Los científicos creen que el deterioro físico no es un mandato de la evolución y es tratable - El envejecimiento ya se ve como enfermedad
Nadie diría hoy que ser viejo equivale a estar enfermo, aunque ningún fármaco puede evitar las canas y las arrugas, ni la pérdida de agilidad y vigor. Pero la agencia del medicamento estadounidense, la FDA, ya ensaya medicamentos en animales para retrasar el envejecimiento. No es que la píldora de la eterna juventud esté al caer, ni mucho menos, pero el interés de las compañías farmacéuticas por buscar una cura para el deterioro físico es cada vez mayor. La razón es que los científicos se han dado cuenta de que envejecer no es un imperativo de la evolución, sino un proceso alterable. ¿Sería posible retrasarlo mucho? ¿Incluso evitarlo? Son preguntas hasta hace poco dentro del ámbito de lo fantástico, pero que hoy generan investigaciones de primera línea. Los hallazgos de los últimos años han hecho que hasta los científicos más ortodoxos, los mismos que ven en las proliferantes terapias antiedad sólo un producto de mercadotecnia, se planteen cómo prolongar la vida humana.
Aunque habrá que tener paciencia. Ninguna de las sustancias en pruebas se ha mostrado por ahora efectiva, según se explica en un reciente artículo de la revista Nature. Pero se sabe, por ejemplo, que en levaduras, en la mosca de la fruta y en el gusano Caenorhabditis elegans un compuesto llamado resveratrol presente en la piel de las uvas, en el vino tinto y en las nueces afecta la actividad de un gen implicado en la longevidad. También se sospecha que un antibiótico antifúngico y un fármaco empleado en la diabetes podrían interferir con la acción de genes similares. Lo mismo que un antitumoral en pruebas.
Tras este nuevo filón farmacéutico hay un cambio de paradigma científico: que el envejecimiento biológico no es una consecuencia inevitable del paso del tiempo. Por ejemplo, no había muchos viejos hace 50.000 años, aunque los genes de aquellos primeros Homo sapiens fueran como los nuestros.
Esto -y otras muchas evidencias- ha guiado a los investigadores hasta una idea clave: no es obligatorio envejecer desde el punto de vista evolutivo. El envejecimiento no es como el cambio de dentición, que claramente otorga ventajas, o la pubertad, que prepara al organismo para reproducirse. A la evolución le da lo mismo que nos salgan canas y arrugas. De lo que se deriva que el envejecimiento no es inmutable.
La esperanza de vida en el mundo desarrollado ha aumentado unos siete años en las últimas tres décadas, y el último informe de Eurostat, publicado hace unos días, dice que los mayores de 65 años constituyen ahora el 17,1% de los europeos, y serán el 30% en 2060. También serán más los octogenarios: del 4,4% actual, al 12,1%. Los demógrafos son los primeros sorprendidos. "La mortalidad de los mayores no se estanca, sino que baja. Esto era totalmente inesperado", dice Julio Pérez Díaz, demógrafo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Y, sin embargo, puede que el cambio mayor aún esté por llegar. Se planteaba en Nature: "La cuestión no es si la duración media de la vida humana aumentará modestamente en las próximas décadas. Eso ocurrirá casi con toda seguridad. La cuestión es más bien si es factible posponer el envejecimiento humano y la muerte natural por muchas décadas, incluso de forma indefinida". ¿Décadas de vida extra? ¿Inmortalidad? Suena ambicioso, pero los autores dejan claro que su análisis nada tiene que ver con las terapias antiedad hoy en boga. Ellos parten de una pregunta muy básica: por qué a partir de cierta edad el organismo empieza a funcionar de forma menos perfecta. La respuesta está en la evolución.
María Blasco, del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), cuyo trabajo con una molécula llamada telomerasa ha abierto toda una nueva vía de investigación en esta área, señala: "El envejecimiento no es un programa genético seleccionado y conservado por la evolución; más bien sería un colapso del organismo". El envejecimiento ocurriría por defecto, por así decir, y no porque confiera una ventaja al individuo. "Hay varios argumentos. Uno es que el envejecimiento es muy raro en la naturaleza. Otro es que, en caso de envejecer, esto se hace una vez que el individuo se ha reproducido y ha criado a su descendencia, y, por tanto, lo que le pase a partir de ese momento no va a trascender (en términos genéticos, no se va a trasmitir a ninguna descendencia). A la evolución los viejos no le importan", prosigue Blasco. Los paleoantropólogos podrían comentar que tal vez la longevidad dé ventajas evolutivas no a quien la disfruta, sino a sus descendientes, como sabe cualquier familia con abuelos cuidaniños. Pero ésa es otra historia.
