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Recordando a Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Su famosa frase. La película El gatopardo. Falleció un día como hoy pero en 1957


"HACE FALTA QUE ALGO CAMBIE PARA QUE TODO SIGA IGUAL" 

Una frase que la aplican muchos, sobre todo en la política

Giuseppe Tomasi, Príncipe de Lampedusa y Duque de Palma di Mentechiaro, nació en Palermo, Italia, el 23 de diciembre de 1896, y falleció en Roma el 23 de julio de 1957. Descendiente de una familia poderosa venida a menos, estuvo siempre muy ligado a su madre, quien ejercía una gran influencia sobre él. Di Lampedusa sirvió en la Primera Guerra Mundial y fue capturado en Hungría, de donde escapó a Italia a pie. Comenzó a desarrollar una carrera diplomática, pero ésta se vino abajo debido a sus ataques de pánico. En 1925 conoció en un viaje a la baronesa Licy Wolff Stomersee, con quien se casó siete años más tarde en Riga. Su vida matrimonial estuvo siempre marcada por la mala relación entre Licy y su madre.

Estando en vida, lo único que publicó Giuseppe fueron algunos artículos periodísticos. Se vio obligado a combatir también en la Segunda Guerra Mundial, de la que pudo licenciarse pronto debido a la muerte de su padre y la herencia de los bienes de éste. Alrededor de 1954 comenzó a escribir su obra El gatopardo, que presentó a varias editoriales pero que fue rechazada, causándole gran amargura. Falleció en 1957, víctima de un cáncer pulmonar, y fue tras su muerte cuando finalmente fue publicada su obra, obteniendo un inmenso éxito y el premio Strega. Su novela ha sido muy popular gracias, en parte, a su adaptación al cine de la mano de Luchino Visconti en 1963

Lecturalia




'El Gatopardo', de Giuseppe Tomasi di Lampedusa


Decadencia y renovación. Éstos son los dos ejes en torno a los que bascula la obra maestra de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. El Gatopardo  es una indagación en la personalidad de su protagonista, el avejentado príncipe de Salina, símbolo de una época que desaparece para dar paso al alumbramiento de otra. La unificación de Italia bajo el empuje de Garibaldi, el ascenso de la burguesía frente a la nobleza en declive, son hechos reales a partir de los cuales nace esta novela que se ciñe a la historia, pero que al mismo tiempo la recrea con singular maestría y de esta forma la convierte en algo más verdadero. Tomasi di Lampedusa, aristócrata diletante que desciende de una estirpe que asegura poder identificar a sus ancestros hasta remontarse a los tiempos de Tiberio I, emperador de Bizancio en el siglo VI, escribió de todo ello con nostalgia y delicadeza. Creó así un relato de particular belleza surgido en condiciones difíciles de explicar: el autor apenas había publicado en vida más que unos pocos artículos y nunca mostró interés en alternar con los grandes maestros literarios de su época. Poco antes de morir, sin embargo, había terminado una obra maestra.

Dos nobles, dos miradas

El director de cine Luchino Visconti pertenecía a la nobleza al igual que Lampedusa. Pero si el escritor era un nostálgico de los tiempos pasados, Visconti simpatizaba con el progresismo. En 1963, seis años después de la publicación de la novela, que se convirtió en un inmediato éxito de ventas, se estrenó la película del mismo nombre. En su versión impresa, El Gatopardohabía suscitado el rechazo de la izquierda política, que tachó la obra de reaccionaria. En su versión cinematográfica, con Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale como artistas principales, ocurrió lo contrario. Sin embargo, pocas veces una película ha sido más fiel a un libro. Quizá, dicen algunos estudiosos, todo se encuentra en la novela: la elegía y la crítica.


