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Diana Athill, la sorpresa de envejecer

La célebre editora, premiada por sus memorias a los 91 años


La vejez no está mal, teniendo en cuenta las alternativas", decía el sabio y venerable Maurice Chevalier. Diana Athill, editora de grandes escritores como Philip Roth, V. S. Naipaul, John Updike y Norman Mailer, sin duda está de acuerdo después de una larga e intensa vida de amores, pasiones, éxitos y tragedias, que ha sido objeto de diversos y muy aplaudidos libros de memorias.


El último de ellos, Somewhere towards the end,le acaba de reportar el premio Costa de biografía a los 91 años, y constituye un emotivo e inteligente ensayo sobre lo que significa envejecer, cándido pero sin el mínimo toque de autocompasión, que hace un repaso detallado a las indignidades que comporta, pero también a las compensaciones.


Nacida en un ambiente aristocrático, Diana Athill creció entre sirvientes en una mansión georgiana, pero con una madre que tenía un amante y un padre - coronel del ejército-que se pasaba la mayor parte del tiempo fuera. Su abuela la crió con una noción de clase propia de la época y esa actitud de superioridad que se les inculca a algunos ingleses de buena cuna y cuchara de plata.


Descubrió el amor a los quince años con Tom Irvin, el tutor de su hermano, y a los 19 estaba camino del altar. Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo añicos sus planes, ya que su prometido - piloto de bombardero-fue destinado a Egipto, rompió el compromiso por carta y al poco tiempo murió en combate. Material suficiente en sí mismo para escribir una novela…


A Athill le llevó dos décadas curar las heridas, y se pasó buena parte de la juventud considerándose a sí misma una fracasada condenada a pasarse sola el resto de sus días, mientras trabajaba primero como funcionaria en el Almirantazgo y luego en el Servicio Exterior de la BBC, y para alimentar su decaída autoestima protagonizaba un sinfín de amoríos tan breves como insatisfactorios. Su suerte cambió en una fiesta en la que conoció a Andre Deutsch, con quien montó una editorial y mantuvo una amistad de medio siglo.


Era en Londres la época dorada de la edición, y publicó (con Deutsch en unos casos y sola en otros) a Mailer, Naipaul, Roth, Updike, Margaret Atwood, Stevie Smith, Brian Moore, Simone de Beauvoir, Mordecai Richler y Jean Rhys, su gran inspiración a la hora de escribir y que le enseñó a ser divertida. Con algunos de esos genios mantuvo una relación cordial hasta que se jubiló hace dieciséis años, con otros rompió por ser demasiado sincera y decir las cosas como las pensaba…



En Somewhere towards the end,historia de una vida y reflexión sobre una vejez, Athill es honesta y dura consigo mismo, se autocalifica de egoísta y perezosa, admite que la lealtad no es su virtud favorita (prefiere la "claridad intelectual") y que tampoco ha sido siempre fiel. Especial dolor le causa el haber tenido que enviar a Jamaica a Barry Reckord, primero amante y después amigo y compañero, para que fuera atendido por su familia ("yo estoy demasiado mayor, bastante tengo que cuidar de mí misma", alegó).



Feminista de una manera sui géneris, la relación de Diana con Reckord es sintomática de su personalidad ajena a los convencionalismos sociales en los que fue educada. Al cabo de ocho años el autor caribeño le informó de que salía con una joven actriz, a lo cual ella respondió proponiendo que vivieran un ménage à trois bajo el mismo techo. "Lo recuerdo - dice-como la época más feliz de mi vida".


Autora desde los años sesenta de textos de ficción y de no ficción como After a funeral,An unavoidable delay,Don´t look at me like that,Making believe y Stet (sus memorias del mundo editorial, publicadas en el 2000 y obra que le ha brindado más repercusión hasta este último), Athill valora sobre todo en un libro la brevedad, la precisión, la lucidez y la transparencia, sus cuatro puntos cardinales. Con ese estilo ha contado sus aventuras con el mujeriego y depresivo egipcio Didi, y con el pantera negra y seguidor de Malcolm X Hakim Jamal, a quien le unía una explosiva mezcla de atracción erótica, sentido de la protección y amor maternofilial.



Sola, sin hijos pero con buenos vecinos y sobrinos que la visitan con frecuencia en su piso del elegante barrio londinense de Primrose Hill, Athill contempla su vejez con tristeza y satisfacción a la vez, con miedo a acabar en un asilo de ancianos y rabia por no poder ya conducir, satisfecha con una existencia que ha sido buena "y por el momento todavía no está del todo mal". No cree en Dios pero hace suya la opinión de Leon Trotsky de que "envejecer es una de las mayores sorpresas que te da la vida".


La vanguardia.es

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