La edad no tiene que ser destino funesto
Bogotá, Col., 25 marzo 08 (CIMAC).- Ser mujer y ser vieja constituye una doble desventaja social. Con esta frase comenzaba la psicóloga Ursula Lehr, hace más de un cuarto de siglo (1982), un artículo acerca de aspectos psicológicos y sociales de la mujer madura. Agregaba Lehr que tanto la edad --y específicamente la vejez-- así como el hecho de ser mujer, constituían cada vez en mayor grado, no sólo destinos biológicos, sino ante todo destinos sociales.
En épocas más recientes (2005) tanto Florence Denmark (psicóloga estadounidense), como Erica Burman (psicóloga inglesa), analizan el concepto de género como construcción social permeada por la cultura y la diversidad en términos de edad, etnia, clase, creencias e ideologías. Aluden, a propósito, a los términos ingleses --por cierto de difícil traducción-- “engendering culture” and “engendering psychology”. Como si dijéramos cultura y psicología permeadas por el género.
Tanto Denmark, como Burman, reconocen la imposibilidad de separar los contextos culturales de las maneras de pensar y actuar con respecto al género. Una y otra invitan a reflexionar acerca de las múltiples formas en las que la(s) cultura(s) se ha(n) referido y se siguen refiriendo al género y específicamente al concepto de mujer.
Mientras Denmark lo plantea como categoría diversa y multifacética, Burman señala la urgente responsabilidad de evidenciar las complejas formas en las cuales la cultura tiene en cuenta el género, incluyendo aquellas que pueden constituir formas de opresión.
Al relacionar los conceptos de género, edad, equidad y empoderamiento, puede llegar a sorprendernos lo equidistantes que han estado a través de la historia.
Para no retroceder demasiado, podemos centrarnos en la celebración del “Día de la mujer”. Ya sea que la ubiquemos a mediados del siglo XIX, o a comienzos del siglo XX (1908) esta celebración se instituyó, justamente como invitación a reflexionar y a actuar para luchar contra la segregación de las mujeres en el trabajo, en la política, en las relaciones con los varones y en la intimidad de los hogares.
Unos cuantos años después (1929), sin dejar de lado la ironía, Virginia Woolf se refería, en su libro Un cuarto propio, a los desequilibrios de poder entre mujeres y hombres.
Y muchos años más adelante, prácticamente a un siglo del establecimiento de la celebración del Día de la mujer (1908), en diciembre de 2007 el Consejo Económico y Social se refiere a la necesidad de financiar esfuerzos tendientes a superar “la persistente inequidad de género” aludiendo a que aún siguen pendientes de cumplir los compromisos adquiridos en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, realizada en Beiging (China), en 1995.
¿Y QUÉ DECIR DE LA VEJEZ?
Aunque sin rastrear la historia de las celebraciones de la vejez y de las personas viejas, parece igualmente evidente que estas pretenden subrayar la necesidad de hacer evidente la marginación por razones de edad, y especialmente por el hecho de ser viejo: el “edadismo” o “viejismo” (ageism), al cual se refiriera, ya casi hace medio siglo (1969), Robert Butler, estudioso del envejecimiento y de la longevidad.
Es entonces tiempo de enfatizar una vez más y con mayor ahínco, cuando celebramos el centenario del establecimiento del día de la mujer, que ser mujer y ser vieja… no tiene por qué continuar siendo un destino ni biológico, ni socio-cultural desventajoso, sin equidad, ni poder. Pero no tiene por qué continuar siéndolo, porque simplemente lo decimos y reiteramos, sino porque actuamos al respecto para lograr, no solamente un día, sino los 365 días de cada año.
Elisa Dulcey-Ruiz
* Psicóloga. Directora del Centro de Psicología Gerontológica. Corresponsal de la Red Latinoamericana de Gerontología en Colombia, red virtual en el área de la gerontología social que, desde 1999, busca dar respuesta a las inquietudes de instituciones que trabajan en América y el Caribe en la promoción de las personas adultas mayores.