¿Qué pasa en un cuerpo que envejece? ¿Cuáles son los mecanismos biológicos responsables de contribuir a su colapso? Descubrirlo vale la pena, sobre todo si se pretenden combatir esos mecanismos. Además, aquí hay un elemento interesante: la relación del envejecimiento y la enfermedad. Cobra fuerza la idea de que las dolencias más frecuentes en edad avanzada, como el cáncer o el alzhéimer, son distintas caras de un problema único: el envejecimiento. Esto implica que conviene desentrañar la biología del envejecimiento para atacar conjuntamente enfermedades en las que hoy se investiga por separado.
"Los cambios biológicos que nos predisponen a enfermedades fatales e incapacitantes están causadas por el proceso del envejecimiento. Por eso debemos convertir en prioritarias las intervenciones para retrasar estos procesos", afirmaba tajante ya en 2005 Jay Olshansky, biogerontólogo de la Universidad de Chicago, en un célebre artículo publicado en The Scientist.
En esta misma línea, Jesús Ávila, del Centro de Biología Molecular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), comenta: "El envejecimiento es un riesgo para muchas enfermedades: sabemos que hay procesos comunes, y que lo que cambia es el tipo celular". La científica Blasco apuesta también por el ataque conjunto: "La clave está en alargar la vida de nuestros órganos y tejidos, y para ello hay que entender los mecanismos moleculares del deterioro".
No hay respuestas unánimes para cuáles son esos mecanismos. Pero hay hipótesis. Se acepta, en general, que el organismo va acumulando daños, por ejemplo en el material genético de las células, a medida que pasa el tiempo. Son daños debidos a procesos como la liberación de los famosos radicales libres, inevitable subproducto de nuestra respiración. Y una idea reciente es que, de estos daños, los más importantes son los que afectan a las células madre. Lo explica Ávila: "Nos estamos recambiando todo, incluso parte del sistema nervioso central, gracias a las células madre adultas en nuestro organismo. Hay quienes creen que con los años las células madre se agotan. Pero, ¿por qué?".
Y ahora, la gran pregunta: ¿qué posibilidades reales hay de frenar o incluso revertir el envejecimiento? Los autores del artículo de Nature recuerdan que hoy se conocen cientos de mutaciones genéticas capaces de prolongar la vida -a veces hasta en un 40%- en gusanos, levaduras, moscas de la fruta y ratones. Son genes implicados en el crecimiento, el metabolismo, la nutrición y la reproducción. Muchos tienen efectos bioquímicos similares a los que desencadena un comportamiento que, según se sabe hace ya un siglo, prolonga la vida de los ratones en el laboratorio: la restricción calórica. Esto es, comer muy poco, aunque sin caer en la malnutrición.
La restricción calórica es, de hecho, lo único que, aparte de las manipulaciones genéticas, se ha demostrado efectivo en ratones -no en humanos- para alargar la vida.
¿Se lograrían resultados igual de llamativos con humanos? Nadie lo sabe. ¿Y la manipulación genética? Los autores del citado artículo advierten de que el aumento de la longevidad debido a mutaciones es menor a medida que la complejidad de los organismos crece. Tal vez en los seres más complejos los circuitos genéticos implicados en la extensión de la vida estén regulados a su vez por otros circuitos, aún desconocidos.
Pero el mensaje global no es pesimista. La investigadora Blasco, con su grupo, está tratando de obtener un alargamiento importante de la vida en ratones combinando varios genes. Que no sea sólo un gen en ratones "quiere decir que para afectar a la longevidad significativamente en humanos seguramente habrá que combinar distintos fármacos".
Tal vez no haga falta actuar sobre los genes. Otra posible estrategia es hacer artificialmente el trabajo de regeneración que unas ancianas células madre ya no pueden llevar adelante. Algo así como ir al mecánico a por un repuesto, sólo que celular. Para hacer realidad algo así habría primero que obtener células pluripotentes -capaces de diferenciarse en cualquier tipo celular- posiblemente a partir de embriones creados con células adultas de cada individuo. Y faltaría por resolver además el problema del cerebro: las neuronas que almacenan los recuerdos, las experiencias vitales, no se regeneran. ¿Quién querría tener un cerebro joven pero en blanco?
