Hace unos días terminé las clases en el Master Interuniversitario de Psicogerontología que ofrece la Universidad de Valencia. Cuando llegué a casa después de la última clase me encontré con la noticia de que en apenas 24 horas habían muerto tres ancianos en la ciudad de Valencia sin que nadie se diera cuenta. No es la primera vez que los bomberos responden a la llamada de los vecinos y se encuentran con una persona mayor que ha muerto sola y en silencio.
Durante esa semana estuvimos reflexionando en clase sobre los problemas éticos que plantea el envejecimiento de la población, la gestión social de la jubilación, el impacto de los mayores en los servicios sanitarios de una sociedad liberal y el conjunto de problemas profesionales que planea el final de la vida. Me resultó curioso comprobar que casi todos compartían una visión optimista del trato social que estamos dando a los mayores sin plantearse en ningún momento no ya una visión existencial, trágica o pesimista del final de la vida sino una visión medianamente realista.
Es cierto que la Geriatría y la Gerontología son áreas de la investigación científica que en las últimas décadas han desarrollado avances significativos con los cuales se está produciendo una silenciosa revolución protagonizada por los mayores. Nos han dejado claro que desde el momento de la jubilación hasta el momento del final de la vida hay varias metas volantes antes de llegar hasta la meta final. Antes, la jubilación era la antesala de la meta final y por fortuna ahora es una meta volante más que está revolucionando los servicios sociales, sanitarios, y familiares.
Seducidos por esta prolongación de la edad de júbilo, los profesionales de la Psicología, la Sociología o el Derecho que atienden a los mayores, no se detienen en la necesidad de una ética diferenciada para las edades de la vida. Están obsesionados en capacitarse para gestionar la Ley de Dependencia y descuidan las dimensiones éticas del envejecimiento.
Percibí este descuido cuando reaccionaron impulsivamente ante la definición de vejez que realizó Domingo García-Sabell en el homenaje que se le hizo a Pedro Laín Entralgo en 1990. Allí afirmó: "la vejez consiste, en esencia, en una serie progresiva de pérdidas cuya suma puede llamarse, sin ningún empacho, regresión. Quizá de todas las disminuciones, la máxima y más definitoria sea la de la soledad. Desaparecen los familiares, se van los amigos, y, al final, el anciano se queda solo Es el momento en el que al aislamiento no buscado se suma la soledad provocada
"Hasta ese momento habían trabajado con una imagen romántica del envejecimiento. Una imagen que, por suerte, ha desplazado a imágenes anteriores que simplificaban estas dos décadas de la vida. Los acontecimientos y experiencias que van desde los sesenta a los ochenta o noventa pueden llegar a ser tan importantes, intensos y valiosos como los de otras etapas de la vida. Por eso hay que repensar de nuevo toda la organización social, pero no sólo como una oportunidad para nuevas profesiones sino como una oportunidad mejorar la calidad de las profesiones existentes y reanimar moralmente sociedades satisfechas, pero desanimadas.
No les gustaron los términos "regresión" y "soledad", estaban más acostumbradas (todas eran alumnas) al lenguaje de los derechos, de los avances médicos de la geriatría o del progreso asistencial que supone el estado del bienestar. Eran incapaces de cuestionar el imaginario lineal de progreso con el que estaban analizando el envejecimiento, como si la vida fuera un conjunto permanente de metas volantes sin meta final, como si la fragilidad, la vulnerabilidad o la soledad tuvieran un carácter marginal en su capacitación profesional.
Les conté que cada día era mayor el número de ancianos que viven solos, que son más de 120.000 las personas mayores de la Comunidad Valenciana, y que no tenemos que esperar a las olas de calor, de frío o de indiferencia social para afrontar el problema de la soledad de los mayores. Ciertamente, cada vez es mayor el número de profesionales y voluntarios que atienden a los mayores, cada vez son mayores y mejores los servicios de teleasistencia, incluso cada vez hay nuevas fórmulas para gestionar este tipo de soledad.
Ahora bien, cuando las estadísticas nos dicen que cada día es mayor el número de ancianos que mueren solos y en silencio es porque hay algo que no estamos haciendo bien. Es probable que hayamos descuidado la arquitectura de las viviendas, la arquitectura de las familias, la arquitectura de las sociedades, la arquitectura de las relaciones vecinales o incluso la arquitectura de los corazones.
No contamos con la regresión y la soledad de los mayores para instalarnos en ellas. Al contrario, contamos con ellas para tener una visión más completa y realista del envejecimiento. Que sin ser más progresista sí puede ser más esperanzada porque nos mantiene despiertos y permite que hagamos todo lo posible para luchar contra una sociedad dormida que no reacciona cuando sus vecinos no sólo viven solos sino que mueren solos y en silencio.
AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA
Las provincias. España
Durante esa semana estuvimos reflexionando en clase sobre los problemas éticos que plantea el envejecimiento de la población, la gestión social de la jubilación, el impacto de los mayores en los servicios sanitarios de una sociedad liberal y el conjunto de problemas profesionales que planea el final de la vida. Me resultó curioso comprobar que casi todos compartían una visión optimista del trato social que estamos dando a los mayores sin plantearse en ningún momento no ya una visión existencial, trágica o pesimista del final de la vida sino una visión medianamente realista.
Es cierto que la Geriatría y la Gerontología son áreas de la investigación científica que en las últimas décadas han desarrollado avances significativos con los cuales se está produciendo una silenciosa revolución protagonizada por los mayores. Nos han dejado claro que desde el momento de la jubilación hasta el momento del final de la vida hay varias metas volantes antes de llegar hasta la meta final. Antes, la jubilación era la antesala de la meta final y por fortuna ahora es una meta volante más que está revolucionando los servicios sociales, sanitarios, y familiares.
Seducidos por esta prolongación de la edad de júbilo, los profesionales de la Psicología, la Sociología o el Derecho que atienden a los mayores, no se detienen en la necesidad de una ética diferenciada para las edades de la vida. Están obsesionados en capacitarse para gestionar la Ley de Dependencia y descuidan las dimensiones éticas del envejecimiento.
Percibí este descuido cuando reaccionaron impulsivamente ante la definición de vejez que realizó Domingo García-Sabell en el homenaje que se le hizo a Pedro Laín Entralgo en 1990. Allí afirmó: "la vejez consiste, en esencia, en una serie progresiva de pérdidas cuya suma puede llamarse, sin ningún empacho, regresión. Quizá de todas las disminuciones, la máxima y más definitoria sea la de la soledad. Desaparecen los familiares, se van los amigos, y, al final, el anciano se queda solo Es el momento en el que al aislamiento no buscado se suma la soledad provocada
"Hasta ese momento habían trabajado con una imagen romántica del envejecimiento. Una imagen que, por suerte, ha desplazado a imágenes anteriores que simplificaban estas dos décadas de la vida. Los acontecimientos y experiencias que van desde los sesenta a los ochenta o noventa pueden llegar a ser tan importantes, intensos y valiosos como los de otras etapas de la vida. Por eso hay que repensar de nuevo toda la organización social, pero no sólo como una oportunidad para nuevas profesiones sino como una oportunidad mejorar la calidad de las profesiones existentes y reanimar moralmente sociedades satisfechas, pero desanimadas.
No les gustaron los términos "regresión" y "soledad", estaban más acostumbradas (todas eran alumnas) al lenguaje de los derechos, de los avances médicos de la geriatría o del progreso asistencial que supone el estado del bienestar. Eran incapaces de cuestionar el imaginario lineal de progreso con el que estaban analizando el envejecimiento, como si la vida fuera un conjunto permanente de metas volantes sin meta final, como si la fragilidad, la vulnerabilidad o la soledad tuvieran un carácter marginal en su capacitación profesional.
Les conté que cada día era mayor el número de ancianos que viven solos, que son más de 120.000 las personas mayores de la Comunidad Valenciana, y que no tenemos que esperar a las olas de calor, de frío o de indiferencia social para afrontar el problema de la soledad de los mayores. Ciertamente, cada vez es mayor el número de profesionales y voluntarios que atienden a los mayores, cada vez son mayores y mejores los servicios de teleasistencia, incluso cada vez hay nuevas fórmulas para gestionar este tipo de soledad.
Ahora bien, cuando las estadísticas nos dicen que cada día es mayor el número de ancianos que mueren solos y en silencio es porque hay algo que no estamos haciendo bien. Es probable que hayamos descuidado la arquitectura de las viviendas, la arquitectura de las familias, la arquitectura de las sociedades, la arquitectura de las relaciones vecinales o incluso la arquitectura de los corazones.
No contamos con la regresión y la soledad de los mayores para instalarnos en ellas. Al contrario, contamos con ellas para tener una visión más completa y realista del envejecimiento. Que sin ser más progresista sí puede ser más esperanzada porque nos mantiene despiertos y permite que hagamos todo lo posible para luchar contra una sociedad dormida que no reacciona cuando sus vecinos no sólo viven solos sino que mueren solos y en silencio.
AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA
Las provincias. España
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