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El mundo Mundial 18: Predicciones por Martín Caparrós


A la izquierda: el delantero francés Antoine Griezmann; a la derecha: el argentino Lionel Messi. Las selecciones francesa y argentina se enfrentarán el 30 de junio en los octavos de final.CreditJeff Pachoud/Agence France-Presse — Getty Images


BUENOS AIRES — Predijeron. Es raro pre-decir: decir antes de hablar, digamos, antes de que decir tenga sentido. O, como solía decir mi padre: perderse una gran oportunidad de callarse la boca.

Siempre ha habido especialistas en ese noble arte. Predicen, y confían en ciertas distracciones: la credulidad, la desmemoria, la catarata de novedades renovadas. Dicen tal día va a pasar tal cosa y saben que, si no pasa, nadie recordará que lo dijeron, qué dijeron. Predecir es barato, todavía más que otras palabras. Pero esta mañana sin fútbol me pasé un rato chequeando, por ejemplo, las predicciones del bocazas portugués.

No sé qué pasa con los portugueses: son tan amables y ponderados en la vida, tan vanos en el fútbol. José Mourinho predijo cuáles serían los octavos de final y acertó dos sobre ocho. Si fuera un médico la mortandad sería estrepitosa; si un ingeniero, puentes partiéndose entre gritos. Sus errores cantan, al mismo tiempo, que el portugués se perdió otra oportunidad y que este campeonato estuvo lleno de sorpresas.

Se sabe: la más importante fue la caída germana —y el respeto del contrato de su técnico hasta 2022—. Pero también sorprende la despedida de los equipos africanos. ¿Por qué buena parte de los mejores jugadores europeos y latinoamericanos son negros y las selecciones africanas nunca ganan? Esta vez pasaron a los octavos diez europeos, cinco americanos y Japón. Gracias al derrape argentino la llave se hizo mucho más difícil en su mitad de arriba —con Brasil, Uruguay, México, Portugal, Francia, Bélgica, Argentina— que en la de abajo, donde se esconden España, Inglaterra, Colombia y Croacia. Los países de la parte alta ganaron diez Copas del Mundo; los de la baja, dos.

También sorprendió que las figuritas más cotizadas —Neymar, Cristiano, Mbappé, Messi— no siempre estuvieran a la altura y, sobre todo, la paridad general, aurea mediocritas: no hay equipos dominantes, casi todos sufrieron como perros. El debate pos-Mundial está servido: ¿qué pasa en el fútbol global para que se diluyan aquellas grandes diferencias? ¿Esa explosión de futbolistas mundiales jugando en las mismas ligas europeas es una razón posible del emparejamiento? ¿La igualación se da siempre hacia abajo? ¿O es justamente el salto de calidad de los medianos lo que hace que no haya grandes, que ya nadie pueda ganar fácil? ¿La única opción de los más chicos es no dejar jugar, destruir el juego de los grandes? Son preguntas, y esto recién empieza.

Mientras, mañana, el año se divide en dos. El 30 de junio termina su primera mitad, empieza su segunda, y da lo mismo. Para nosotros, argentinos, el año también puede dividirse o no: son curiosos esos eventos cuyo peso cambia tanto según su resultado. Si la Argentina le gana a Francia será un paso más en un camino, una fiesta que olvidaremos en tres días; si viceversa, será un corte radical, el momento de barajar y dar de nuevo, un hecho que durará por años, el Desastre de Rusia.

(Y entonces la victoria agónica contra Nigeria sería el síntoma que no supimos ver de ese derrumbe en vez de ser, como es ahora, el inicio de la recuperación moral y anímica. Así son las lecturas).

Mientras los dos equipos —los dos países— tienen miedo. Los argentinos, ante la turba de habilidosos rapiditos que despliega Francia; los franceses, ante Messi. Los argentinos nos quejamos de que nuestro equipo es demasiado viejo; los franceses, de que el suyo es demasiado joven. Los argentinos suponemos que el nuestro ahora es sobre todo agallas —“huevo”—; los franceses, que el suyo no tiene suficientes. Y así.

Pero no se puede comparar el peso del fútbol en Francia y en Argentina. En Francia es una chance de pasar un buen rato y divertirse y exaltarse un poco; en Argentina, un reto nacional. Y, como todo reto, nada en contradicciones.

Cuando llegué a Buenos Aires, justo antes del partido con Nigeria, varios compatriotas radicalmente compatriotas me dijeron que ya no sabían si querían que la Argentina ganara o perdiera, que por supuesto siempre habían deseado la victoria patria pero que con estos dirigentes que tenemos quizá sería mejor que perdiéramos, así tenían que irse y podría empezar algo mejor: cuanto peor, mejor, solían llamarlo. Yo les dije que era una apuesta arriesgada porque la derrota tampoco garantizaba que se fueran, que también estaba la posibilidad de quedar sin el pan y sin las tortas, derrotados y con ellos. Y dos o tres me dijeron que sí pero que era necesario un desastre para tocar el fondo y empezar de nuevo.

En esos días una encuesta nacional dijo que Messi tenía 72,7 por ciento de imagen positiva, Maradona 32,2 por ciento, el técnico Sampaoli 9,4 por ciento y el periodismo deportivo argentino un 8,7. Ni el mensaje ni los mensajeros; solo Messi se salvaba de la quema. Pero los mismos que antes pedían cabezas después gritaron los goles hasta desgañitarse y saltaron y cantaron y festejaron como locos. Y ahora, hoy, muy pocos mentan la regeneración tan necesaria: así es la Patria de confusa.

Para que siga viva, Messi, mañana, deberá ser de nuevo el abanderado y la bandera, el arco y la flecha y el arquero. Un rumor insistente dice que podría jugar de “falso 9”, entrando y saliendo del área, como hizo tantas veces en el Barcelona, y que entonces lo acompañarían Di María y Pavón, e Higuaín quedaría afuera. Es una opción interesante; es, también, otro ensayo en el borde del abismo: algo que nunca se había hecho y se improvisa el día anterior.



Diego Maradona celebra el gol de la selección argentina frente a Nigeria en San Petersburgo el 26 de junio de 2018. CreditGiuseppe Cacace/Agence France-Presse — Getty Images

Todo se espera del héroe salvador. Hay una imagen elocuente: Maradona festeja, en su palco de Rusia, el gol de Messi contra los nigerianos. Grita, abre los brazos, los cierra en un estrecho abrazo. ¿A quién abraza Maradona? A Maradona, claro: Maradona se abraza a sí mismo, como quien dice el héroe no necesita a nadie. Messi sí, porque él sí está en la cancha.

Mañana también juegan Uruguay y Portugal, y va a ser lindo ver los duelos: el viejo guerrillero Pepe contra los dos tanques charrúas, la pareja de centrales más aguerrida del Mundial frente al otro luso vano, el afamado Cristiano Yonaldo. Poderes: una auténtica lucha de poderes con una bola de por medio, la excusa consagrada.

Queda poco. Mañana a esta hora uruguayos y argentinos sabremos qué fue de nosotros entre lusos y galos: “Admiróse un portugués / de ver que en su tierna infancia / todos los niños en Francia /supiesen hablar francés…”, decía un viejo poema castellano que, curiosamente, se llama “Saber sin estudiar”, una suerte de consigna criolla. Quizá mañana, si Fortuna se apiada, galos y lusos queden sin ilusiones y acaben por saber, sin estudiar, el camino de casa.

Martín Caparrós es periodista y novelista. Sus libros más recientes son “Todo por la patria” y “Postales”. Nació en Buenos Aires, vive en Barcelona y es colaborador regular de The New York Times en Español.

New York Times


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