Así pues, los científicos de Nature responden con un "no lo sabemos aún" a la pregunta de si el hombre podrá algún día ser inmortal, pero se muestran optimistas con respecto a la posibilidad de alargar nuestra existencia y conseguir además que ésta sea mejor. "Hace dos décadas, la prolongación de la vida era una fantasía, mientras que ahora se buscan fármacos exactamente para eso. No hay razón científica para no esforzarse por curar el envejecimiento, de modo similar a como lo hacemos hoy con el cáncer y otras enfermedades", concluyen.
Años ganados
Cuando se habla de aumento en la esperanza de vida suele haber una reacción inmediata: ¿y las pensiones? Las previsiones de Eurostat indican que en 2060 habrá sólo dos trabajadores por cada jubilado, frente a los cuatro actuales. Pero varios expertos niegan que esas cifras conduzcan a un colapso del sistema. El demógrafo Julio Pérez Díaz resalta el "enorme aumento de productividad" de las últimas décadas, que ha permitido multiplicar la riqueza que un único trabajador genera. Como no cree que esa tendencia vaya a cambiar, duda de que vaya a hacer falta prolongar la vida laboral. En cambio, un estudio de la Fundación de Estudios Financieros sí que considera "un riesgo" la longevidad de los españoles, y afirma que "los cambios demográficos, si se quiere mantener la equidad social, sólo pueden afrontarse con un incremento del ahorro y una prolongación de la edad de jubilación".
Pero el dinero no lo es todo. ¿Cómo cambiará la sociedad? ¿Qué papel jugarán los mayores a medida que vayan siendo cada vez más? Los años ganados serán, se cree, de salud. "Es lo que ha venido ocurriendo hasta ahora", dice Pérez Díaz. En su opinión, las ciudades se adaptarán cada vez más, incluso arquitectónicamente, a las necesidades de los abuelos, que, por su parte, constituirán un mercado y desempeñarán funciones nuevas. Se consolidará la tendencia iniciada ahora: los mayores cuidarán a los niños y a los dependientes, y los jóvenes producirán
El País
Nadie diría hoy que ser viejo equivale a estar enfermo, aunque ningún fármaco puede evitar las canas y las arrugas, ni la pérdida de agilidad y vigor. Pero la agencia del medicamento estadounidense, la FDA, ya ensaya medicamentos en animales para retrasar el envejecimiento. No es que la píldora de la eterna juventud esté al caer, ni mucho menos, pero el interés de las compañías farmacéuticas por buscar una cura para el deterioro físico es cada vez mayor. La razón es que los científicos se han dado cuenta de que envejecer no es un imperativo de la evolución, sino un proceso alterable. ¿Sería posible retrasarlo mucho? ¿Incluso evitarlo? Son preguntas hasta hace poco dentro del ámbito de lo fantástico, pero que hoy generan investigaciones de primera línea. Los hallazgos de los últimos años han hecho que hasta los científicos más ortodoxos, los mismos que ven en las proliferantes terapias antiedad sólo un producto de mercadotecnia, se planteen cómo prolongar la vida humana.
Aunque habrá que tener paciencia. Ninguna de las sustancias en pruebas se ha mostrado por ahora efectiva, según se explica en un reciente artículo de la revista Nature. Pero se sabe, por ejemplo, que en levaduras, en la mosca de la fruta y en el gusano Caenorhabditis elegans un compuesto llamado resveratrol presente en la piel de las uvas, en el vino tinto y en las nueces afecta la actividad de un gen implicado en la longevidad. También se sospecha que un antibiótico antifúngico y un fármaco empleado en la diabetes podrían interferir con la acción de genes similares. Lo mismo que un antitumoral en pruebas.
Tras este nuevo filón farmacéutico hay un cambio de paradigma científico: que el envejecimiento biológico no es una consecuencia inevitable del paso del tiempo. Por ejemplo, no había muchos viejos hace 50.000 años, aunque los genes de aquellos primeros Homo sapiens fueran como los nuestros.