"Es preciso que todo cambie"

El hombre que murió en Roma en 1957 siendo duque de Palma y príncipe de Lampedusa había nacido en Palermo 60 años antes. Su hermana mayor falleció muy joven y Giuseppe Tomasi quedó como único heredero de una estirpe que conservaba los títulos pero carecía del poder y la riqueza de antaño. La nostalgia de aquellos tiempos gloriosos ya terminados permanecía inmóvil a pesar de todo en los recuerdos de la familia.
El escritor utilizó a sus propios antepasados como moldes del linaje ficticio de los Salina. Su abuelo paterno, Gulio Maria Fabrizio, es el modelo principal en el que se basa el personaje de Don Fabrizio, eje de toda la obra. "Primero (y último) de una estirpe que durante siglos no había sabido hacer ni siquiera la suma de sus propios gastos ni la resta de sus propias deudas, poseía una marcada y real inclinación por las matemáticas. Había aplicado éstas a la astronomía y con ello había logrado abundantes galardones públicos y sabrosas alegrías privadas", escribe Lampedusa. Su abuelo había sido el descubridor de dos asteroides y recibió por ello un diploma de la Universidad de la Sorbona. La novela es en buena medida un estudio psicológico del personaje, llamado El Gatopardo por el animal que aparece en su escudo de armas, pero también es al mismo tiempo una crónica de los cambios que experimenta Sicilia durante la unificación de Italia.

Garibaldi

Dividida en ocho capítulos, cada uno de ellos correspondiente a una fecha, la obra comienza en mayo de 1860, cuando los camisas rojas de Garibaldi desembarcan en la isla, y termina medio siglo más tarde, en mayo de 1910.
El avance de Garibaldi corre en paralelo al declive de la monarquía borbónica que gobierna Nápoles y Sicilia. De igual manera, la vieja aristocracia, representada por Don Fabrizio, ve cómo se eclipsa su estrella en favor de una burguesía adinerada que se desvive por emparentar con los antiguos linajes. Tancredi, el sobrino juerguista de Don Fabrizio, terminará casándose con la hija del alcalde Don Calogero , plebeya pero rica. Antes de eso, ya le anuncia a su tío que ha decidido unirse a los hombres de Garibaldi que avanzan hacia las puertas de Palermo. El patriarca se escandaliza, pero su sobrino replica: "Si allí no estamos también nosotros -añadió-, esos te endilgan la república. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?". Termina así una de las frases más citadas de la literatura contemporánea. Un símbolo del conservadurismo camaleónico.
Andrés Padilla
EL País


Cita de “El gatopardo”

De manera reiterada, la última ocasión en la columna de David Trueba del 7 de octubre, se sigue citando equivocadamente El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. En boca de su protagonista se pone la frase “Es necesario que todo cambie si queremos que todo siga igual”, cuando lo que realmente dice es: “Hace falta que algo cambie para que todo siga igual”, desvirtuando no solo el sentido de la frase en sí, sino de toda la novela. Pues si todo cambia estaríamos ante una revolución, que es precisamente lo que desean evitar el príncipe de Salinas y los estamentos a los que representa.— Andrés Linares Capel. Madrid.
10 de octubre de 2013
El País



El sublime secreto de 'El Gatopardo'


El retrato brillante e incisivo de los orígenes de la Sicilia moderna de Giuseppe Tomasi di Lampedusa evoca un mundo perdido, pero no es sentimental ni nostálgico


