La autora, candidata por segunda vez al Premio Nacional de Literatura, conversó sobre sus primeras conexiones con la poesía, sobre su trabajo durante dictadura y sobre el rol de la performance en su obra. También, reflexionó sobre los días de posdictadura y la reciente crisis sanitaria.
Luego del estallido social de octubre de 2019, la escritora Carmen Berenguer (1946) se transformó en testigo privilegiado de la insurrección popular que se vivió, especialmente, en el sector de Plaza Baquedano en Santiago. Así, desde su departamento ubicado en uno de los Edificios Turri, la autora percibió el descontento de los manifestantes y la represión con que operaron las fuerzas de orden y seguridad.
Pero eso no fue todo. Durante los días de protesta, la escritora también contrajo, producto de los gases lacrimógenos, una conjuntivitis que la llevó a trasladarse, en febrero de este año, a Las Cruces. En ese balneario la autora, cuyo nombre figura por segunda vez dentro de las postulaciones al Premio Nacional de Literatura, ha intentado recuperarse en un contexto cruzado además, por la pandemia.
“Ha sido difícil. Nunca había vivido algo así, a pesar de que soy más vieja y pasé por la famosa influenza del año 57. Entonces, todos nos contagiamos en la casa. Mi mamá cuidó a todo el mundo y al final, medio a mi. Esa es la noción que tengo, pero ésta es, a mi juicio. la más radical de todas. Es muy novedoso el tener que aprender a vivir en confinamiento, con conversaciones de Zoom, visuales. Ahora el mundo privado, se vuelve público”, comentó la escritora.
“Es novedoso y triste, porque estamos acostumbrados a estar con gente humana. Verse solamente a través de la pantalla, es como verse a través de una película. Uno pasa a estar dentro de una filmación y eso es muy extraño”, sostuvo.
¿Qué fue lo que más le impactó del estallido social?
Fue bien interesante ese momento que comenzó a gestarse en 2018 con la participación de las feministas. Lo recibí con mucha esperanza, pensé que era un cambio radical, importante. Aunque la forma de represión fue desmedida. No había razón para que hubiera esa violencia, porque había gente de todas las edades. Prácticamente, era una guerra. Fue un crimen y algún día tienen que encontrarse culpables.
Y la conjuntivitis que contrajo, ¿le ha impedido leer o escribir?
Me dificulta bastante. Ahora estoy con una crisis porque, por tercera vez, me sacaron el antibiótico. Estoy con gotas solamente y me empieza a bajar una cosa como nube. No veo muy bien y eso me dificulta bastante, a pesar de que he terminado algunas cosas y he escrito otras, pero con mucha dificultad. Es una alergia muy brutal la que llevo. Por eso me vine acá a tomar aire.
En la imagen, Carmen Berenguer (2000). Fuente: Memoria Chilena
Carmen Berenguer irrumpió en las letras nacionales en 1983 con el poemario Bobby Sands desfallece en el muro. El libro estuvo dedicado a Bobby Sands, poeta y revolucionario irlandés, quien falleció en 1981 luego de una prolongada huelga de hambre.
En ese contexto, también surgieron títulos cruzados por las vicisitudes de la dictadura, entre ellos, Huellas de siglo (1986) y A media asta (1988). Sin embargo, el origen de toda esa travesía literaria se remonta a los días de su niñez, cuando, de forma curiosa, imaginaba las vidas ocultas de sus vecinos en el Barrio Brasil.
“Me gustaba mucho leer y escribir. Me llamaban la atención ciertas cosas, por ejemplo, las casas. Me gustaba imaginar qué había adentro. Tenía una suerte de inquietud de saber qué pasaba por allá, quienes vivían. También me gustaba mucho versificar”, recordó.
¿Había alguien en su casa que fuera más lector que otro?
Mi madre tuvo un novio que era escritor español, que venía arrancando de Franco. Se enamoró de mi madre y estuvieron juntos mucho tiempo. Creo que él también tuvo mucho que ver. El hecho de que uno tenga un escritor cerca es una experiencia interesante. Además, mi mamá tenía una pensión con estudiantes. Entonces, se hablaba mucho de literatura. Escuchaba mucho hablar de los Veinte poemas de amor de Neruda, de Gabriela Mistral. La radio también estaba todo el día hablando de la poesía. Uno creció con la literatura.
¿Cuáles fueron los autores que eligió por cuenta propia, más allá de estas influencias?
