La vejez es un hecho de lenguaje. En la perspectiva psicoanalítica, “vejez” no refiere a un corte cronológico o madurativo propio de toda sustancia viva, sino al cuerpo como fenómeno de lenguaje y como hecho cultural.
El envejecimiento es uno de los cortes de la palabra que marca el cuerpo. Es un escrito en el cuerpo en el que se manifiesta su decadencia y aniquilación. En este sentido, Freud la designa como lugar privilegiado para la amenaza de sufrimiento.
No se nace con un cuerpo, sino que éste es una construcción que se realiza a través de la identificación con la imagen del Otro. Esa operación va acompañada de un afecto alegre, jubiloso, en oposición a la tristeza que produce la imagen que devuelve el espejo del envejecimiento: mirada siniestra en tanto que presentifica una imagen horrorosa, familiar y desconocida a la vez.
En este sentido, la vejez se manifiesta como herida narcisista y aparece como caída imaginaria que angustia y que produce pérdida de la autoestima, depresión del sentimiento de sí y empobrecimiento del yo.
Sabido es que el mercado de la moda del discurso capitalista va en contra de la castración, con la voracidad de un superyó bulímico que cada vez exige más consumo de objeto de belleza, de juventud y eternidad. Los preceptos culturales se enlazan con las exigencias de cada sujeto y generan, en el caso de la vejez, abismal distancia entre el yo actual y el ideal; se produce de este modo sentimiento de culpa inconsciente manifestada como necesidad de castigo.
El proceso de envejecer supone el atravesamiento de importantes pérdidas, y frente a las pérdidas hay una respuesta posible: realizar los duelos correspondientes. Este trabajo va acompañado de dolor y profunda desazón. Freud enseñó que frente a las pérdidas hay dos reacciones psíquicas posibles: la amargura, el hastío del mundo, el pesimismo o bien la rebeldía contra la fatalidad. Cada uno de ellas refleja distintas posiciones subjetivas ante lo perdido.
En la primera, se tratará de un fallido trabajo de duelo: duelo patológico, falta de verdadera aceptación de lo perdido. Representa un estado de resignación frente al destino, inhibiéndose la capacidad para desear.
La segunda refiere a la rebeldía y supone una acción que implica el ejercicio de una potencia. El agente es un sujeto que se rebela: el rebelde se subleva frente a un orden establecido, no se deja domesticar, desobedece, se opone, no se rinde. Esta posición supone un duelo consumado, una verdadera renuncia a todo lo perdido y a algunos bienes. Entonces, sí, la libido que estaba fijada a algunos objetos quedará en libertad para sustituirlos por otros.
* Psicoanalista.
El envejecimiento es uno de los cortes de la palabra que marca el cuerpo. Es un escrito en el cuerpo en el que se manifiesta su decadencia y aniquilación. En este sentido, Freud la designa como lugar privilegiado para la amenaza de sufrimiento.
No se nace con un cuerpo, sino que éste es una construcción que se realiza a través de la identificación con la imagen del Otro. Esa operación va acompañada de un afecto alegre, jubiloso, en oposición a la tristeza que produce la imagen que devuelve el espejo del envejecimiento: mirada siniestra en tanto que presentifica una imagen horrorosa, familiar y desconocida a la vez.
En este sentido, la vejez se manifiesta como herida narcisista y aparece como caída imaginaria que angustia y que produce pérdida de la autoestima, depresión del sentimiento de sí y empobrecimiento del yo.
Sabido es que el mercado de la moda del discurso capitalista va en contra de la castración, con la voracidad de un superyó bulímico que cada vez exige más consumo de objeto de belleza, de juventud y eternidad. Los preceptos culturales se enlazan con las exigencias de cada sujeto y generan, en el caso de la vejez, abismal distancia entre el yo actual y el ideal; se produce de este modo sentimiento de culpa inconsciente manifestada como necesidad de castigo.
El proceso de envejecer supone el atravesamiento de importantes pérdidas, y frente a las pérdidas hay una respuesta posible: realizar los duelos correspondientes. Este trabajo va acompañado de dolor y profunda desazón. Freud enseñó que frente a las pérdidas hay dos reacciones psíquicas posibles: la amargura, el hastío del mundo, el pesimismo o bien la rebeldía contra la fatalidad. Cada uno de ellas refleja distintas posiciones subjetivas ante lo perdido.
En la primera, se tratará de un fallido trabajo de duelo: duelo patológico, falta de verdadera aceptación de lo perdido. Representa un estado de resignación frente al destino, inhibiéndose la capacidad para desear.
La segunda refiere a la rebeldía y supone una acción que implica el ejercicio de una potencia. El agente es un sujeto que se rebela: el rebelde se subleva frente a un orden establecido, no se deja domesticar, desobedece, se opone, no se rinde. Esta posición supone un duelo consumado, una verdadera renuncia a todo lo perdido y a algunos bienes. Entonces, sí, la libido que estaba fijada a algunos objetos quedará en libertad para sustituirlos por otros.
* Psicoanalista.
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