El libro que viene hoy inmediatamente a la cabeza cuando se piensa en Sicilia, una novela que todo el mundo adora, una obra que resucita la energía y la dimensión de Stendhal y Tolstói para mostrar un entretejido de vidas privadas y convulsiones históricas, es El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, publicado hace 50 años -un año después de la muerte de su autor-, y ese hecho es, ya en sí, extraordinario.
En primer lugar, es asombroso que se pudiera escribir un retrato tan brillante e incisivo de los orígenes de la Sicilia moderna y la decadencia y muerte de su aristocracia desde la agonía, y que lo hiciera el último de una noble estirpe. Giuseppe Maria Fabrizio Salvatore Stefano Tomasi, nacido en 1896 y príncipe de la diminuta isla de Lampedusa tras la muerte de su padre en 1934, fue un hombre cuya vida, vista desde fuera, exhibió todos los desajustes y dificultades terminales de la clase -ya superflua- a la que pertenecía. Fue un hombre que no hizo prácticamente nada en toda su vida más que producir una única obra maestra al final. Sus contemporáneos le consideraban tímido, letárgico y dominado sin remedio por su madre y su esposa, y se sorprendieron ante su fama póstuma.
Pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, Lampedusa cumplía 50 años y la tambaleante aristocracia terrateniente siciliana, una clase endogámica y encerrada en sí misma desde hacía largo tiempo, se encontraba abatida por un siglo de derrotas históricas que habían empezado con el desembarco de Garibaldi en la isla en 1860, la derrota de la monarquía Borbón en el sur y la unificación de Italia. Después llegó la catástrofe del fascismo, luego la guerra, y el golpe definitivo y mortal fue la reforma agraria. Tras la guerra, los campesinos -que habían dejado de estar sometidos- y el Partido Comunista liberado forzaron el desmembramiento de los vastos latifundios sicilianos. Los aristócratas perdieron su base material de ingresos y su poder real sobre las vidas sicilianas en una sola catástrofe irreversible y terriblemente tardía.
Los aristócratas de Sicilia no han desaparecido por completo. Hoy se aferran a los jirones de lo que poseían en otro tiempo. Los más sagaces se dedican a los negocios. Varias dinastías famosas dan nombre a grandes vinos sicilianos y Palermo es, desde hace mucho tiempo, un lugar para hacer negocios, y no para acudir a bailes y burdeles. En una noche reciente como de ensueño, me llevaron a un oscuro palazzo en la vieja Palermo en el que entramos, por una puerta sin ningún tipo de señal, a un circolo en el que grupos de antiguos supervivientes, sentados en frágiles sillas doradas sobre alfombras raídas, degustaban pez espada a la parrilla, granita di limone y un fuerte café solo, todo ello servido por camareros de librea y guante blanco. Algunos aristócratas vendieron sus posesiones y partieron al exilio. Hace unos años, en Manhattan, cené con una noble siciliana en cuya casa había jugado Lampedusa de niño. La dama había pasado la mayor parte de su vida en París y Nueva York y se consideraba estadounidense.
Lampedusa era demasiado inteligente y de convicciones democráticas demasiado profundas para lamentar el final del único mundo que conocía, aunque seguramente no sintió haberse ahorrado la guerra fascista por ser un terrateniente, es decir, "cabeza de un establecimiento agrario". Las casas de su familia habían quedado arrasadas por las bombas aliadas y su esposa, una formidable baronesa que era pariente política suya, había perdido su castillo y sus terrenos en Lituania, confiscados por la Unión Soviética.
Su vida ya había sido un largo esfuerzo por comprender el mundo y su extraño sitio en él y, antes de la guerra, había viajado por toda Europa, especialmente a Inglaterra y a las tierras de su mujer en el Báltico. Leía sin cesar literatura europea, sobre todo las grandes novelas inglesas y francesas, y absorbía lo que luego iba a necesitar de Stendhal y Jane Austen. De los libros de esta última, decía: "No ocurre nada, gracias a Dios". ¿Era consciente de que necesitaba aprender de estos maestros, o cristalizaron algún oscuro anhelo que él ya sentía? Quién sabe.
La pérdida de la realidad física de su primer mundo personal, por bombas, terremotos, litigios dinásticos, decadencia física y ventas forzosas, pareció desencadenar un aluvión de recuerdos liberador. La memoria era todo lo que le quedaba y lo que le ayudó a dar vida a sus prolongados esfuerzos por comprender Sicilia, el pasado y a sí mismo. La desaparición de los amados palazzi y los terrenos de su niñez desembocó en la crisis creativa que, en sus últimos años, produjo una breve novela sobre otro periodo anterior de crisis y otro miembro de su propia familia.
