El español jugará la final tras remontar 7-6, 2-6, 6-7 y 4-6 al suizo, desmoralizado por su mentalidad de granito
Cuando llegan los fuegos artificiales, que celebran con fanfarria el día de Australia, el torturador ya ha hecho su trabajo. Sopla el viento y hace frío. El suizo Roger Federer ha arrancado como un cohete (3-0), sigue por delante (7-6 en el primer set, aunque su rival le amenaza en el segundo con un 2-5), y, sin embargo, duda. Rafael Nadal, su contrario, ya le ha cocinado las piernas. El mallorquín, que salta y salta durante el parón, le ha quemado el cerebro con largos intercambios. El número dos mundial, que jugará la final del Abierto de Australia contra el vencedor del Novak Djokovic-Andy Murray, ha hurgado tanto en sus entrañas como para que en la reanudación el suizo pierda diez puntos seguidos y con ellos el partido. El campeón de 16 grandes se despide 7-6, 2-6, 6-7 y 4-6 tras ir con un break de ventaja en las tres primeras mangas y después de ver cómo su némesis le remontaba dos puntos de break, el primero con una defensa increíble, cuando sacaba por el duelo. Imposible explicar su derrota solo desde la raqueta. Al suizo, un genio, le pudieron Nadal y su leyenda.
El principio del partido es otro. Los dos rivales huyen de sus derechas. Es un baile agarrado, un chotis, porque en una baldosa mueven las piernas para rodear la pelota, evitar su propio revés y buscar el del contrario. En el juego de espejos, que también es baile de máscaras, Nadal ruge y Federer, impresionante y glorioso, calla.
"C'mmon Roger!", brama el público. "¡Te quiero Rafa!", le contestan otros aficionados, con el graderío dividido. Entre las voces de la gente, Federer juega con una limpieza admirable. Sin aparente esfuerzo, con la fluidez de los elegidos, reparte el juego a una velocidad supersónica. Nadal mira y calla. Ya ha visto esa película, ya conoce el guion, ya sabe cuál es el papel que le reserva el destino. El mallorquín es el capitán frente a la tormenta, el hombre encargado de echar el ancla. Frente a las acometidas del suizo, Nadal no cae en la zozobra, no intenta imitar su ritmo, no quiere competir donde Federer gobierna. Evitando la trampa en la que caen tantos otros, jugar rápido, más rápido y más rápido, el número dos va cavando su trinchera.
Primero, introduce los peloteos en el encuentro a través de sus juegos al servicio. Después, va escarbando puntos al resto con su derecha de hierro. Finalmente, como ya Federer ha tenido que pegarse unas carreras, como el reloj ya se ha comido unos minutos y se han vaciado las cartucheras del suizo, el partido está en su terreno. Se juega ritmo, no a tiros. Se pelea en peloteos, no a impulsos. Se discute con todo, no solo con el talento puro.
Federer, sin saque en los momentos clave y martirizado al revés, también ha visto esa película. Conoce ese camino y a dónde lleva. El exnúmero uno sabe que cuanto más se juegue más cerca estará de la derrota. Por momentos, se desconecta del duelo. Falla en la media pista, su reino. Tira un revés tras otro contra el graderío. Se desespera y parece perdido hasta que Nadal, un punto nervioso, quizás porque ve que la final es suya, le da vida.
Ocurre en el arranque del tercer set, cuando ya han sonado los petardos y el mallorquín ha hecho suyo el segundo. Junta esos diez puntos seguidos: es 6-7, 6-2, 1-0 y 0-40 para el español. El partido está ahí para cogerlo. La oportunidad está ahí para que Nadal la haga suya. No lo logra. Peor. Acaba perdiendo su servicio (4-3 y saque de Federer). Solo su larga historia de pareja, esa rivalidad mítica que por momentos amenaza con ser un monólogo del mallorquín (18-9 y 8-2 en los grandes para el español), explican que un tenista del calibre del suizo se deje igualar esa ventaja para luego entregar el set y el partido. "¡Bravo!", le gritará tras algún punto el español al suizo, que defiende su saque en la cuarta manga como gato panza arriba y llega a procurarse dos bolas de breakcuando el mallorquín saca por el encuentro. Nadal salva la primera con un defensa increíble y la segunda con un saque al revés del suizo. El resumen del partido.
El español, fierísimo, buscará un nuevo grande. Tras un 2011 tan complicado y marcado por sus seis derrotas con Djokovic, esa es para él una gran noticia. A los 25 años, tiene diez grandes pero mantiene intacta el hambre: en 3h42m, devoró a uno de los más grandes.
El País
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