana para expresar en un estilo conciso y sencillo su hondo pesar por la separación de su mujer y sus hijos y la angustia que le producían los efectos devastadores de la guerra.
Biografías y Vidas


OBRA POÉTICA
No es Miguel Hernández “poeta malogrado”, frase que él detestaba. Bien logrado es lo que nos dejó. Verdad es que no pudo mostrarnos lo que hubiese aportado en su madurez y en plena libertad.
Poemas de adolescencia
Los primeros poemas muestran una sorprendente facilidad para la versificación:
En la ermita campesina
oro en caldo, a la mañana,
echa, fina, la campana.

Cuando en ella da la brisa,
dice presta: Pasa a prisa.
Pasa a prisa, que hoy es fiesta.



Perito en lunas (1933)
Es un libro vanguardista. Lleno de neogongorismo, garcilanismo y calderonismo. Pero está lleno también de sabor popular, cercano a la tierra. El tema central se relaciona con la luna, no con la luna mitologizada de Lorca, sino la luna real, vista y sentida en el monte. Ya vemos en estos poemas el uso de la anáfora, tan empleada posteriormente por Miguel Hernández: Bajaré contra el peso de mi peso... alrededor de sus alrededores.
Estos poemas se caracterizan por su intenso lirismo y su excelente elaboración. Se nota la influencia de Luis de Góngora (1561-1627). 
La obra está compuesta por cuarenta y dos octavas reales de un hermetismo sólo equiparable a la maestría formal y retórica que demuestran. Contrasta el refinamiento de la forma y los temas populares y naturales escogidos: el gallo del corral, la granada, el cohete, etc.
Poemas sueltos (1933-1936)
Los versos de este libro señalan una liberación de la forma clásica. Se entrega a la expresión libre y a la “poesía impura”. Imágenes surrealistas, versos libres, aire de revolución. Bajo influjo de Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, Miguel Hernández escribe una poesía humana. El tema del libro es la sangre como “sino sangriento”, que desembocará en la Guerra Civil (1936-1939).
El silbo vulnerado (1934)
Es el canto del poeta en su soledad de enamorado. Anticipa ya mucha de la temática de la obra siguiente.
El rayo que no cesa (1936)
La crítica considera este libro la obra más lograda de Miguel Hernández. Es un conjunto de poemas, en su mayor parte sonetos amorosos, en los que se nota el influjo de la lírica renacentista y barroca: Garcilaso, Góngora y Quevedo. También revela los medios expresivos de la generación del 27.
El libro rezuma recuerdos de su noviazgo y está lleno de ternura; pero también de rebelión soterrada contra las normas puritanas de la ciudad de provincia.
Estos poemas tratan los temas que Miguel Hernández conoció y experimentó con intensidad: el amor, la muerte, la guerra y la injusticia. El libro está lleno de un hondo sentimiento amoroso unido a una conciencia no menos honda del dolor. La soledad y la pena alternan con la pasión amorosa. Pero en el fondo el libro rebosa una concepción dionisíaca de la vida y un sentimiento eminentemente sensual del amor. Es la agonía de una pasión trágica y viril. Es un mundo poblado de ansiedades y sombras trágicas, un mundo quevedesco.
En estos sonetos se desarrolla la visión que del mundo tiene Miguel Hernández, un mundo concebido como batalla de amor y muerte, batalla que impide la plenitud de los deseos y las posibilidades que el poeta siente en sí. El toro de lidia será el símbolo principal del deseo contenido del hombre, nunca completamente realizado.
Viento del pueblo (1937)
Esta obra, compuesta durante la Guerra Civil, contiene una poesía militante y propagandística como la que también realizaba Rafael Alberti y que llamaba “poesía de guerra”. Es el viento de la Guerra Civil. Son versos épicos, arengas, gritos, dentelladas, cólera, explosiones, ternura y llanto. Llora a los muertos en la guerra, a Lorca, al niño yuntero, a los campesinos, al sudor del trabajo. Son poesías de guerra y han sido escritas en las trincheras. Estas poesías han exaltado el ánimo de los combatientes:
Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellinos de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.
Libro menos preocupado por cuestiones retóricas y atento sobre todo a la difusión del mensaje.
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
El hombre acecha (1938)
Muestra el rostro humano y cruel de la guerra y el sufrimiento de sus compañeros en el campo de batalla en plena Guerra Civil. El tema es la guerra, pero aun más la desesperación. Está lleno de un tono severo y grave, lleno de furor, dolor viril y llanto verdadero. Ni una concesión literaria. La poesía que era canto en el libro anterior todavía, aquí es grito, verdad desnuda. Ni un ápice de artificio en este libro. Sobrecogen los poemas Es sangre, no granizo y el tremendo Tren de los heridos. Amargura, sangre y muerte, destrucción. Al final el poeta grita suplicante: Dejadme la esperanza.
Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)
Esta obra es de un sobrio esteticismo. Los temas de esta obra son los tradicionales de la lírica popular española como el amor hacia la esposa e hijos, la soledad del prisionero y las consecuencias de la guerra.
Este libro está escrito en un peregrinar del poeta por las cárceles españolas. Miguel Hernández lo acabó en la cárcel (1938-1941). Es un verdadero diario íntimo que relata su calvario de prisionero. Sólo la dulzura del amor de la esposa y del hijo alivia su dolor. Son poemas breves, escritos en pocas palabras desnudas. Ni un rastro de leve retórica. Canciones y romances lloran virilmente ausencias irremediables, el lecho, las ropas, una fotografía. Yo no hay eco de Vicente Aleixandre o de Pablo Neruda, es el Miguel Hernández más auténtico. Ninguno de estos poemas, que cantan elegíacamente a los muertos en la guerra, la soledad, el amor de la esposa ahora imposible en la ausencia, etc., ninguno de estos poemas necesita interpretación alguna. Entran en el corazón y el entendimiento como un disparo. Es la canción viril, estoica y llena de duelo.
Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes, tristes.
Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes.
Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, tristes.
Últimos poemas (1938-1941)
Son últimos poemas patéticos. Contienen las famosas Nanas de la cebolla, para algunos las más patéticas y tiernísimas canciones de cuna de la poesía española y quizás de la universal. Están dedicadas a su hijo, al recibir una carta de su mujer en que le decía que no comía más que pan y cebolla.
OBRAS TEATRALES
Su obra dramática es paralela a la poética y presenta la misma evolución: desde la inspiración en modelos clásicos y en el contenido cristiano, hasta el activismo político de sus últimas piezas.
Quién te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras (1933-34)
Auto sacramental que busca reproducir los del XVII de forma excesivamente fiel y que resulta, además, irrepresentable por su longitud.
Los hijos de la piedra (1935)
Esta pieza aparece con motivo del levantamiento de los mineros asturianos sofocado por Francisco Franco.
Teatro de guerra (1937)
El labrador de más aire (1937)
Dramas sociales en los que el influjo de la obra de Lope, sobre todo de Fuenteovejuna, es evidente. Esta obra, lo mismo que Los hijos de la piedra, plantea el problema de la injusticia social.
Pastor de la muerte (1937)
Pieza de propaganda dedicada al heroísmo de los defensores de Madrid que está entre lo mejor de su teatro.