El ambiente de 1860 en el que vive el príncipe en la novela permanecía prácticamente intacto una generación más tarde, cuando Lampedusa era niño, antes de la Primera Guerra Mundial. El sublime secreto de El Gatopardo es que resulta afectuoso, humorístico y sensual en su evocación de ese mundo perdido, pero nunca sentimental ni nostálgico. El cariñoso retrato en palabras de los jardines, los salones y las salas de baile, las capillas privadas, las bibliotecas, las cocinas y las carrozas sirve para explicar a las personas que los habitaban. Los recuerdos sensuales de la comida, el vino, el incienso y los rituales reproducidos de la caza, el baile, los servicios religiosos y las cenas están mitigados por una interpretación muy mordaz de los intereses personales, las relaciones de clase y el papel histórico de todo el mundo. Hay mucha estupidez presente. El Gatopardo es intensamente ambivalente pero nunca fatalista.
Cuando empecé a escribir sobre Sicilia, unos años después de la crisis criminal y política de 1992, mis recuerdos juveniles de El Gatopardo estaban desdibujados por el tiempo y muy supeditados al recuerdo ligeramente posterior de la versión glamourosa y tremendamente popular realizada por Luchino Visconti para el cine en 1963, cinco años después de la publicación de la novela. Cuando releí el libro vi que las imágenes en tecnicolor de Visconti y los rostros hermosos e inertes de Burt Lancaster, Claudia Cardinale y Alain Delon habían hecho flaco favor a la novela, al eliminar su sutileza. El Gatopardo vive con extraordinaria intensidad la vida diaria corriente con sus aspectos de comedia, e incluso el baile, el clímax romántico de la buena vida en la película de Visconti, es una escena vagamente tediosa y opresiva en el libro.
Releí la novela por curiosidad y me asombraron su inteligencia y su lucidez. La espléndida novela era además un ensayo incisivo e irónico sobre el cambio y la inmovilidad en la sociedad siciliana. Era una brillante reflexión, a su manera oblicua y discreta, sobre el poder de la Iglesia y el ascenso de la Mafia. Mostraba en acción los sistemas interconectados de intereses que controlaban la sociedad siciliana en 1860 y 1950 y que siguen controlándola hoy. La agudeza política de Lampedusa sobre la adaptación de Sicilia a las nuevas realidades proporcionó una frase que, desde entonces, ningún comentarista ha dejado de citar: "Si queremos que todo siga como está es preciso que todo cambie".
El otro aspecto notable de El Gatopardo es el mero hecho de que se publicara. En los años cincuenta, las tensiones de la guerra fría habían empujado la cultura italiana hacia unos polos profundamente enfrentados. La iniciativa cultural estaba en manos de los neorrealistas, relacionados con los comunistas, y para ellos era inconcebible que ese superviviente tardío de una casta decadente pudiera tener nada valioso que decir a mediados del siglo XX. Uno de los más influyentes neorrealistas literarios era otro siciliano, Elio Vittorini, que fue uno de los árbitros que se ocuparon de que los grandes editores italianos rechazaran el libro.
El Gatopardo fue rechazado varias veces y sólo se vio salvado del olvido gracias a la inteligencia de Giorgio Bassani, a su vez un gran novelista y autor de El jardín de los Finzi-Contini, la otra obra maestra de la Italia de posguerra y otro libro sobre convulsiones, pérdidas y recuerdos en la Italia moderna. Bassani fue el único intelectual italiano que supo ver que Tomasi di Lampedusa sí tenía algo importante que decir y lo decía, y fue quien se encargó de que publicara El Gatopardo en 1958 Giangiacomo Feltrinelli, un recién llegado que el año anterior había publicado la primera edición mundial de Doctor Zhivago, de Borís Pasternak. Para entonces, Lampedusa llevaba muerto un año. Su único libro adquirió inmediatamente una popularidad internacional superior a la de cualquier otra obra italiana en todo un siglo -fue el Cien años de soledad de su tiempo- no ha disminuido desde entonces.
Peter Robb
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. Peter Robb es autor de Medianoche en Sicilia. Traducción de Encarna Castejón. Alba Editorial. Barcelona, 2003. 480 páginas. 16 euros. El último Gatopardo: vida de Giuseppe di Lampedusa. David Gilmour. Siruela, 2003. El Gatopardo. Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Alianza, Edhasa, Espasa-Calpe y Círculo de Lectores, 2007.