Me quedé preñada y me encantó Rubén Darío. Me gustaba leerlo, porque en la casa estaba el libro Azul. No teníamos tantos libros tampoco, pero había algunos y yo los hojeaba y los leía. En la esquina había una mujer que vendía libros también. Yo hurgeteaba los libros que tenía ella. Así me fui impregnando de este poeta Rubén Darío y luego me empezó a gustar mucho José Martí, Pablo de Rokha, Gabriela Mistral y toda la poesía chilena. Uno estaba muy cerca de la palabra poética.
En la imagen, el poemario Bobby Sands desfallece en el muro (1981). En una primera instancia, el texto contó con una publicación realizada de forma artesanal. Fuente: Memoria Chilena.
¿Cuándo comenzó a tomar contacto con la contracultura de dictadura?
Fue a partir de los ‘80. Antes estuve en Estados Unidos. El movimiento contracultural norteamericano me quedó muy marcado. Observé ese lugar muy de cerca, cómo se fue desarrollando en las universidades, cómo fue cambiando el mundo. Los hippies hicieron cambiar el mundo, pero no eran sólo los hippies, sino que el movimiento de izquierda latinoamericano, el movimiento de las mujeres, el movimiento racial, los derechos civiles, el movimiento poético, musical. Todo eso me quedó impregnado y después, cuando regresé a Chile, me di cuenta que se estaba gestando un movimiento similar, pero que era más político y de oposición a la dictadura. Ese movimiento fue grandioso. Se trasladaba mucho a la gente, desde el sur hacia la Sociedad de Escritores de Chile, donde tomé un taller. Después me puse a trabajar allí mismo. Se hicieron muchos trípticos, porque no había editoriales que publicaran. Todo estaba quebrado, había una crisis institucional profunda. Sólo quedamos nosotros expectantes.
En ese minuto desarrolla algunas performances como La fundación de la Universidad de Chile que hace junto a las Yeguas del Apocalipsis. ¿Qué lugar ocupa la performance en su obra?
Es muy importante. Diría que es la continuidad de la letra, del espacio del libro. Es una apertura hacia afuera. Se pretende una radicalidad potenciada por la acción, una radicalidad artística, estética, con una belleza, pensando también en el contexto, lo corpóreo, cómo el cuerpo se dota de muchos signos para decir la verdad y justicia que uno quería decir en ese momento. Entonces, empezamos a construir nuestras propias metáforas, nuestras propias formas de hacer arte-pobre, un arte que usara los mínimos recursos. (…) También he hecho algunas performances personales que las voy a mostrar algún día. Una de las últimas las hice en 2011 cuando me dio cáncer a mí y a Pedro. Los dos nos pusimos muy creativos con el cáncer. Lamentablemente, a él se lo llevó.
En la imagen, performance La refundación de la Universidad de Chile. Fuente: Archivo Yeguas del Apocalipsis.
En los ‘90, la autora continuó un trabajo que la llevó a publicar títulos como Sayal de pieles (1993), Naciste pintada (1999), Mama Marx (2006) y Mi Lai (2015). Esto le valió el Premio Iberoamericano Pablo Neruda 2008.
Además, próximamente, la escritora publicará un texto sobre el estallido social y una nueva edición de La Gran Hablada (2006). Luego, también pretende sumergirse en la escritura de un texto dedicado a Beatriz Allende, hija de Salvador Allende. En definitiva, se trata de una etapa marcada por la historia más reciente de nuestro país.
“Durante los días de la posdictadura seguimos siendo disidencia. La posdictadura no nos trajo nada nuevo de lo que pensábamos. Los enclaves quedaron todos cerrados, no hubo ninguna apertura. Solamente las personas que ocuparon los sitios fueron nuevas, pero el resto del país sigue igual con ribetes representacionales. Nunca existió esa verdad democrática, a pesar de utilizar todos los estamentos como ir a votar, armar un Parlamento. La Concertación hizo propio el mercado. Se raspó solamente la cascarilla y mira cómo se ve el hambre de nuevo”, dijo la autora,
“No puedo concebir que la gente tenga que ser medianamente alimentada por el Gobierno que da cajas indignas. Que la gente tenga que, de alguna manera, recurrir a sus propios ahorros para poder soportar esta pandemia, este tiempo, sin ningún otro recurso. Eso me provoca un malestar tremendo, porque eso significa que no pasó nada, que lo único que quedaron fueron los autos”, concluyó la escritora.
Radio Universidad de Chile
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