El uso de pigmentos minerales se expresa en Los Andes desde los primeros poblamientos de la región, tanto en la costa como en zonas altoandinas. Con el advenimiento de sociedades agro-pastoriles y complejas, el uso de pigmentos se volvió cada vez más relevante, con testimonios materiales y sitios arqueológicos que indican de una explotación y uso intensivo en soportes como cerámica, madera, metal, cuero, pintura mural y corporal, entre muchos otros. Un proceso que se vio acompañado paralelamente de la ampliación y diversificación de la paleta de colores minerales empleada. Su relevancia y significado fueron tales que el consumo y circulación de pigmentos llegó a ser controlado por el Inka, al igual que durante la colonia décadas más tarde, para integrar circuitos comerciales hacia el Viejo Mundo y de escala global.
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