Nadal se cita con Federer en semifinales tras remontar un duelo intenso ante Berdych (6-7, 7-6, 6-4 y 6-3) tras un partido apasionante y lleno de gestos técnicos
Bajo los focos, discusiones con el juez de silla, gritos y pelotazos. Es Rafael Nadal contra el checo Tomas Berdych, violentísimo en el golpeo. Es Nadal contra sí mismo, lento el segundo servicio, que flota amablemente a 137 kilómetros por hora de media. Sobre la pista vuelan libélulas y cucarachas. Sobre el cemento ululan los tiros de Berdych, los gritos de Nadal resuenan. Los focos iluminan al mallorquín y le enseñan el camino de salida, el adiós al Abierto de Australia, porque Berdych, tremendo, tiene ya un set en el bolsillo y bola de set para el siguiente (7-6 y 6-5 en el tie-break); porque Berdych, incisivo, sonríe con set iguales y break de ventaja (7-6, 6-7 y 2-0). Hace tiempo, sin embargo, que Nadal gasta fama de irreductible: recupera en blanco ese saque (6-7, 7-6, 1-2 y servicio) y se clasifica (6-7, 7-6, 6-4 y 6-3) tras un maratón (4h16m) para semifinales, donde le espera el suizo Roger Federer.
Durante largos tramos del partido, Nadal está en las manos de Berdych, por dos veces abucheado por el público, sensible a sus protestas igual que lo estuvo a que se despidiera sin el habitual apretón de manos de Nicolás Almagro en octavos. Los aciertos y los errores del checo marcan el encuentro. Nadal, excelente al resto, discute con su banquillo. Nadal vive dos metros por detrás de la línea de fondo. Nadal, el número dos del mundo, solo encuentra respiro en la media pista, allí donde el número siete descubre un foso insuperable, una terreno lleno de trampas, minas explosivas que una y otra vez le hacen cerrar mal las jugadas. Es un drama ver a Berdych subiendo a la red, donde suma error tras fallo y deja escapar el segundo tie-break. Es un espectáculo verle tirar desde el fondo, repartiendo sus pelotazos inmisericordes, hurgando en las esquinas con precisión matemática.
Durante los dos primeros sets, ese es el partido. Berdych hace de las líneas su destino. El checo pega. Nadal, que remonta brillantemente cuatro puntos de set en la primera manga, duda. Encarado con el juez de silla tras el punto que le da la quinta bola de set a su contrario ("Tú aquí no estás de espectador y sabes que esa bola ha sido mala"), el mallorquín desaprovecha una ventaja de 5-3 en ese primer desempate. Es la primera de una serie de oportunidades mal resueltas. Es la primer eslabón de una cadena que explica por qué vivirá atado al potro de tortura: Nadal desaprovecha ventaja en tie-break del primer set (5-3); break arriba y punto de set al resto en el segundo; punto de set al resto en el tercero (5-3 y 15-40); otro punto de break para doble rotura en el cuarto...
Dueño del primer parcial, Berdych abre sus gigantescas fauces. Tiro a tiro y golpe a golpe, descabalga a Nadal y piensa en devorar el duelo. Hunde al mallorquín contra la valla y le obliga a arrancar la segunda manga ahogado en un 15-40 que le coloca al borde del precipicio. Las dudas de 2011 no desaparecen en una semana. Es imposible saber qué pasa por la cabeza de Nadal en esos momentos. Se conoce, en cualquier caso, lo que ocurre. El mallorquín descuenta esas dos pelotas y gana el juego. A Carlos Bernardes, el juez de silla, se le escapa el encuentro entre las protestas de ambos tenistas. Chilla Berdych. Aprieta el puño su contrario. Hay entonces un cambio sutil, pero dramático: camino del segundo tie-break, se deja de competir con la raqueta y se empieza a luchar con el corazón y el alma.
Ese es el mundo de las emociones. Un territorio en el que el Nadal gobierna desde hace años. Entonces, se grita, se pega y se corre. Se aprieta el puño, se levantan los banquillos, hay voces que atruenan desde el graderío. Nadie mejor que Nadal para jugar a tope de revoluciones: acaba cerrando el debate en un partido que Toni Nadal describe "de su máximo nivel y técnicamente muy bueno".
Así, andando un espinado camino y pasada la medianoche australiana, llega Nadal a semifinales. No visitaba la antepenúltima ronda de Melbourne desde 2009, cuando se alzó con el título. Allí le espera ahora su rival legendario: Federer, que se deshizo 6-4, 6-3 y 6-2 del argentino Juan Martín del Potro con una actuación a la altura de los elegidos
El País
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