Al final de su vida, muchas personas terminan atrapadas sin remedio en un sistema hospitalario. En Alemania, más de la mitad de los ancianos muere en unidades de cuidados intensivos, algunos en residencias para la tercera edad y otros en hospicios.
Aunque la mayoría prefieren morir en su casa, son pocos quienes logran pasar sus últimos momentos en la intimidad de su familia. Tras sufrir un paro cardíaco, Ingrid L. lleva tres meses en coma, conectada a un respirador artificial. Su esposo lucha desesperadamente para que los médicos cumplan su testamento vital y la dejen morir. "¡Es un horror!”, afirma. "Ella nunca quiso estar conectada a una máquina durante meses".
La medicina moderna hace posible que las personas vivan cada vez más tiempo. Las clínicas pueden ganar mucho dinero con los enfermos terminales, especialmente en las unidades de cuidados intensivos. En uno de estos lugares trabaja el médico Uwe Janssens, a quien le parece miserable que el aspecto económico suela tener tanta prioridad. En su unidad de cuidados intensivos del hospital St. Antonius de Eschweiler, en el oeste de Alemania, muere gente casi todos los días. Y cada vez más enfermos de edad avanzada son conectados indefinidamente a respiradores. Por eso, personal médico, cuidadores y el capellán de la clínica se reúnen regularmente para tratar cuestiones éticas: ¿Están ayudando a morir dignamente a enfermos graves o se los mantiene vivos artificialmente? ¿Cuál es el objetivo de las terapias? ¿Y la voluntad del paciente? ¿Qué tiene sentido desde el punto de vista de las posibilidades médicas? Incluso para los médicos, tomar decisiones sobre el final de la vida de un paciente nunca resulta fácil.
El documental toca un tabú de la sociedad occidental. ¿Cómo se puede salvar a las personas del sistema hospitalario y, aun así, proporcionarles la atención médica que necesitan y quieren?
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