El País

Pinturas para 'Il Gattopardo'

Piero Guccione, un pintor conocido en Francia y en Estados Unidos, aunque creo que desconocido aún en España, ha realizado para una edición americana de Il Gattopardo una decena de pinturas al pastel de extraordinaria intensidad y sugestión. Y puesto que nos hallamos en el 30º aniversario de la muerte de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, quien, como es sabido, murió antes de la publicación de su obra, las imágenes de Guccione, además de acompañar la relectura de la novela con una disposición de ánimo más serena -cuando apareció suscitó demasiado entusiasmo en algunos y cierta perplejidad y recelo en otros, entre los que me incluyo-, solicitan y proponen una interpretación que, partiendo del paisaje, llega a la historia y a la visión de la vida. El paisaje siciliano, como cualquier otro paisaje en cualquier parte del mundo que haya sido o esté habitada por el hombre, es al mismo tiempo naturaleza e historia: naturaleza que el hombre ha modíficado y ordenado según sus propias necesidades e ideales. Desplazando de su sitio un puñado de arena, dice Borges: "He modificado el desierto". Exacta paradoja, como la de Wilde cuando dice que la naturaleza es una imitación del arte.Al lector español que nunca haya estado en Silicia puede servirle, para hacerse con una impresión adecuada, la lectura de un poema de José María Valverde titulado precisamente Tierra de Sicilia: "Esta Voz la conozco en otro rostro; este trigo maduro, con su vello de verde, aún, y su sazón de flores;/ estas lomas solemnes y vacías, / de color mineral, denso y pesado; / estas vetas de gris rosa; estos troncos individuales como los pastores; estos valles de río seco, donde pasa como un gran águila un respiro / de cielo sin pintar; estas anchuras / alzadas a mirarse con lo abierto. / Ésta es la gravedad de aquel paisaje/ de Castilla que en mí fue la nativa / figura de la vida y la esperanza; / pero aquí más reunido en una mano / nerviosa...".
Nótese ese "cielo sin pintar" que puede querer decir no pintable, no reproducible en pintura, y también no pintado hasta ahora. O al menos así me atrevo a pensar, con la inseguridad que siempre tengo cuando leo en una lengua que no es la mía. También puede ser que sean válidas las dos hipótesis, considerando, en apoyo de la segunda, que Valverde haya visto los cielos sicilianos pintados por Guttuso, de colores demasiado abiertos, demasiado violentos; en una palabra, que no guardan relación con los de ciertas horas de la Sicilia interna, de la Sicilia del feudo, que es precisamente la que Valverde quiere parangonar con Castilla. Colores todavía no pintados, si así se puede decir, antes de Guccione, pero que no escasean en las descririciones literarias del paisaje siciliano. Y que no escasean, en concreto, en Il Gattopardo: podría considerarse incluso que constituyen una especie deleitmotiv del Juicio moral e histórico que sobre Sicilia fluye a lo largo del libro.
Se ha dicho que eran 10 los cuadros de Guccione; de ellos, uno despliega, con incomparable profundidad y encanto, ese cielo estrellado que el protagonista de Il Gattopardo escruta -esa impresión nos da- en una noche de verano; otro nos da una fugaz pero vibrante imagen de las cosas místicas, pertenecientes al atroz misticismo ele los antepasados, que se encuentran en la casa solariega del príncipe; otro, en fin, es una imagen del vals que el príncipe Salinas baila con la bella Angélica: "Valse mélancolique et langoureux vertige", por decirlo con un verso de Baudelaire, y que quienes hayan visto la película de Visconti lo recordaran con música de Verdi. Todos los demás cuadros representan el paisaje, y todos parecen como magnetizados por una frase del libro: "Bajo una luz cenicienta se agitaba el paisaje, irredimible". Una frase que puede asumirse como clave para entenderlo. En la irredención que el príncipe de Lampedusa asigna al paisaje siciliano se halla contenido un juicio sobre la irredención de Sicilia, de los sicilianos.
De la misma manera que hoy existe la manía de escoger y salvar, en cada literatura y en todas las literaturas, los libros más importantes o los más hermosos, en tiempos del futurismo la manía consistía en extraer de una obra una sola frase o un solo verso en el que se condensase el sentido y la belleza de toda la obra (la mayor concesión se le hizo a Dante: tres versos). Si quisiéramos hacer un juego semejante con Il Gattopardo, esta frase, bien analizada, podría ser su síntesis: "Bajo una luz cenicienta se agitaba el paisaje, irredimible". El hecho físico de la agitación, cuando se viaja en diligencia por los impracticables caminos sicilianos, unido a la visión del paisanaje, produce una especie de ritmo ondulante que propicia el sueño: símbolo del eterno sueño siciliano; la luz cenicienta, que es luz de angustia y de expiación; la irredención de una tierra árida, áspera, escasa de agua, mal cultivada; irredención que de visión se transforma en juicio so bre el hombre siciliano, sobre la inmutable violencia de sus pasiones, sobre su delirante amor a sí mismo. Sobre este hombre han pasado siglos de historia, dice el príncipe de Lampedusa, como el agua sobre la piedra: para hacer más compacta y lisa su locura de creerse perfecto. Lo cual no puede ser, y de hecho no es verdad. Pero no sólo leyendo Il Gattopardo se tiene la fuerte tentación de creer que los sicilianos, a lo largo de los siglos, han obrado de tal manera que, creyendo cambiarlo todo, no han cambiado nada. Cuando leemos en Cicerón que los sicilianos son gentes, "de ingenio agudo y receloso, nacidos para la polémica parece que no han pasado 2.000 años, y que en el discurso del antiguo abogado romano, los sicilianos se hallan igual que en las páginas de Verga, de Pirandello, de Lampedusa.
Leonardo Sciascia
1 de agosto de 1987
EL País

