Por Marcela Sanchez
Especial por washingtonpost.com
Mi madre acaba de terminar su visita anual. Antes acostumbraba a encargarse de nuestra casa y nuestras vidas, pero esta vez fue diferente. A las dos semanas, me miró a los ojos y señalando con el dedo me dijo enfáticamente: "Ojalá nunca llegues a vieja".
Este último año no ha sido fácil para mi madre -- una de las personas más activas que he conocido. Ha perdido fuerza en sus manos y sus piernas a menudo no responden. Abrir una botella de agua o usar escaleras son cosas casi imposibles sin ayuda. Está a menudo deprimida.
Normalmente no compartiría esta información. Pero el día después de que regresó a su casa en Colombia, leí un artículo en el Washington Post que me atrajo por la obvia ironía. El titular: "Estadounidenses mayores vivirían más contentos que los más jóvenes".El artículo citaba varios estudios que sugieren un "raudal de evidencia" de que existe una correlación positiva entre la edad y la felicidad en Estados Unidos.
Para los latinoamericanos esa correlación es opuesta. Según Carol Graham, especialista en economía de la felicidad en el Brookings Institution, entre más viejos, los latinoamericanos son menos felices.
Una correlación similar se encuentra en la acumulación de riqueza. A medida que envejecen, las personas en países ricos tienden a estar en mejor condición económica que las generaciones jóvenes. "Eso es exactamente al revés en América Latina", aseguró Leonardo Gasparini, directo del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS) de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina.
En la mayoría de países latinoamericanos la tasa de la pobreza entre la tercera edad es mayor que el promedio nacional -- hasta un 20 por ciento mayor en México, por ejemplo. Las excepciones son Argentina, Brasil, Chile y Uruguay gracias a su sistema de pensiones que cubre en promedio al 66 por ciento de las personas de edad. En el resto de la región, ese promedio cae substancialmente a un 14 por ciento.
Mi madre está en la afortunada minoría. Como ex empleada de la radio nacional tiene una pequeña pensión que le proporciona un ingreso constante. Pero cuando se trata de las personas mayores, el acceso a un sistema de salud de calidad es igualmente esencial.
Ahí, el contraste con los países de mayores ingresos es también significativo. En 2006, un 98.5 por ciento de la población mayor de 65 años en Estados Unidos tenía algún tipo de cobertura de salud, según el Censo. En Nicaragua solo un siete por ciento de personas mayores de 60 años tenía un seguro de salud, en El Salvador un 14 por ciento y en Guatemala un 21 por ciento, de acuerdo con una base de datos socioeconómica desarrollada por CEDLAS y el Banco Mundial.
Más preocupante es el hecho de que las condiciones de los mayores en la región no parecen destinadas a cambiar. En América Latina menos de la mitad de la fuerza trabajadora está empleada en el sector formal. Eso implica que para la mayoría, empleada en el sector informal, una pensión o un seguro de salud son simplemente inimaginables. Su calidad de vida en la vejez dependerá de una combinación de factores, desde su capacidad para seguir trabajando hasta la riqueza de sus familiares y su acceso a la caridad pública.
Incluso el empleo en el sector formal no garantiza la cobertura de un sistema de seguro social. De hecho, debido al incumplimiento y a la creciente contratación de terceros, los mecanismos para evitar contribuir al sistema han estado creciendo en los últimos años, dijo Gasparini.
Estas tendencias son aún más preocupantes debido a que América Latina está envejeciendo a un ritmo superior al del mundo desarrollado. El año pasado las personas mayores de 60 años representaban un 9.1 por ciento de la población de la región. Para 2050 ese número se elevará a un 25 por ciento, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.
José Miguel Guzmán, jefe de población y desarrollo del Fondo de Población de Naciones Unidas, asegura que los gobiernos en América Latina no han tomado plena conciencia de este reto. Hasta ahora, dijo, "en la mayor parte de países de la región no ha habido un proceso de adaptación de las políticas y las instituciones a una nueva realidad demográfica".
La excepción notable ha sido Brasil, que actualmente financia un sistema de pensiones para cubrir a 85 por ciento de las personas de edad en el sector rural. Si bien se requiere una inversión pública significativa de entrada, Guzmán afirma que los de mayor edad tienden a ser buenos "redistribuidores de recursos" a generaciones más jóvenes. En términos estrictamente financieros, invertir en la vejez parecería contradecir la lógica, pero Brasil está descubriendo que esa inversión puede ir más allá de ayudar a algunos a dejar de tenerle pavor a la vejez.
