Las Babayagas, una asociación de ancianas convencidas de que «la vejez es una edad hermosa y no un naufragio», han proyectado en Montreuil, cerca de París, una casa común autogestionada, cuya primera piedra se pondrá en marzo.
«Va a ser genial», se entusiasma Thérèse Clerc, una espléndida octogenaria de cabello plateado peinado hacia atrás, y militante feminista. Gracias a ella, nació en 1997 el concepto de «Casas de las Babayagas», una «solución» para su propia vejez y la de otras mujeres solas, divorciadas o viudas que se niegan a tener un final de vida con atención médica.
En los cuentos rusos, Baba-Yaga es una vieja bruja devoradora de niños y, a la vez, una guía que imparte sabiduría. Thérèse y la quincena de mujeres de 59 a 87 años que se han unido a ella ambicionan convertir su futura casa en un «terreno de investigación para todos aquéllos que quieran vivir la vejez con autonomía».
Después de diez años y el amargo recuerdo de una despiadada canícula que en el verano de 2003 dejó miles de ancianos muertos en Francia, el proyecto de una vivienda «autogestionada, solidaria y ecológica» para las Babayagas se ha finalmente concretado.
Somos «una raza de mujeres buenas» unidas por un «compromiso ciudadano», dice Thérèse Clerc. Su futuro hogar, cuya apertura está prevista en 2008 y será también «un lugar de muerte serena», no tendrá directora.
La casa de tres pisos con ascensores dispondrá de 19 estudios independientes de 35 metros cuadrados, con cocina, ducha y servicio. Los alquileres oscilarán entre 200 y 700 euros mensuales. En la vivienda, no habrá un espacio médico propio: sus inquilinas recurrirán a los servicios de cuidados a domicilio. El resto de la superficie será colectivo. En la planta baja: jardín, biblioteca, amplia sala y spa de 12 plazas (financiado por fundaciones privadas); en el último piso: terraza y taller para las artistas del grupo.
Los hombres, así como las parejas, «que serían como un quiste en un medio homogéneo», no se admitirán. «En las residencias para la tercera edad todo está organizado para los viejos. Aquí nosotras mismas nos organizaremos la vida», explica Suzanne Goueffic, de 76 años, ortofonista jubilada, «irritada por la conmiseración respecto a las personas de edad». Ella no quiere asilos de ancianos, «por muy bonitos que sean», donde «personas sentadas delante de dibujos animados bobos esperan la pitanza, sumidas en sus pensamientos».
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