Música de 'Il gatopardo'

En el artículo Pinturas para 'Il gattopardo' (véase EL PAÍS número 3.766, del 1 de agosto de 1987), el escritor Leonardo Sciascia atribuye a Giuseppe Verdi la música del vals "que el príncipe Salinas baila con la bella Angélica" en la adaptación cinematográfica de la novela de Lampedusa. El error es comprensible, pues en la larguísima secuencia de la fiesta del filme de Visconti se puede oír un vals inédito del compositor de Roncole (un "valzar brillante", dicho sea de paso, que fue regalado a Visconti por el montador Mario Senandrei y que provenía de una colección particular), pero que no corresponde al citado baile.El vals al que hace referencia Sciascia es obra original del compositor Nino Rota, autor asimismo de la banda sonora original de la película (una sinfonía incompleta en cuatro tiempos que Rota compuso durante la ocupación alemana). Para la secuencia de la fiesta, Rota compuso una mazurka, una contradanza, una polka, una quadriglia, un galop y el citado vals.
Sciascia pudo haber consultado el dato en Il gattopardo. Coll. Dal Soggetto al filme, y escuchar el vals en la edición italiana de la banda sonora, que respeta la sinfonía. En España, el vals de Rota apareció en la banda sonora de El asesino de muñecas (Editorial. Cam de España, A. Santiesteban).
Por otra parte, Sciascia tiene razón cuando afirma que los espectadores de Il gattopardo 'viscontiano' recordarán la película con música de Verdi. Así es, pues Viscoriti siguió al pie de la letra las indicaciones de la novela de Lampedusa y se vio obligado a introducir el Somos gitanillas y el Quiéreme, Afredo, de Verdi, porque ambas aparecen en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.- La Rioja.
Francis J. Cillero
12 de agosto de 1987
El País


El gatopardo - 1963 - Luchino Visconti


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