EL NIÑO YUNTERO

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombre jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.  

cancion del esposo soldado en la voz de Miguel Hernandez



A MI HIJO

Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
abiertos ante el cielo como dos golondrinas:
su color coronado de junios, ya es rocío
alejándose a ciertas regiones matutinas.

Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,
como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,
con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
como bajo la tierra quiero haberte enterrado.

Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,
al fuego arrebatadas de tus ojos solares:
precipitado octubre contra nuestras ventanas,
diste paso al otoño y anocheció los mares.

Te ha devorado el sol, rival único y hondo
y la remota sombra que te lanzó encendido;
te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,
tragándote; y es como si no hubieras nacido.

Diez meses en la luz, redondeando el cielo,
sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.
Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;
atardeció tu carne con el alba en un lado.

El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente,
carne naciente al alba y al júbilo precisa;
niño que sólo supo reir, tan largamente,
que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa.

Ausente, ausente, ausente como la golondrina,
ave estival que esquiva vivir al pie del hielo:
golondrina que a poco de abrir la pluma fina,
naufraga en las tijeras enemigas del vuelo.

Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,
de llegar al más leve signo de la fiereza.
Vida como una hoja de labios incipientes,
hoja que se desliza cuando a sonar empieza.

Los consejos del mar de nada te han valido...
Vengo de dar a un tierno sol una puñalada,
de enterrar un pedazo de pan en el olvido,
de echar sobre unos ojos un puñado de nada.

Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;
los latentes colores de la vida, los huertos,
el centro de las flores a tus pies destinado,
de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.

Mujer arrinconada: mira que ya es de día.
(¡Ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada!)
Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,
la noche continúa cayendo desolada


TODO ERA AZUL

Todo era azul delante de aquellos ojos y era
verde hasta lo entrañable, dorado hasta muy lejos.
Porque el color hallaba su encarnación primera
dentro de aquellos ojos de frágiles reflejos.

Ojos nacientes: luces en una doble esfera.
Todo radiaba en torno como un solar de espejos.
Vivificar las cosas para la primavera
poder fue de unos ojos que nunca han sido viejos.

Se los devoran. ¿Sabes? No soy feliz. No hay goce
como sentir aquella mirada inundadora.
Cuando se me alejaba, me despedí del día.

La claridad brotaba de su directo roce,
pero los devoraron. Y están brotando ahora
penumbras como el pardo rubor de la agonía

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