Esto -y otras muchas evidencias- ha guiado a los investigadores hasta una idea clave: no es obligatorio envejecer desde el punto de vista evolutivo. El envejecimiento no es como el cambio de dentición, que claramente otorga ventajas, o la pubertad, que prepara al organismo para reproducirse. A la evolución le da lo mismo que nos salgan canas y arrugas. De lo que se deriva que el envejecimiento no es inmutable.
La esperanza de vida en el mundo desarrollado ha aumentado unos siete años en las últimas tres décadas, y el último informe de Eurostat, publicado hace unos días, dice que los mayores de 65 años constituyen ahora el 17,1% de los europeos, y serán el 30% en 2060. También serán más los octogenarios: del 4,4% actual, al 12,1%. Los demógrafos son los primeros sorprendidos. "La mortalidad de los mayores no se estanca, sino que baja. Esto era totalmente inesperado", dice Julio Pérez Díaz, demógrafo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Y, sin embargo, puede que el cambio mayor aún esté por llegar. Se planteaba en Nature: "La cuestión no es si la duración media de la vida humana aumentará modestamente en las próximas décadas. Eso ocurrirá casi con toda seguridad. La cuestión es más bien si es factible posponer el envejecimiento humano y la muerte natural por muchas décadas, incluso de forma indefinida". ¿Décadas de vida extra? ¿Inmortalidad? Suena ambicioso, pero los autores dejan claro que su análisis nada tiene que ver con las terapias antiedad hoy en boga. Ellos parten de una pregunta muy básica: por qué a partir de cierta edad el organismo empieza a funcionar de forma menos perfecta. La respuesta está en la evolución.
María Blasco, del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), cuyo trabajo con una molécula llamada telomerasa ha abierto toda una nueva vía de investigación en esta área, señala: "El envejecimiento no es un programa genético seleccionado y conservado por la evolución; más bien sería un colapso del organismo". El envejecimiento ocurriría por defecto, por así decir, y no porque confiera una ventaja al individuo. "Hay varios argumentos. Uno es que el envejecimiento es muy raro en la naturaleza. Otro es que, en caso de envejecer, esto se hace una vez que el individuo se ha reproducido y ha criado a su descendencia, y, por tanto, lo que le pase a partir de ese momento no va a trascender (en términos genéticos, no se va a trasmitir a ninguna descendencia). A la evolución los viejos no le importan", prosigue Blasco. Los paleoantropólogos podrían comentar que tal vez la longevidad dé ventajas evolutivas no a quien la disfruta, sino a sus descendientes, como sabe cualquier familia con abuelos cuidaniños. Pero ésa es otra historia.
¿Qué pasa en un cuerpo que envejece? ¿Cuáles son los mecanismos biológicos responsables de contribuir a su colapso? Descubrirlo vale la pena, sobre todo si se pretenden combatir esos mecanismos. Además, aquí hay un elemento interesante: la relación del envejecimiento y la enfermedad. Cobra fuerza la idea de que las dolencias más frecuentes en edad avanzada, como el cáncer o el alzhéimer, son distintas caras de un problema único: el envejecimiento. Esto implica que conviene desentrañar la biología del envejecimiento para atacar conjuntamente enfermedades en las que hoy se investiga por separado.
"Los cambios biológicos que nos predisponen a enfermedades fatales e incapacitantes están causadas por el proceso del envejecimiento. Por eso debemos convertir en prioritarias las intervenciones para retrasar estos procesos", afirmaba tajante ya en 2005 Jay Olshansky, biogerontólogo de la Universidad de Chicago, en un célebre artículo publicado en The Scientist.
En esta misma línea, Jesús Ávila, del Centro de Biología Molecular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), comenta: "El envejecimiento es un riesgo para muchas enfermedades: sabemos que hay procesos comunes, y que lo que cambia es el tipo celular". La científica Blasco apuesta también por el ataque conjunto: "La clave está en alargar la vida de nuestros órganos y tejidos, y para ello hay que entender los mecanismos moleculares del deterioro".
No hay respuestas unánimes para cuáles son esos mecanismos. Pero hay hipótesis. Se acepta, en general, que el organismo va acumulando daños, por ejemplo en el material genético de las células, a medida que pasa el tiempo. Son daños debidos a procesos como la liberación de los famosos radicales libres, inevitable subproducto de nuestra respiración. Y una idea reciente es que, de estos daños, los más importantes son los que afectan a las células madre. Lo explica Ávila: "Nos estamos recambiando todo, incluso parte del sistema nervioso central, gracias a las células madre adultas en nuestro organismo. Hay quienes creen que con los años las células madre se agotan. Pero, ¿por qué?".
