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MUJERES: Asunción Balaguer: “Siempre ha sido una palabra milagrosa para poder respirar: ¡Libertad!”

Asunción Balaguer. Fotografía: Jorge Fuembuena.

Veníamos del Festival de Cine Montreal, donde Paco (Rabal) recogió un premio a su carrera, luego teníamos que ir al Festival de San Sebastián, donde él iba a recibir un homenaje. Cuando el avión pasaba a la altura de Burdeos... ¡Fíjate, Burdeos, donde murió Goya, uno de los mejores personajes que ha hecho en su vida! Me dijo: “Vamos a pedir un Benjamín de cava y vamos a brindar”. Pero al momento se quedó pálido y se desvaneció, y con una leve sonrisa en los labios falleció sin remedio en mis brazos. Me quedé sola. ¡Yo le amaba, le amaba…! Pero aquí estoy, rodeada de amigos y trabajando en el teatro, que es lo más grande que hay”.
Así comienza el documental Una mujer sin sombra, que Asunción Balaguer acaba de rodar con el destacado director de cine Javier Espada y que a buen seguro va a suponer un nuevo éxito en su carrera. El documental, que se estrenará en 2013, narra muchos de los avatares más significativos de su vida, su profesión como actriz que hizo su primer estreno en 1940, su vida con el actor Paco Rabal, sus hijos, sus amigos y amigas, su compromiso político y social inquebrantable. Pero éste no deja de ser un proyecto profesional más de las decenas de proyectos artísticos y cinematográficos que en la última época de su vida, desde el fallecimiento de Paco Rabal, Asunción ha llevado a cabo.
Asunción es dulce, acogedora, muy amiga de sus amigos. Como le dijo Pepe Viyuela, uno de sus estimados amigos en el momento de entregarle un premio, “la adolescente con más primaveras que conozco”. Estar en su casa es un placer porque es afable y locuaz e inteligente conversadora, que gusta de adornar y recrearnos la charla con pasajes de sus textos teatrales de toda la vida o retazos de poesía de Machado o Miguel Hernández. Queda claro continuamente que de la vida que ha tenido ha tomado buena nota, y de cada buena o mala experiencia ha hecho una vivencia que sin duda le ha permitido crecer y fortalecer el carácter.
En la conversación está presente todo el tiempo la figura de Paco Rabal. Tanto que por momentos da la sensación de que va a salir de su cuarto y se va a sumar con buen humor y un cigarrillo a esta conversación. Los objetos aparecen como un breve resumen de una vida de cine, teatro, arte, compromiso político, amor por su familia y buenos amigos; pero también de una avidez de conocer nuevas cosas y vivir con compromiso la realidad de ahora. Energía desbordante.
Asunción Balaguer Golobart, que acaba de cumplir 87 años, nace en noviembre de 1925 en Manresa, donde su padre ejercía la profesión de médico: “De muy niña me gustaba mucho leer poesías, las entonaba e incluso la lectura de alguna de ellas me hacía llorar, me gustaba mucho el drama. En el colegio siempre me escogían en las funciones de fin de curso para cantar. En mi casa, con mi hermana y una prima, siempre jugábamos a hacer teatro y cantábamos cuplés y canciones populares. Se ve que ya lo llevaba dentro”. Con el bachillerato casi finalizado se traslada a Barcelona a los 14 años, donde lo termina.
Recuerda que, siendo niña, una vez encontró llorando a su madre. Se acuerda perfectamente de aquella conversación: “¿Por qué lloras, mamá?’ ‘Es que ha venido la República’. ‘¿Quién?’ ‘¡La República!’ ‘¿Y qué es eso?’ ‘Pues hija mía, no lo sé, pero seguro que detrás de ella viene la guerra’. Y así fue. Yo tenía cuatro hermanos muy jóvenes y mi madre tenía mucho miedo por ellos”. Recordando este episodio de su vida, Asunción nos recita con deleite uno de los pasajes de su última obra de teatro, El tiempo es un sueño, dirigida por Rafael Álvarez, El Brujo: “Me gustaba la República. La veía como una mujer arrogante, hermosa, tocada con el gorro frigio y con aquel busto, envuelta en la bandera tricolor. Roja, amarilla, morada. Yo era muy niña pero ya me veía en ella. Veía ¡la Libertad! A lo largo de mi vida esa palabra tuve que repetirla tanto… Siempre ha sido una palabra milagrosa para poder respirar: ¡Libertad!”
