Pablo Picasso y Dora Maar
«Picasso, quizás olvidando que la guerra incivil hubiera “debido ser” el centro de sus pensamientos (y que “su” Marie-Thérèse Walter estaba embarazada), según la leyenda, viendo cómo aquella desconocida “Dora Maar” punzaba de modo rapidísimo las aberturas de sus dedos con una faca respetable, quedó fascinado
Ningún historiador osaría negar que el «Fénix de los ingenios» fue un familiar de la inquisición. O ningunear las más divertidas y extravagantes leyendas o mitos apostólico-compostelenses. Y, sin embargo, ¿no nos atrevemos a declarar que Picasso durante un tercio de su vida fue un agente proclamado «urbi et orbi» de una de las peores tiranías de su época? Con poli moscovita «protegiéndole» a su puerta hasta su último suspiro. Aún hoy no sabemos bien ni cómo ni cuándo ni por qué se exhibe «su» cuadro, a bombo y platillo, sin saber a ciencia cierta lo que representa. ¿El «post-estalinismo» nos va a seguir haciendo comulgar con ruedas de molino? ¿Sus nostálgicos van a seguir transformando documentos y memorias en patrañas? Mantuvieron un contradictorio doble lenguaje incluso frente al pintor. De 1936 al 5 de octubre de 1945 Picasso fue un «reaccionario al servicio del gran capital», pero los mismos tras su afiliación al partido rectificaron (en 1944) en sus mismas páginas histórico-cómicas para que Picasso se convirtiera en un revolucionario del porvenir radiante y de la paz soviética «desde siempre».
Dora Maar fue la musa de Picasso durante el «Guernica» (?), después de ser la amiga del fotógrafo húngaro «Brassaï», del decorador Pierre Kéfer, del fotógrafo Cartier Bresson, del cineasta Jean Renoir, del poeta Jacques Prévert y sobre todo del novelista Louis Chavance. Aunque francesa, se crió en Buenos Aires. Fue sobre todo una excelente fotógrafa, católica, apostólica, croata y argentina. Según Picasso (que pasó la incivil guerra y la ocupación de Francia pirriado por ella) «hablaba con argentinismos». Henriette Theodora Markovitch («Dora») fue la hija única de la francesa Julie Voisin y del arquitecto croata Joseph Markovitch. En aquellos tiempos felices no se necesitaban universidades ni chuletas para alzarse con el título de «arquitecto» o de «gurú pakistanés». Desde sus tres hasta sus veintitrés años Dora había vivido en Argentina.
Picasso, quizás olvidando que la guerra incivil hubiera «debido ser» el centro de sus pensamientos (y que «su» Marie-Thérèse Walter estaba embarazada), según la leyenda, viendo cómo aquella desconocida «Dora Maar» punzaba de modo rapidísimo las aberturas de sus dedoscon una faca respetable, quedó fascinado. Cuando acabó la «acrobacia», Dora tenía la mano izquierda ensangrentada. Picasso le rogó que le regalara el guante de aquella mano para exhibirlo en una de las vitrinas más horrorosas de su modesto (entonces) y único estudio de la calle La Boétie -París VIII-.
Dora (y no Doña) Maar hizo las fotos de los bocetos y croquis del cuadro «que estaba terminando Picasso». Todas son de ella. Fue probablemente antisemita y prohitleriana como lo afirma Marcel Fleiss («La règle du jeu» del 22 de febrero de 2013) en su «Dora Maar de Guernica à Mein Kampf».
Picasso no pudo materialmente pintar un óleo de 32 metros cuadrados durante la semanita que finalizó el 4 de mayo de 1937. [Precisamente ese día la «Exposición Internacional» fue inaugurada por el presidente de la República Francesa Albert Lebrun] y referirse a una tragedia que había sucedido en Guernica el 26 de abril de 1937. También asombrosamente, Dora realizó todas las fotos sin fecha. También, sin fecha ni verdadero título oficial se expuso el cuadro en la llamada «Exposición Internacional de Artes y Técnicas de la Vida Moderna de París». A última hora le colgaron un lema estrafalario, sobre todo cuando se recuerda la opinión de Picasso sobre las palomas y el vocerío: «Gritos de niños, gritos de mujeres, gritos de palomas».
Para mayor emoción y desconcierto ya no era Salvador de Madariaga el embajador de la España en guerra en abril de 1937, sino Ángel Osorio y Gallardo. El cual tachó el cuadro de «pobre y deslucido». Impresionado quizás por la poca o mala acogida del lienzo... que un día llegaría a ser el cuadro más famoso de su época y parte del XXI. El pintor vasco (de Vergara) Julián Tellaeche, siempre con muy buen ojo, pidió al Gobierno de la República que se sustituyera «el Picasso por el tríptico de Arteta sobre la guerra civil, para lucimiento del pabellón español».
Picasso no pareció conmocionado por el bombardeo. Al parecer ni supo dónde caía el frente. Ni si los «franquistas» y sus aliados tenían aeroplanos capaces de cargar bombas. Picasso había sido nombrado director del Museo del Prado por decreto del 19 de septiembre de 1936. ¿Título del que rechazó tanto su causa como su honor? ¡Otra genialidad! Pero esta vez de Azaña ¿El único vanguardista del Gobierno? Picasso, que nunca pecó de entrometido, se negó a ir a Madrid (sin urgencia parisiense) a pesar de la natural insistencia republicana.
Los pocos expertos y museólogos que antes del 5 de octubre de 1944 se preocuparon por este lienzo lo identificaron con el minotauro: «Una potencia monstruosa y sardónica que acechaba a la Belleza». En «Minotauromachie» el aguafuerte realizado por Picasso once meses antes del comienzo de la guerra incivil, se distinguen ya la mayoría de los temas del «Guernica» (?): toro, yegua herida, palomas, y esta vez centrados en un «hada electricidad» con una bombilla encendida en la mano.
Dora Maar conoció el gran estudio que George Bataille había utilizado como lugar de reunión para el grupo antiestalinista «Contre-Attaque» al cual ella misma había pertenecido. Y se alquila (¿Dora o Picasso?) el taller del número 7 de la calle des Grands-Augustins. Es la buhardilla de un palacete del siglo XVII donde Honoré de Balzac situó la acción de su «La Obra Maestra Desconocida», y en el que el «pintor loco» de su novela tenía el estudio. Aquel trastero era conocido en el barrio como «el desván de Barrault». Allí con Jean Dasté, Roger Blin, Charles Dullin y Marcel Mouloudji, Jean-Louis Barrault creó el «Théâtre expérimental» y el «Tableau des merveilles». En el número 8: Louis XIII fue entronizado la noche del asesinato de su padre Enrique IV a manos de Ravaillac; en el número 20 vivió su infancia Charles Gounod; en el 21, Émile Littré comenzó a escribir su famoso diccionario positivista; en el 25 fueron clientes asiduos del primer «El catalán» Paul Éluard, Óscar Domínguez, Robert Desnos, Picasso, Michel Leiris y Georges Auric; en el 26 redactó Jean de La Bruyère una parte de sus «Caractères» en 1688; etc., etc.
He visitado varias veces esta ex-buhardilla que no hubiera podido acoger el cuadro ni siquiera doblado. Pues como lo afirma Chateaubriand «toda mentira repetida llega a ser una verdad». Y con más salero Baltasar Gracián: «En boca del mentiroso hasta lo cierto se hace dudoso».
Fernando Arrabal (dramaturgo)
ABC
ABC
Comments