Recordando al escritor Gustave Flaubert, que nació en un día como hoy, pero del año 1821. Algunas frases de Flaubert para tener en cuenta
La vida debe ser una continua educación. Uno debe aprender todo.
Cuidado con la tristeza. Es un vicio.
Cada sueño encuentra su forma; hay una bebida para cada sed y amor para cada corazón. Y no hay mejor manera de pasar tu vida que en la preocupación incesante de una idea, de un ideal.
El talento es tener mucha paciencia, y la originalidad es un esfuerzo de voluntad y observación intensa.
Si vuestra obra de arte es buena, si es verdadera, encontrará su eco y se hará su lugar… Dentro de seis meses, de seis años, o después de nuestra muerte. ¿Qué más da?
Los momentos más gloriosos de tu vida no son los días en que has tenido éxito, sino aquellos días en los que, debido a la desesperación y el abatimiento, sientes la vida como un desafío y la promesa de logros futuros.
El escritor debe meterse en la vida como en el mar, pero solo hasta el ombligo.
Lo que un anciano ve sentado; el joven no puede verlo de pie.
Siempre es triste dejar un lugar al que uno sabe que nunca volverá. Tales son las melancolías por viajar: quizás son una de las cosas más gratificantes de los viajes.
(Ruán, Francia, 1821 - Croisset, id., 1880) Escritor francés. Cronológicamente el tercero de los grandes novelistas del realismo francés (tras Stendhal y Balzac), Gustave Flaubert fue el más exigente y perfeccionista de ellos en materia de objetividad y estilo.
Hijo de un médico, la precoz pasión de Flaubert por la literatura queda patente en la pequeña revista literaria Colibrí, que redactaba íntegramente, y en la que de una manera un tanto difusa pero sorprendente se reconocen los temas que desarrollaría el escritor adulto. Estudió derecho en París, donde conoció a Maxime du Camp, cuya amistad conservó toda la vida, y junto al que realizó un viaje a pie por las regiones de Turena, Bretaña y Normandía. A este viaje siguió otro, más importante (1849-1851), a Egipto, Asia Menor, Turquía, Grecia e Italia, cuyos recuerdos le servirían más adelante para su novela Salambó.
Excepto durante sus viajes, Gustave Flaubert pasó toda su vida en su propiedad de Croisset, entregado a su labor de escritor. Entre 1847 y 1856 mantuvo una relación inestable pero apasionada con la poetisa Louise Colet, aunque su gran amor fue sin duda Elisa Schlésinger, quien le inspiró el personaje de Marie Arnoux de La educación sentimental y que nunca llegó a ser su amante.
La obra de Gustave Flaubert
Los viajes desempeñaron un papel importante en su aprendizaje como novelista, dado el valor que concedía a la observación de la realidad. Flaubert no dejaba nada en sus obras a merced de la pura inspiración, antes bien, trabajaba con empeño y precisión el estilo de su prosa, desterrando cualquier lirismo, y movilizaba una energía extraordinaria en la concepción de sus obras, en las que no deseaba nada que no fuera real; ahora bien, esa realidad debía tener la belleza de la irrealidad, de modo que tampoco le interesaba dejar traslucir en su escritura la experiencia personal que la alimentaba, ni se permitía verter opiniones propias.
Su voluntad púdica y firme de permanecer oculto en el texto, de estar («como Dios») en todas partes y en ninguna, explica el esfuerzo enorme de preparación que le supuso cada una de sus obras (no consideró publicable La tentación de San Antonio hasta haberla reescrito tres veces), en las que nada se enunciaba sin estar previamente controlado. Las profundas investigaciones eruditas que llevó a cabo para escribir su novela Salambó, por ejemplo, tuvieron que ser completadas con otro viaje al norte de África.
Su primera gran novela publicada, y para muchos su obra maestra, es Madame Bovary (1856), cuya protagonista, una mujer mal casada que es víctima de sus propios sueños románticos, representa, a pesar de su propia mediocridad, toda la frustración que, según Flaubert, había producido el siglo XIX, siglo que él odiaba por identificarlo con la mezquindad y la estupidez que a su juicio caracterizaba a la burguesía.
De esa misma sátira de su tiempo participa toda su producción, incluido un brillante, aunque inacabado, Diccionario de los lugares comunes. La publicación de Madame Bovary, que supuso su rápida consagración literaria, le creó también serios problemas. Atacado por los moralistas, que condenaban el trato que daba al tema del adulterio, fue incluso sometido a juicio, lo cual lo decidió a emprender un proyecto fantasioso y barroco, lo más alejado posible de su realidad: Salambó (1862), que relataba el amor imposible entre una princesa y un mercenario bárbaro en la antigua Cartago.
Su siguiente gran obra, La educación sentimental (1869), fue, en cambio, la más cercana a su propia experiencia, pues se proponía describir las esperanzas y decepciones de la generación de la revolución de 1848. Su última gran obra, Bouvard y Pécuchet, que quedaría inconclusa a su muerte, es una sátira a la vez terrible y tierna del ideal de conocimiento de la Ilustración.
La abundancia de los trabajos que posteriormente se han dedicado a Gustave Flaubert, y en particular a su estilo, confirma el papel central que desempeñaría en la evolución del género novelístico hasta la mitad del siglo XX. Más visible sería aún su influencia más inmediata: el tema de la insatisfacción vital (bovarismo) que aboca al adulterio se convertiría en recurrente dentro del realismo, y sería abordado desde diferentes perspectivas por figuras de la talla de León Tolstói (Ana Karenina, 1877) o Leopoldo Alas <<Clarín>> (La Regenta, 1885).
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