Habla de la guerra con desolación, como si fuese un cúmulo de recuerdos repleto de imágenes terribles, y nos recuerda la tristeza que vio una mañana de invierno, estando en Vic, cuando una abundante columna de milicianos y sus familias, “maltrechos, despojados, vencidos”, atravesaban la localidad camino de Francia: “Esa tristeza del vencido no se puede olvidar”.
Pero Asunción, de la misma manera que nos sume hábilmente en aquel pasaje de su vida de niña, nos levanta el ánimo y vuelve a hablarnos del teatro: “Cuando empezó la guerra mis padres escondieron en casa a un amigo de mi padre, que era médico, porque era perseguido. Como veía que a mí me gustaba nos escribió una obra de teatro que representamos en mi casa. El salón era el patio de butacas y la habitación de mis padres era la caja del teatro. En aquellos tiempos en muchas casas la gente se entretenía haciendo teatrillos en casa, porque lógicamente en la guerra el ánimo era muy triste y había mucha penuria. Yo hacía de Doña Cocola y todavía me acuerdo del texto”.


Cuesta poco imaginar aquella imagen tan vital, con una algarabía de niños y niñas confundidos con la tragedia de la guerra, y que asumían sin reparo y con desparpajo el rol de aportar aire fresco y limpio en aquella época: “Después este señor, cuando acabó la guerra, en el mismo año 1939, me recomendó al Instituto de Teatro de Barcelona, en el que estaba entonces Guillermo Díaz Plaja y Marta Grau de profesora de declamación. Yo entonces aún estudiaba bachiller y también empecé a estudiar piano. El Instituto de Teatro me gustó muchísimo y allí hice mi primer estreno, como alumna, que fue La discreta enamorada. También me acuerdo de algunos versos que recitábamos: ‘Aprended, flores, de mí lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui y hoy sombra mía aun no soy”. Acaba la declamación con una carcajada condescendiente con la ingenuidad de su juventud. Nos contagia. “Estudié dos años de comunes en Filosofía y Letras, que me gustaba mucho, pero estaba triste, y eso me hizo por fin y por suerte dejarlo todo y dedicarme por completo al teatro”.
“Cada fin de curso en el Instituto de Teatro Marta Grau y Arturo Carbonell, que no sé de dónde sacaba la forma para hacer esas escenografías tan ingeniosas, porque entonces no había subvenciones y el Instituto tenía muy pocos medios, preparaban una función para presentarla a público. El grupo nos hacíamos llamar “Teatro de arte”, y eso era una motivación muy grande para todos porque era un acontecimiento”.
“Hicimos varias obras, como Nuestra Diosa, de Máximo Bontempelli, y también Eco y Narciso, de Calderón, que interpreté junto a Aurora Bautista, que también era alumna conmigo. Tuve unos compañeros fantásticos y además el Instituto atraía a mucha gente de la cultura porque el ambiente de posguerra era horroroso y muy mísero. Así conocí a los hermanos Ferrater, poetas, y a German Schroeder. Poco a poco se creó un ambiente muy bueno de teatro y mucha afición a ver las representaciones y los recitales. Hacíamos obras clásicas pero de vez en cuando también hacíamos otras cosas menos ‘correctas’. Me acuerdo que hicimos una obra de Henri Lenormad que era surrealista, y del que de una de sus obras Rafael Álvarez, El Brujo, tomó un título prestado de la obra que me ha dirigido y ahora estoy representando, El tiempo es un sueño.