Y ahora, la gran pregunta: ¿qué posibilidades reales hay de frenar o incluso revertir el envejecimiento? Los autores del artículo de Nature recuerdan que hoy se conocen cientos de mutaciones genéticas capaces de prolongar la vida -a veces hasta en un 40%- en gusanos, levaduras, moscas de la fruta y ratones. Son genes implicados en el crecimiento, el metabolismo, la nutrición y la reproducción. Muchos tienen efectos bioquímicos similares a los que desencadena un comportamiento que, según se sabe hace ya un siglo, prolonga la vida de los ratones en el laboratorio: la restricción calórica. Esto es, comer muy poco, aunque sin caer en la malnutrición.
La restricción calórica es, de hecho, lo único que, aparte de las manipulaciones genéticas, se ha demostrado efectivo en ratones -no en humanos- para alargar la vida.
¿Se lograrían resultados igual de llamativos con humanos? Nadie lo sabe. ¿Y la manipulación genética? Los autores del citado artículo advierten de que el aumento de la longevidad debido a mutaciones es menor a medida que la complejidad de los organismos crece. Tal vez en los seres más complejos los circuitos genéticos implicados en la extensión de la vida estén regulados a su vez por otros circuitos, aún desconocidos.
Pero el mensaje global no es pesimista. La investigadora Blasco, con su grupo, está tratando de obtener un alargamiento importante de la vida en ratones combinando varios genes. Que no sea sólo un gen en ratones "quiere decir que para afectar a la longevidad significativamente en humanos seguramente habrá que combinar distintos fármacos".
Tal vez no haga falta actuar sobre los genes. Otra posible estrategia es hacer artificialmente el trabajo de regeneración que unas ancianas células madre ya no pueden llevar adelante. Algo así como ir al mecánico a por un repuesto, sólo que celular. Para hacer realidad algo así habría primero que obtener células pluripotentes -capaces de diferenciarse en cualquier tipo celular- posiblemente a partir de embriones creados con células adultas de cada individuo. Y faltaría por resolver además el problema del cerebro: las neuronas que almacenan los recuerdos, las experiencias vitales, no se regeneran. ¿Quién querría tener un cerebro joven pero en blanco?
Así pues, los científicos de Nature responden con un "no lo sabemos aún" a la pregunta de si el hombre podrá algún día ser inmortal, pero se muestran optimistas con respecto a la posibilidad de alargar nuestra existencia y conseguir además que ésta sea mejor. "Hace dos décadas, la prolongación de la vida era una fantasía, mientras que ahora se buscan fármacos exactamente para eso. No hay razón científica para no esforzarse por curar el envejecimiento, de modo similar a como lo hacemos hoy con el cáncer y otras enfermedades", concluyen.
Años ganados
Cuando se habla de aumento en la esperanza de vida suele haber una reacción inmediata: ¿y las pensiones? Las previsiones de Eurostat indican que en 2060 habrá sólo dos trabajadores por cada jubilado, frente a los cuatro actuales. Pero varios expertos niegan que esas cifras conduzcan a un colapso del sistema. El demógrafo Julio Pérez Díaz resalta el "enorme aumento de productividad" de las últimas décadas, que ha permitido multiplicar la riqueza que un único trabajador genera. Como no cree que esa tendencia vaya a cambiar, duda de que vaya a hacer falta prolongar la vida laboral. En cambio, un estudio de la Fundación de Estudios Financieros sí que considera "un riesgo" la longevidad de los españoles, y afirma que "los cambios demográficos, si se quiere mantener la equidad social, sólo pueden afrontarse con un incremento del ahorro y una prolongación de la edad de jubilación".
Pero el dinero no lo es todo. ¿Cómo cambiará la sociedad? ¿Qué papel jugarán los mayores a medida que vayan siendo cada vez más? Los años ganados serán, se cree, de salud. "Es lo que ha venido ocurriendo hasta ahora", dice Pérez Díaz. En su opinión, las ciudades se adaptarán cada vez más, incluso arquitectónicamente, a las necesidades de los abuelos, que, por su parte, constituirán un mercado y desempeñarán funciones nuevas. Se consolidará la tendencia iniciada ahora: los mayores cuidarán a los niños y a los dependientes, y los jóvenes producirán
El País
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