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¿Para qué sirve la filosofía (si es que tiene que servir para algo)? por Jaime Rubio

Aristóteles decidiéndose entre el huevo y la gallina

Arrancamos nuestra serie '¿Filosofía inútil?'. Nuestro objetivo es recordar que la filosofía no tiene que desaparecer ni de las clases ni de nuestras cabezas


¿La filosofía es inútil? ¿Es poco más que un pasatiempo sin aplicaciones prácticas? Parece que los legisladores españoles creen que sí: la asignatura ha perdido horas de clase en el instituto y solo será obligatoria en 1º de Bachillerato. Los estudios universitarios en esta materia tampoco pasan por su mejor momento: la tasa de paro se acerca al 30%, en un momento en el que estudiar cualquier carrera universitaria se ve casi en exclusiva como un paso hacia la incorporación en el mundo laboral.
En este contexto, ¿merece la pena estudiar filosofía o es mejor dedicar más horas a otras asignaturas?
Algo más que una salida profesional
"No podemos supeditar nuestra relación con el conocimiento a nuestra salida laboral", afirma a Verne la filósofa Marina Garcés, autora de Fuera de clase. En su opinión, las preguntas "cómo queremos formarnos" y "en qué queremos trabajar" no tienen por qué tener una misma respuesta. Es más, que no coincidan la formación y el empleo que finalmente desempeñamos no es algo que les ocurra solo a los filósofos.
“La universidad no es una expendeduría de títulos para el mercado laboral -nos explica Adela Cortina, filósofa y catedrática de la Universidad de Valencia-. No es el mercado el que ha de decidir qué carreras se implantan y cuáles no. El criterio debe ser el de las necesidades de la sociedad para construir un futuro más humano. Formar personas y ciudadanos con conocimientos y capacidad de innovación es la clave”.
Además de eso, la filosofía es un conocimiento importante incluso aunque nos decidamos por otras carreras o profesiones, ya que nos ayuda “a discernir qué metas queremos perseguir con los conocimientos técnicos -apunta Cortina-. Sin ese saber fecundo las técnicas pueden emplearse para sanar o para matar, para destrozar países y personas o para erradicar la pobreza y reducir las desigualdades”. Es decir, nos invita a una “reflexión profunda sobre las metas, las actitudes y las convicciones que necesita una sociedad flexible”.
Como recuerda Garcés, la filosofía no tiene un objeto de estudio propio, por lo que puede "abrir distancia entre lo que sabemos y lo que no sabemos". Los filósofos se cuestionan lo que damos por hecho, buscando inconsistencias. Por este motivo, esta autora opina que la filosofía es una asignatura fundamental en intitutos e incluso en educación básica, ya que es "un lenguaje fundamental" para aprender a pensar de forma crítica. No se puede hablar de una formación completa sin contar con esta herramienta básica. "La filosofía no es útil o inútil -concluye Garcés-. Es necesaria".
Un manual de instrucciones para la vida
Una de las críticas habituales que se hace a la filosofía es que no hay progreso: llevamos más de dos mil años haciéndonos las mismas preguntas sin llegar a ninguna conclusión. ¿Por qué necesitamos seguir insistiendo con ellas? ¿Alguna vez sabremos lo que es la justicia, por qué hay algo en lugar de no haber nada o si somos de verdad libres?
Pero en realidad, y como recuerda Marina Garcés en Filosofía inacabada, no estamos dándole vueltas a los mismos temas: el discurso filosófico se ocupa de “problemas para los que siempre necesitamos forjar nuevos conceptos. No porque no tengan solución, sino porque cambian de situación existencial y de contexto histórico, social, cultural y político”.
En ética, por ejemplo, hay que mencionar los esfuerzos de Peter Singer por los derechos animales, años antes de que se popularizaran movimientos sociales en este sentido, además de su trabajo para aumentar las donaciones a países del tercer mundo. Todo eso tras estudiar estos problemas desde un punto de vista filosófico y haciéndose las mismas preguntas éticas que nos hemos hecho a lo largo de la historia.
Y si hablamos de política y economía, gran parte del debate de las últimas décadas ha venido marcado por las ideas sobre la justicia distributiva de John Rawls y la respuesta, desde el liberalismo, de Robert Nozick, ambos filósofos.
Además de todo esto, a menudo también es necesario reflexionar sobre problemas completamente nuevos, como hacen, por ejemplo, Nick Bostrom con la inteligencia artificial y Byung-Chul Han al preguntarse cómo la tecnología influye en la sociedad contemporánea.
Es decir, la filosofía no se encarga de preguntas sin respuesta, sino que, como nos dice Cortina, se ocupa de “las preguntas que nos constituyen como seres humanos. Si dejáramos de planteárnoslas, perderíamos nuestra humanidad”. Cortina además apunta que sí hay progreso y que ha dado "una gran cantidad de respuestas que conviene conocer porque sirven realmente para vivir mejor”. Como recuerda Garcés, "pensar es repensar, pero no de cero". Hay un diálogo constante con la tradición.
Una herramienta para la democracia
La filosofía no es solo una guía más o menos práctica para vivir mejor. La filósofa Martha C. Nussbaum afirma que las humanidades son fundamentales para la democracia. La filosofía proporciona herramientas de pensamiento crítico que nos ayudan a cuestionar la tradición y la autoridad. Es decir, lo mismo que hacía Sócrates, demostrando que a menudo no sabemos qué significan realmente los conceptos que manejamos.
Además de la labor de la filosofía, Nussbaum recuerda la importancia de los estudios de historia nos permiten identificar nuestro lugar en el mundo en relación con otras culturas, y el papel del arte y la literatura, que estimulan nuestra imaginación al ofrecernos puntos de vista diferentes.
Estos tres campos están interrelacionados y nos ayudan, por ejemplo, a participar en los debates políticos sin quedarnos solo en un intercambio de réplicas destinado a “ganar puntos” para lo que consideramos “nuestro bando”. Por ejemplo, podemos ver si estas posiciones enfrentadas tienen más aspectos en común de lo que parece o si alguna de estas propuestas ya ha intentado llevarse a cabo con anterioridad.
En ¿Para qué servimos los filósofos?, Carlos Fernández Liria nos recuerda algo similar. La democracia obliga a los ciudadanos a “tomar distancia respecto a su inmediata voluntad”, dándose a sí mismos “una oportunidad para razonar”. Y añade: “Este es, en realidad, el sentido profundo del famoso modelo político platónico: el del Rey Filósofo”. La razón nos permite cuestionar las decisiones políticas que van en contra de la libertad.
Eso sí, hay que recordar que la filosofía no es algo exclusivo de las universidades. Como escribe Garcés, se trata de la necesaria tensión entre la Academia de Platón y la tinaja (o el tonel) de Diógenes. El pensamiento filosófico necesita orden y método, pero también una buena dosis de caos.
“Los filósofos no existen -añade Adela Cortina-. Existen filósofos que se encierran en sus despachos y en las aulas, y cierran puertas y ventanas. Pero hay otros que saben que la filosofía nace de la sociedad para la sociedad y trabajan en los dos campos: en el aula y en la arena social. Estos últimos son los verdaderos filósofos”.
Jaime Rubio Hancock
Verne
El País

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