LOCARNO. En el doblaje español de La noche se mueve de Arthur Penn, Gene Hackman comparaba el cine de Eric Rohmer con «ver crecer la hierba» (el original era «ver secarse la pintura»). Eso seguramente porque todavía Abbas Kiarostami no era conocido. Sin embargo, esa descripción despectiva hubiera sido elogiosa para el poeta argentino Juan L. Ortiz, fallecido en 1978, quien reclamaba «la necesidad del verdadero descanso, el que permite ver cómo crecen, día a día, las florecitas salvajes».
La figura de Juan L. Ortiz es rescatada por el director bonaerense Gustavo Fontán a través de «La orilla que se abisma», filme que ha presentado en la sección Cineastas del presente Festival de Locarno y que recoge el título de una de las obras del poeta. Además, Fontán tiene en el certamen otro filme, el anterior «El árbol», que, con su precedente, forma un díptico, que se convertirá en trilogía con «La madre», actualmente en producción.
«La orilla que se abisma» es un hermoso poema visual que tiene como gran protagonista el bello paisaje de la provincia de Entre Ríos, de donde era originario Ortiz. «Juan L. creía que lo que tenía ante sus ojos era inagotable y desde allí elaboró una poética que nunca es paisajística sino que se vuelve metafísica», explica Fontán.
Sin diálogos, solamente con la presencia constante de la naturaleza, de los dibujos y formas creados por ésta, y con la sola manipulación de ralentís y encadenados de imágenes, Fontán invita al espectador a un asombroso y fascinante viaje. «Es también una reflexión sobre el cine. Hay una función poética del cine que, desde lo narrativo, se ha ido devorando y nos hemos ido olvidando de esa posibilidad», continúa el director.
El otro filme, «El árbol», para el cual Fontán dice haber tenido como referencia «El sol del membrillo» de Erice, parte de una anécdota mínima, un árbol seco en el jardín de una casa, para tejer una reflexión sobre la vejez y el paso del tiempo, sobre la memoria y los recuerdos. Ambos filmes se han rodado siguiendo unos peculiares criterios de producción: durante un periodo de dos años se filmaban sólo dos días al mes y siempre con luz natural.
ABC.es
La figura de Juan L. Ortiz es rescatada por el director bonaerense Gustavo Fontán a través de «La orilla que se abisma», filme que ha presentado en la sección Cineastas del presente Festival de Locarno y que recoge el título de una de las obras del poeta. Además, Fontán tiene en el certamen otro filme, el anterior «El árbol», que, con su precedente, forma un díptico, que se convertirá en trilogía con «La madre», actualmente en producción.
«La orilla que se abisma» es un hermoso poema visual que tiene como gran protagonista el bello paisaje de la provincia de Entre Ríos, de donde era originario Ortiz. «Juan L. creía que lo que tenía ante sus ojos era inagotable y desde allí elaboró una poética que nunca es paisajística sino que se vuelve metafísica», explica Fontán.
Sin diálogos, solamente con la presencia constante de la naturaleza, de los dibujos y formas creados por ésta, y con la sola manipulación de ralentís y encadenados de imágenes, Fontán invita al espectador a un asombroso y fascinante viaje. «Es también una reflexión sobre el cine. Hay una función poética del cine que, desde lo narrativo, se ha ido devorando y nos hemos ido olvidando de esa posibilidad», continúa el director.
El otro filme, «El árbol», para el cual Fontán dice haber tenido como referencia «El sol del membrillo» de Erice, parte de una anécdota mínima, un árbol seco en el jardín de una casa, para tejer una reflexión sobre la vejez y el paso del tiempo, sobre la memoria y los recuerdos. Ambos filmes se han rodado siguiendo unos peculiares criterios de producción: durante un periodo de dos años se filmaban sólo dos días al mes y siempre con luz natural.
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