Bogotá, Col., 25 marzo 08 (CIMAC).- Ser mujer y ser vieja constituye una doble desventaja social. Con esta frase comenzaba la psicóloga Ursula Lehr, hace más de un cuarto de siglo (1982), un artículo acerca de aspectos psicológicos y sociales de la mujer madura. Agregaba Lehr que tanto la edad --y específicamente la vejez-- así como el hecho de ser mujer, constituían cada vez en mayor grado, no sólo destinos biológicos, sino ante todo destinos sociales.
En épocas más recientes (2005) tanto Florence Denmark (psicóloga estadounidense), como Erica Burman (psicóloga inglesa), analizan el concepto de género como construcción social permeada por la cultura y la diversidad en términos de edad, etnia, clase, creencias e ideologías. Aluden, a propósito, a los términos ingleses --por cierto de difícil traducción-- “engendering culture” and “engendering psychology”. Como si dijéramos cultura y psicología permeadas por el género.
Tanto Denmark, como Burman, reconocen la imposibilidad de separar los contextos culturales de las maneras de pensar y actuar con respecto al género. Una y otra invitan a reflexionar acerca de las múltiples formas en las que la(s) cultura(s) se ha(n) referido y se siguen refiriendo al género y específicamente al concepto de mujer.
Mientras Denmark lo plantea como categoría diversa y multifacética, Burman señala la urgente responsabilidad de evidenciar las complejas formas en las cuales la cultura tiene en cuenta el género, incluyendo aquellas que pueden constituir formas de opresión.
Al relacionar los conceptos de género, edad, equidad y empoderamiento, puede llegar a sorprendernos lo equidistantes que han estado a través de la historia.
Para no retroceder demasiado, podemos centrarnos en la celebración del “Día de la mujer”. Ya sea que la ubiquemos a mediados del siglo XIX, o a comienzos del siglo XX (1908) esta celebración se instituyó, justamente como invitación a reflexionar y a actuar para luchar contra la segregación de las mujeres en el trabajo, en la política, en las relaciones con los varones y en la intimidad de los hogares.
Unos cuantos años después (1929), sin dejar de lado la ironía, Virginia Woolf se refería, en su libro Un cuarto propio, a los desequilibrios de poder entre mujeres y hombres.
Y muchos años más adelante, prácticamente a un siglo del establecimiento de la celebración del Día de la mujer (1908), en diciembre de 2007 el Consejo Económico y Social se refiere a la necesidad de financiar esfuerzos tendientes a superar “la persistente inequidad de género” aludiendo a que aún siguen pendientes de cumplir los compromisos adquiridos en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, realizada en Beiging (China), en 1995.
¿Y QUÉ DECIR DE LA VEJEZ?
Aunque sin rastrear la historia de las celebraciones de la vejez y de las personas viejas, parece igualmente evidente que estas pretenden subrayar la necesidad de hacer evidente la marginación por razones de edad, y especialmente por el hecho de ser viejo: el “edadismo” o “viejismo” (ageism), al cual se refiriera, ya casi hace medio siglo (1969), Robert Butler, estudioso del envejecimiento y de la longevidad.
Es entonces tiempo de enfatizar una vez más y con mayor ahínco, cuando celebramos el centenario del establecimiento del día de la mujer, que ser mujer y ser vieja… no tiene por qué continuar siendo un destino ni biológico, ni socio-cultural desventajoso, sin equidad, ni poder. Pero no tiene por qué continuar siéndolo, porque simplemente lo decimos y reiteramos, sino porque actuamos al respecto para lograr, no solamente un día, sino los 365 días de cada año.
Elisa Dulcey-Ruiz
* Psicóloga. Directora del Centro de Psicología Gerontológica. Corresponsal de la Red Latinoamericana de Gerontología en Colombia, red virtual en el área de la gerontología social que, desde 1999, busca dar respuesta a las inquietudes de instituciones que trabajan en América y el Caribe en la promoción de las personas adultas mayores.
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