La actitud mental es el modo por medio del cual asumimos cada día de nuestra vida, es también el primer contacto con la alegría de vivir cotidiana, la forma en que nos enfrentamos con el desafío de vivir cada nuevo día.
Los antiguos tenían un concepto de la vida más inmediato y real y dejaban a la providencia lo desconocido. Su vida era breve y vivían acosados por enfermedades, pestes y toda clase de peligros.
Uno de sus preceptos más conocidos era el adagio latino Carpe diem, vive el día de hoy, lo que ratificaba la importancia que daba al presente el Padre Nuestro (“el pan nuestro de cada día dánoslo hoy”) que es el único que se puede comer.
A menudo omitimos que los cambios tecnológicos y el remedio a muchas enfermedades mortales han cambiado las expectativas de vida en la gente en los últimos 50 años por lo que conviene recordar que hasta los años 40, entre las mayores causas de mortandad se contaban la tuberculosis, la sífilis, el cólera y otras que causaban estragos en la población mundial. No se vivía mucho, tal vez se disfrutaba más.
Hoy vivimos más, el avance de la medicina extiende la vida a niveles impensados 50 años atrás, pero nuestra vida no parece de mayor disfrute y la gente mayor vive más años pero amarrada al estrés, el desgaste y el aburrimiento. Lo que nos preocupa es el aporte que cada uno puede brindar mediante el respeto, la confianza y el aprecio de sí mismo que pueda generar, algo que hoy se hace muy difícil por el sentimiento de inutilidad que suelen poseer las personas de mayor edad y los ataques depresivos, muchas veces mortales que suelen padecer al sentirse un estorbo.
Observemos el interés que tiene la gente por obtener la jubilación (que debería ser jubilosa) para convertirse después en entes olvidados, enfermos y propicios a sentirse inútiles y con escasos sentimientos de autoestima.
Cada vez más se hace imperativo el enfrentamiento con el cada día y el entusiasmo que las personas pueden cultivar en su interior. Ensimismarse es la capacidad del hombre para encontrarse por dentro, es decir para meterse en su sí mismo y comprender su propia realidad. No ha sido fácil crearse un espacio propio, por el contrario, se trata de una tarea lenta y paciente el poder establecer el diálogo con nuestra intimidad.
Por si fuera poco, el hombre tiene la facultad de imponerse sobre sus estados de ánimo, tiene la posibilidad de superar la constante puja que los otros le producen y ordenar sus sentimientos, no sin dificultad.
El hombre se ha ganado la posibilidad de poder actuar sobre las cosas, luego de meditar acerca de ellas, pero no es sencillo. Lo habitual es dejarse llevar por la alteración, por lo externo, por lo de fuera y reaccionar emocionalmente. Es lo que significa ponerse fuera de sí, desaforarse, alterarse.
Cuando el hombre decide por sí enfrentar sus estados de ánimo y poner el pecho a las cosas a la vez que pensar positivamente, está dando un paso clave para dominar sus actitudes y no permitir que su actuar se convierta en una conducta sobre la cual no tiene control.
Las personas asumen —si así se lo proponen— una conducta sincera que puede contagiar a los demás mediante ondas positivas o bien, pueden lograr lo contrario. Es siempre una elección, no hay excusa posible que justifique la imposibilidad de poder lograrlo.
Deberíamos hacer más en esa dirección para que nuestros semejantes pudieran vivir mejor sus años finales que como lo están haciendo ahora. ¿Usted se cree exento de estas consideraciones? Si vive lo suficiente deberá tenerlo en cuenta.
Leopoldo Barrionuevo
Diario La República, Costa Rica
Los antiguos tenían un concepto de la vida más inmediato y real y dejaban a la providencia lo desconocido. Su vida era breve y vivían acosados por enfermedades, pestes y toda clase de peligros.
Uno de sus preceptos más conocidos era el adagio latino Carpe diem, vive el día de hoy, lo que ratificaba la importancia que daba al presente el Padre Nuestro (“el pan nuestro de cada día dánoslo hoy”) que es el único que se puede comer.
A menudo omitimos que los cambios tecnológicos y el remedio a muchas enfermedades mortales han cambiado las expectativas de vida en la gente en los últimos 50 años por lo que conviene recordar que hasta los años 40, entre las mayores causas de mortandad se contaban la tuberculosis, la sífilis, el cólera y otras que causaban estragos en la población mundial. No se vivía mucho, tal vez se disfrutaba más.
Hoy vivimos más, el avance de la medicina extiende la vida a niveles impensados 50 años atrás, pero nuestra vida no parece de mayor disfrute y la gente mayor vive más años pero amarrada al estrés, el desgaste y el aburrimiento. Lo que nos preocupa es el aporte que cada uno puede brindar mediante el respeto, la confianza y el aprecio de sí mismo que pueda generar, algo que hoy se hace muy difícil por el sentimiento de inutilidad que suelen poseer las personas de mayor edad y los ataques depresivos, muchas veces mortales que suelen padecer al sentirse un estorbo.
Observemos el interés que tiene la gente por obtener la jubilación (que debería ser jubilosa) para convertirse después en entes olvidados, enfermos y propicios a sentirse inútiles y con escasos sentimientos de autoestima.
Cada vez más se hace imperativo el enfrentamiento con el cada día y el entusiasmo que las personas pueden cultivar en su interior. Ensimismarse es la capacidad del hombre para encontrarse por dentro, es decir para meterse en su sí mismo y comprender su propia realidad. No ha sido fácil crearse un espacio propio, por el contrario, se trata de una tarea lenta y paciente el poder establecer el diálogo con nuestra intimidad.
Por si fuera poco, el hombre tiene la facultad de imponerse sobre sus estados de ánimo, tiene la posibilidad de superar la constante puja que los otros le producen y ordenar sus sentimientos, no sin dificultad.
El hombre se ha ganado la posibilidad de poder actuar sobre las cosas, luego de meditar acerca de ellas, pero no es sencillo. Lo habitual es dejarse llevar por la alteración, por lo externo, por lo de fuera y reaccionar emocionalmente. Es lo que significa ponerse fuera de sí, desaforarse, alterarse.
Cuando el hombre decide por sí enfrentar sus estados de ánimo y poner el pecho a las cosas a la vez que pensar positivamente, está dando un paso clave para dominar sus actitudes y no permitir que su actuar se convierta en una conducta sobre la cual no tiene control.
Las personas asumen —si así se lo proponen— una conducta sincera que puede contagiar a los demás mediante ondas positivas o bien, pueden lograr lo contrario. Es siempre una elección, no hay excusa posible que justifique la imposibilidad de poder lograrlo.
Deberíamos hacer más en esa dirección para que nuestros semejantes pudieran vivir mejor sus años finales que como lo están haciendo ahora. ¿Usted se cree exento de estas consideraciones? Si vive lo suficiente deberá tenerlo en cuenta.
Leopoldo Barrionuevo
Diario La República, Costa Rica
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