Desde que comenzaron las revueltas populares en el mundo árabe, muchas miradas se han volcado en Turquía y en particular y en su modelo en el proceso de transición entre la dictadura y la democracia.
Según los expertos, aunque su democracia no es perfecta, Ankara ha sabido unir con éxito los intereses del pueblo y el Islam político.
El primer ministro turco, Recept Tayyip Erdogan,
consciente de su papel, aprovechó un discurso ante el Parlamento a principios de febrero para lanzar una llamada de alerta al exdictador egipcio, Hosni Mubarak:
“ Escuche las demandas y reivindicaciones de su pueblo. Los cambios que reclama su gente, deben ser ejecutados sin vacilación, con el fin de garantizar la paz, la seguridad y la estabilidad de Egipto.”
El modelo turco surge del partido AKP, compuesto por la vieja guardia islamista turca, conservadores y anti-democráticos para formar una movimiento moderado, cuyas bases sean las mismas del sistema secular introducido por Mustafá Kemal Attarturk en 1924. Esta es la fuerza y peculiaridad de Turquía, que inició su democratización en los años 50. En este sentido, dispone de una experiencia que Egipto y el resto de países alzados, no tienen.
En un principio, la ideología de los miembros del AKP se acercaba más a la de los Hermanos Musulmanes egipcios; pero desde su entrada en la vida política dominante en los años 90, su discurso fue evolucionando hasta culminar con la victoria histórica en 2002. Desde entonces, el AKP ha mantenido una administración laica del Estado.
Bajo este sistema, la economía turca está creciendo y la liberalización económica se impone sobre los asuntos religiosos. La administración actual heredó de las fuerzas armadas una gran experiencia y un sistema de organización, único en la región. Sin estos elementos resultaría difícil seguir su modelo político.
Turquía tiene ahora una baza importante que jugar: su liderazgo en la zona, tras el colapso termporal de su principal competidor: Egipto. Y todos los líderes occidentales ya se están dando cuenta de ello.
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