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¿Sabemos ser viejos?

Las canas se multiplican en Cuba a una velocidad vertiginosa. En estos momentos, las estadísticas del Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (Celade), división de población de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), consideran a esta isla el único país de la región con una transición demográfica “muy avanzada”. Y no precisamente porque tengamos la cifra más baja de fecundidad del continente, o la más alta de envejecimiento de la población; la clave está en la rapidez con que nos hemos puesto viejos en apenas tres décadas.


Si al cierre de 2007 teníamos un 16,6 por ciento de personas de 60 años y más, hacia 2025 tendremos 26,1 por ciento. Entonces la población habrá disminuido en poco más de 77 mil personas. Hoy caminamos por las calles cubanas cerca de 11 millones 236 mil 800 habitantes. Nunca llegaremos a sumar 12 millones.


¿Qué quiere decir, exactamente, esa maraña de números? Para empezar, es la consecuencia de tres décadas sin reemplazo poblacional, o sea, desde 1978 no queda una hija por cada cubana, que la sustituya para tener, a su vez, otras hijas. Los demógrafos se están rompiendo la cabeza: sus cuentas y proyecciones no apuntan a que esa realidad vaya a cambiar en el futuro cercano.


Varios elementos asoman tras esta realidad: problemas económicos, sobre todo de vivienda, y la necesidad de contar con más infraestructura de apoyo al hogar como lavanderías o círculos infantiles. Sin embargo, las causas más sólidas de la baja fecundidad están en el cambio ocurrido en la condición de la mujer cubana en estos 50 años. Hoy ellas son el 46 por ciento de la fuerza laboral del sector estatal y más del 66 por ciento de la fuerza técnica del país; tienen altos niveles de educación y cultura, libre acceso a métodos de planificación familiar o al aborto; muchas garantías de salud sexual y reproductiva; pero muy poco o ningún apoyo de sus esposos en las tareas domésticas y la atención a los hijos.



Por otro lado, la esperanza de vida al nacer ha ido creciendo; en 2007 rondaba los 77 años. La ecuación, entonces, resulta bastante simple: nacemos menos y vivimos más tiempo.
¿Resultado?: nos ponemos viejos a pasos agigantados y el potencial laboral de la nación se contrae cada vez con más celeridad.


Tras las cuentas asoma otra interrogante: ¿Estamos preparados para ser viejos? No se trata solo de hurgar en la capacidad y preparación del Estado cubano para enfrentar los retos de las canas. Los análisis de la última sesión de trabajo del Parlamento, y las medidas propuestas confirman que la dirección del país tiene conciencia de la dimensión de esta encrucijada demográfica. La pregunta tiene más que ver con la manera en que cada familia y persona se enfrenta al desafío de vivir más tiempo. Juan Carlos Alfonso Fraga, director del Centro de Población y Desarrollo (Cepde), de la Oficina Nacional de Estadísticas, suele decir que si antes había muchos nietos para cuidar a un abuelo, ahora —y cada vez más— hay muchos abuelos para ser cuidados por apenas ningún nieto. ¿Acaso está presente esa realidad en el momento en que las parejas planifican los hijos que quieren tener?


Si de asuntos de nutrición de trata, la mayoría de las veces, ante una suculenta comida, pensamos, si acaso, en las libras de más; pero pocas veces calculamos que esa grasa o ese azúcar que nos comemos hoy, puede convertirse en factor de riesgo para una enfermedad cardiovascular cuando las hojas del almanaque empiezan a caer. Y si nos disponemos a hacer ejercicios, puedo asegurar, por experiencia propia, que muy pocas veces pensamos que es una buena manera de prepararse para una vejez saludable.



Iguales reflexiones podrían extenderse a la planificación de la vida futura, detrás de la jubilación: ¿alguna vez hacemos planes para cuando ya no estemos laboralmente activos?


El CELADE ha recomendado, explícitamente, que las personas entre los 30 y 40 años deben “prepararse para su propia vejez en condiciones poco propicias, al tiempo que deberán ayudar a sus ancianos, sabiendo que no necesariamente contarán con el mismo tipo de apoyo familiar que ellos están ofreciendo a sus mayores”.Peliagudo y urgente el reto. Pero no vale llorar ni pensar en solo teñirse las canas. Hay que aprenden a vivir con ellas.


DIXIE EDITH
Periódico Victoria

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