Laurie Sparham/Focus Features
Esta película es selección de la crítica de The New York Times.
Reynolds Woodcock, un sastre que trabaja en el Londres de los años cincuenta, tiene la costumbre de coser mensajes secretos en sus prendas. (“Sin maleficios” es lo que inscribe en hilo color lavanda en el doblez de un vestido de bodas solicitado por una princesa). Estos trazos invisibles de su mano —mensajes que, en sentido literal, están escondidos— muestran que sus vestimentas son más que un lujo. Son obras de arte, saturadas con la pasión y la personalidad de su creador.
No es accidental entonces que el director y guionista Paul Thomas Anderson haya marcado con su monograma su octava película (en inglés se llama Phantom Thread; he ahí la pe y la te). El hilo fantasmaescenifica algunos capítulos de la vida y carrera ficticias de Reynolds. Es una película profunda, intensa y extravagantemente personal. Eso no quiere decir que es autobiográfica; me tienen sin cuidado y poco sé sobre los detalles de la vida personal de Anderson.
No todas las películas sobre artistas son un autorretrato de su director, aunque El hilo fantasma tiene algunas analogías en cuanto a la profesión de Reynolds con respecto a la de Anderson. El diseñador de prendas, interpretado por Daniel Day-Lewis, vuelve de sus bosquejos un drama que manipula el color y el movimiento de la forma humana para construir un objeto material que también es artificial, idealizado y fantástico; un lujo a partir de un sueño. Lo asisten artesanos disciplinados que cortan y cosen sus ideas para que sean utilizables (buen momento para mencionar que el editor de la película es Dylan Tichenor, Mark Bridges diseñó el vestuario y Anderson fue su propio director de fotografía).
El resultado de este obrar colectivo es un vehículo muy singular para la belleza y el placer, aunque en un entorno sujeto a lo que dicen los mercados y lo que disfrutan ciertos gustos; sería fácil verlo como trivial. “Es tan solo una película. Es tan solo un vestido”.
El hilo fantasma es como una pieza de música de cámara —íntima, con pocos personajes—, romántica y barroca en la misma medida, con hermosas armonías y cambios de tono cautivadores. (Ahora es un buen momento para mencionar que la composición musical corre a cargo de Jonny Greenwood, de Radiohead). Daniel Day-Lewis, como en otra de sus colaboraciones con Anderson (Petróleo sangriento) es la representación misma de la obsesión, aunque en esta ocasión lo que lo empuja es la búsqueda de una perfección artística, no el dinero o el poder. En ese afán se convierte en parte de un triángulo emocional complejo.
Los otros lados son su socia y hermana, Cyril (Lesley Manville), y Alma (Vicky Krieps), una mesera que no es de origen inglés que trabaja en un restaurante provinciano muy británico y quien se convierte en la modelo, amante y musa de Reynolds. Se trata de un cargo temporal. Brevemente, conocemos a Johanna (Camilla Rutherford), la predecesora de Alma, quien osa molestar a Reynolds durante el desayuno y es despedida por Cyril con un vestido hecho a la medida como premio de consolación. El único pecado cometido por Johanna es requerir algo de atención por parte de su amante, una demanda que él considera molesta.
Laurie Sparham/Focus Features
Es una dinámica que terminará por repetirse con Alma, porque come el pan tostado de manera ruidosa, salpica demasiado cuando se sirve el té y osadamente reivindica su derecho a existir como algo más que un ornamento en la casa de los Woodcock. Surge así una batalla entre voluntades —con dos frentes para Alma, quien debe pelear con ambos hermanos— que atiza el drama de la película, pero también la comedia. Las tres actuaciones principales son de una textura riquísima y con matices sutiles, como la vestimenta. Day-Lewis compone una sinfonía de estados de ánimo: sardónico, melancólico, inspirado, impaciente. En esto Vicky Krieps es más que su par. La actriz de Luxemburgo es tan sagaz y libre de intimidaciones como la misma Alma.
¿Se trata de una colaboración o una competencia? ¿Un tango o un partido de tenis? En cualquier caso, es una asociación muy emocionante de presenciar: graciosa, tortuosa y llena de sorpresas pequeñas y grandes.
Como alguna prenda que puede ser utilizada por ambos lados, El hilo fantasma logra revertirse a sí misma: casi de manera imperceptible cambia del punto de vista de Reynolds al de Alma y de regreso. Ella primero sucumbe a lo que parece ser una estrategia de seducción bien practicada; Reynolds coquetea con ella durante el desayuno, la invita a cenar, la lleva a su casa de verano y empieza a hacerle un vestido. Ella queda deslumbrada por la capacidad que él tiene de deslumbrarse por ella.
Y cuando parece que el encanto va a pasar, Alma se rehúsa. Rechaza los intercambios mezquinos que le ofrece Reynolds; suprimir por completo su voluntad a cambio de que él reconozca, de vez en cuando, su existencia. Ella pelea por tener un lugar en el hogar, luchando con Cyril y forzando a Reynolds a que la reconozca como una igual. Hay algo de temeridad en esto. También es novedosa la manera en la que Anderson retrata la relación, pues las esposas de los artistas en tantas películas y en tantas obras literarias se dejan pisotear o solo son ayudantes sin que su angustia psíquica o inquietudes creativas salgan de entre bambalinas al frente del escenario.
Laurie Sparham/Focus Features
¿Alma es una heroína feminista? Dependerá de qué pienses del omelet de hongos que representa una sorpresa grata en la película (decirlo no arruina la trama). Hay otras cosas que podemos discutir. A primera vista, la rareza cautivadora de la ambientación y el elegante hilvanado de la trama llamarán la atención, pero puedes regresar a verla después para saborear los colores lustrosos, las actuaciones tan detalladas y el misterio romántico que hace que todo funcione bien en conjunto.
Y ¿qué tipo de historia de amor es El hilo fantasma? Una desgarradora, el relato del amor de una mujer por un hombre y de un hombre por su trabajo. También es un análisis cómico y mordaz de las asimetrías y el conflicto que se dan en un matrimonio. Y una pesadilla gótica refinada. Asimismo, una fábula psicológica perversa sobre un ego demasiado inflado y un deseo volátil. Este es un catálogo apenas parcial y que no termina de capturar lo extraña que es esta película. O qué tan extrañamente representativa de la vida real —y del arte, del amor; de sí misma, incluso— se siente.
A. O. Scott
New York Times
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