A cinco años del derrumbe de una fábrica textil de Bangladés, los trabajadores de esta industria en ese país laboran arduamente por salarios bajos y en condiciones precarias para hacer ropa que se usa en todo el mundo
Mosammot Bulbuli es una joven que forma parte de los millones de trabajadores de las fábricas de Bangladés, unos establecimientos que abastecen de ropa al resto del mundo.
Daniel Rodrigues para The New York Times
También es una de las miles de personas que estaban trabajando en el edificio Rana Plaza en Savar hace cinco años, cuando colapsó. Más de 1100 trabajadores perdieron la vida; más de 2000 resultaron heridos.
Daniel Rodrigues para The New York Times
Los sobrevivientes narran el momento de la misma manera: la luz se fue durante los primeros minutos del turno de la mañana; a continuación, se activaron los generadores con mucho ruido; luego se sacudieron los muros; se empezó a desmoronar el techo, y se cayó. Había cadáveres por todas partes. Después, oscuridad total.
Unas semanas más tarde, algunas de las tiendas minoristas más grandes del mundo comenzaron a firmar un acuerdo con sindicatos locales sobre estándares de seguridad en el trabajo.
Daniel Rodrigues para The New York Times
Ese acuerdo intenta evidenciar las peligrosas condiciones laborales que imperan en esas empresas. Afuera, en la zona industrial de Savar, las fábricas, curtidurías y plantas de teñido —todas esenciales para la cadena global de suministro— generan un desastre ambiental.
Repletos de desperdicios tóxicos, los humedales, los canales y las calles de Savar se han convertido en campos de cultivo de mosquitos y enfermedades. Más de un millón de personas viven ahí.
Daniel Rodrigues para The New York Times
Daniel Rodrigues para The New York Times
Visitamos Savar el año pasado para ver qué había cambiado y qué seguía igual luego de la tragedia del edificio Rana Plaza. Al llegar a la zona vimos que la casa de Muhammad Moinuddin y su esposa, Rakeya, estaba inundada de agua tóxica.
Daniel Rodrigues para The New York Times
Bangladés, el exportador más grande de ropa después de China, puede ahorrar en costos de manufactura pagando una de las tasas salariales más bajas del mundo e ignorando las leyes, los acuerdos y los estándares que protegerían a los trabajadores y el medioambiente, pero aumentarían los costos.
Un conjunto complejo de leyes y regulaciones, a menudo desacatadas, permite que distintos tipos de fábricas operen según estándares diferentes.
Daniel Rodrigues para The New York Times
En Bangladés la pobreza exacerba los problemas y obliga a que millones de niños dejen de asistir a la escuela y entren a la fuerza laboral. Suelen mentir para conseguir trabajo a pesar de la edad legal de empleo.
Daniel Rodrigues para The New York Times
Cuando les preguntamos su edad a unas personas que cosían las letras “NYC” en unas camisetas, se alejaron de nosotros.
En una fábrica, el propietario admitió: “No podemos seguir todas las reglas, ni siquiera las relacionadas con el empleo de niños. Si seguimos las reglas, debemos aumentar los precios”.
Los turnos de Bulbuli eran de por lo menos ocho horas y consistían en coser una parte de los más de tres mil pantalones que la fábrica produce a diario.
Daniel Rodrigues para The New York Times
Dacca, la capital de Bangladés, intenta rescatar las aguas del río Buriganga —uno de sus recursos vitales, pero cuyas aguas cada vez están más contaminadas— por lo que el gobierno ha ordenado que las curtidurías se reubiquen en Savar y esa medida ha aumentado la contaminación generada por las fábricas de la zona.
Daniel Rodrigues para The New York Times
Bangladés tiene una industria de curtiduría de 1000 millones de dólares. Arriba, un trabajador de una curtiduría pone la piel de un animal en una solución curtidora. La exposición a la mezcla de los químicos utilizados en el procesamiento de las pieles puede provocar graves problemas de salud.
Daniel Rodrigues para The New York Times
Daniel Rodrigues para The New York Times
Aunque muchos sobrevivientes del colapso del Rana Plaza que conocimos en nuestro viaje del año pasado han encontrado trabajos en otras fábricas, algunos han tenido problemas para conseguir empleo e indemnización. Otros se han dedicado a la tarea de ayudar a las víctimas.
Daniel Rodrigues para The New York Times
Mahbub Hasan Ridoy, quien estuvo sepultado veinte horas bajo los escombros, dice que es el único de su departamento que sobrevivió. Ridoy trabaja en una farmacia y tiene la determinación de lograr que los sobrevivientes continúen recibiendo la atención de los medios. Dijo que el gobierno “recibió cuantiosas donaciones. ¿Pero dónde está el dinero?”.
“Se aprovecharon del incidente en Rana Plaza”, dijo. “Necesitamos una investigación exhaustiva”.
Daniel Rodrigues para The New York Times
Mossamot Rekha Akhter trabajó en el edificio Rana Plaza desde que tenía 13 años. Se lesionó el brazo en el siniestro y, cuando la vimos, todavía no podía moverlo bien. Dijo que hay muchas cosas que no recuerda sobre ese día.
Su esposo, Muhammed Saiful Islam, también resultó herido en el derrumbe. Sufre mareos y no puede realizar trabajos en los que deba permanecer parado durante mucho tiempo.
Shilpi Akhter perdió un brazo en el incidente del Rana Plaza; estaba bajo una máquina de coser cuando colapsó el techo. Cuando la conocimos, una mujer malasia la apoyaba para que siguiera estudiando. Al igual que Mossamot Rekha Akhter, no recuerda mucho sobre ese día.
Daniel Rodrigues para The New York Times
Akhter dijo que no sueña con ser doctora ni ingeniera; nos dijo: “Sueño con vivir según mis propios términos, con ser independiente. No quiero volver a trabajar en el sector textil jamás”.
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