El dibujante Antonio Fraguas 'Forges', durante su investidura como doctor 'honoris causa' en la Universidad de Alcalá de Henares. CARLOS ROSILLO
Abrumado como un monaguillo estaba Forges la mañana en que lo hicieron Papa. El escolar que nunca aprobó matemáticas y que falsificó un cero en las notas para adjudicarse a sí mismo un tres accedía a todos los honores de la Universidad que fundó Cisneros (1499). Porque revistieron al humorista de muceta y birrete en una mañana de invierno de 2016. Le pusieron un anillo de fulgores episcopales. Y le entregaron unos guantes blancos como símbolo de la pureza.
Inmaculadas han sido las manos de Forges en la sonrisa y la compasión, cualidades que el doctor atribuía al deber hipocrático de cualquier humorista. Hipocrático en sentido médico, ético y hasta terapéutico, toda vez que el discurso de Forges entre académicos y amistades aludió a una reflexión de Blasillo: “Si el humor es algo eminentemente humano, el humor gráfico es una radiografía”.
Se quedarían estupefactos los profesores que suspendieron al doctor Forges. Les impresionaría la coral iniciática del Veni, Creator, el boato académico, la solemnidad con que el humorista fue llamado a la dignidad del púlpito del paraninfo.
Forges entraba en la Universidad de Alcalá de Henares en cuanto apóstol y exégeta del humor mismo. No podía hacerlo cualquiera. El humor es una expresión sublime de la inteligencia que tiende a degradarse. Y que Forges previno de la crueldad y de la sal gorda.
Hablaba ex cátedrapor primera vez en su vida aquella mañana. Y no por arrogancia, sino por deber litúrgico, convocado como estaba a la investidura y al trance de la laudatio, un discurso de bienvenida entre los sabios que ponderó la originalidad de Forges, su personalidad, su audacia, su compromiso social, su ternura, su constancia y su humanismo, incluso la solidaridad con el contribuyente, el funcionario, el náufrago, el cuñado, reflejo de un bestiario que el humorista ha custodiado con cariño, empatía y respeto.
Podrían haberse sentado Blasillo y Concha entre los invitados del ceremonial. Y Mariano también, personajes todos ellos que diagnostican la radiografía de España en medio siglo, puestos a utilizar las analogías que hizo Forges entre su oficio y el del médico.
Se acordó de Mingote y de Gila. Y defendió Forges su oficio en términos llanos —“risoterapia”— y muy sofisticados, consciente de que su tribuna la había ocupado Nebrija. “¿Podríamos decir que el humor es la eucrasia de la psiquis, la plena salud de la inteligencia de los humanos?”, se preguntaba el doctor Forges en la tronera del púlpito plateresco.
“El humor”, decía, “es un bálsamo indudable para ese viaje sin retorno, siempre doloroso, que es para los humanos la vida”. Y se preguntaba Forges si acaso las pinturas rupestres fueron las primeras expresiones de humor gráfico. Y si los chamanes fueron precursores de él mismo, cuando menos en el arte de sanar las almas desde la sugestión humorística. Y nos preguntamos si no se le podría considerar a Forges un radiólogo de nuestras almas.
El País
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