Especial por washingtonpost.com
Mi madre acaba de terminar su visita anual. Antes acostumbraba a encargarse de nuestra casa y nuestras vidas, pero esta vez fue diferente. A las dos semanas, me miró a los ojos y señalando con el dedo me dijo enfáticamente: "Ojalá nunca llegues a vieja".
Este último año no ha sido fácil para mi madre -- una de las personas más activas que he conocido. Ha perdido fuerza en sus manos y sus piernas a menudo no responden. Abrir una botella de agua o usar escaleras son cosas casi imposibles sin ayuda. Está a menudo deprimida.
Normalmente no compartiría esta información. Pero el día después de que regresó a su casa en Colombia, leí un artículo en el Washington Post que me atrajo por la obvia ironía. El titular: "Estadounidenses mayores vivirían más contentos que los más jóvenes".El artículo citaba varios estudios que sugieren un "raudal de evidencia" de que existe una correlación positiva entre la edad y la felicidad en Estados Unidos.
Para los latinoamericanos esa correlación es opuesta. Según Carol Graham, especialista en economía de la felicidad en el Brookings Institution, entre más viejos, los latinoamericanos son menos felices.
Una correlación similar se encuentra en la acumulación de riqueza. A medida que envejecen, las personas en países ricos tienden a estar en mejor condición económica que las generaciones jóvenes. "Eso es exactamente al revés en América Latina", aseguró Leonardo Gasparini, directo del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS) de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina.
En la mayoría de países latinoamericanos la tasa de la pobreza entre la tercera edad es mayor que el promedio nacional -- hasta un 20 por ciento mayor en México, por ejemplo. Las excepciones son Argentina, Brasil, Chile y Uruguay gracias a su sistema de pensiones que cubre en promedio al 66 por ciento de las personas de edad. En el resto de la región, ese promedio cae substancialmente a un 14 por ciento.
Mi madre está en la afortunada minoría. Como ex empleada de la radio nacional tiene una pequeña pensión que le proporciona un ingreso constante. Pero cuando se trata de las personas mayores, el acceso a un sistema de salud de calidad es igualmente esencial.
Ahí, el contraste con los países de mayores ingresos es también significativo. En 2006, un 98.5 por ciento de la población mayor de 65 años en Estados Unidos tenía algún tipo de cobertura de salud, según el Censo. En Nicaragua solo un siete por ciento de personas mayores de 60 años tenía un seguro de salud, en El Salvador un 14 por ciento y en Guatemala un 21 por ciento, de acuerdo con una base de datos socioeconómica desarrollada por CEDLAS y el Banco Mundial.
Más preocupante es el hecho de que las condiciones de los mayores en la región no parecen destinadas a cambiar. En América Latina menos de la mitad de la fuerza trabajadora está empleada en el sector formal. Eso implica que para la mayoría, empleada en el sector informal, una pensión o un seguro de salud son simplemente inimaginables. Su calidad de vida en la vejez dependerá de una combinación de factores, desde su capacidad para seguir trabajando hasta la riqueza de sus familiares y su acceso a la caridad pública.
Incluso el empleo en el sector formal no garantiza la cobertura de un sistema de seguro social. De hecho, debido al incumplimiento y a la creciente contratación de terceros, los mecanismos para evitar contribuir al sistema han estado creciendo en los últimos años, dijo Gasparini.
Estas tendencias son aún más preocupantes debido a que América Latina está envejeciendo a un ritmo superior al del mundo desarrollado. El año pasado las personas mayores de 60 años representaban un 9.1 por ciento de la población de la región. Para 2050 ese número se elevará a un 25 por ciento, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.
José Miguel Guzmán, jefe de población y desarrollo del Fondo de Población de Naciones Unidas, asegura que los gobiernos en América Latina no han tomado plena conciencia de este reto. Hasta ahora, dijo, "en la mayor parte de países de la región no ha habido un proceso de adaptación de las políticas y las instituciones a una nueva realidad demográfica".
La excepción notable ha sido Brasil, que actualmente financia un sistema de pensiones para cubrir a 85 por ciento de las personas de edad en el sector rural. Si bien se requiere una inversión pública significativa de entrada, Guzmán afirma que los de mayor edad tienden a ser buenos "redistribuidores de recursos" a generaciones más jóvenes. En términos estrictamente financieros, invertir en la vejez parecería contradecir la lógica, pero Brasil está descubriendo que esa inversión puede ir más allá de ayudar a algunos a dejar de tenerle pavor a la vejez.
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