La lúcida memoria de Asunción nos lleva de viaje por el interior del teatro de posguerra. Cuenta con retranca las triquiñuelas que hacían para salvar la censura que asistía a las representaciones en un preestreno que se les hacía con exclusividad: “Políticamente había presión, claro, pero dentro de las compañías en las que trabajé el ambiente y la convivencia eran de absoluta libertad y un compañerismo muy sano. Todos y todas éramos iguales. Eso nos permitía aislarnos, aunque sólo fuera un poco, de la tragedia de la posguerra”.
Terminados los estudios de teatro ingresa en la Compañía Lope de Vega que acababa de formar José Tamayo: “Hablé con él, que estaba en el TEU de Granada, y me dijo: ‘si te quieres incorporar te mando el contrato’. Le dije que sí. Y ya no paré en un montón de años”. Allí, en compañía de grandes actores y actrices, como Carlos Lemos, Alfonso Muñoz y Josefina Santaolalla, que venían de la Compañía de Margarita Xirgú y que por entonces eran muy jóvenes y entusiastas, Asunción se revela como una de las actrices más destacadas de la época. “Fueron años de escasez, largos viajes en ‘clase turista’ (ríe), pulgas en los colchones y muchas jornadas seguidas con hasta cuatro actuaciones por día.María Estuardo, Otelo, Nuestra Ciudad, Plaza de Oriente. No teníamos tiempo para nada y encima, cuando acababa la última función, muchas veces teníamos que ensayar el siguiente estreno. Era agotador, pero a la vez lo pasábamos muy bien, todos eran muy generosos y con una calidad como actores soberbia”.
Y sin perder aliento, con contundencia, afirma: “Ahora algunos de los actores jóvenes que veo en la tele, sí son muy guapos y guapas, y todo lo que quieras, pero no saben hablar, no tienen voz , sólo estampa. No sé cómo llegan a ser actores. Y encima no son compañeros. ¡Nosotros éramos una piña! Pero no todos, eh. Que hay alguno de los que han salido ahora que tiene una clase y un oficio…” Asunción chasca los dedos con un gesto enérgico y seco de su mano.
Nos recuerda con mucho entusiasmo las primeras reivindicaciones y manifestaciones que plantearon como gremio de actores reclamando mejores condiciones, días libres y un número de actuaciones razonables. Con fuerza y puño cerrado, y mirando fijamente, se incorpora del respaldo: “¡Y lo conseguimos!” Se abate y deja caer de nuevo sobre el sillón, desde donde nos habla con dignidad y la mano todavía en tensión.
El salón de su casa lo preside un piano. Cuando habla de su niñez y su juventud casi no aparta la vista de él. El piano era de su madre, a la que recuerda con mucho cariño y también con compasión: “En mi casa no había amor. Mi padre y mi madre no se querían y muchas veces discutían. A mi padre lo destinaron a otro pueblo lejos de donde vivíamos y al poco murió. Mi madre siempre me apoyó en mi carrera. ¡Fíjate, en aquellos años! ¡Actriz! Recuerdo que nos dijo: ‘Jamás me interpondré con la persona que os queráis casar, yo quiero que os caséis por amor”. Recuerda la agónica muerte de su madre y cómo aquella vivencia le inspiró algunos de los personajes que interpretó después, de manera especial en Diálogo de carmelitas. “¡Es que yo me muero muy bien. Cuando he estado haciendo El pisito con la compañía de Seoane y con Pepe Viyuela, ¡me moría todos los días!”. Ríe. Le pedimos que nos toque algo al piano, y sin reparo y renegando porque está un poco desafinado, se arranca y nos sorprende ni más ni menos que con la zarzuelera pieza de La viuda alegre.
“Conocí a Paco en el teatro. Recuerdo cómo me hablaba de su amor a la poesía y cómo conoció siendo muy jovencito a Dámaso Alonso, que le prestó un libro con poemas de Lorca, Machado y Miguel Hernández”. Con voz grave, interpreta: “Te dejo este libro, pero no me lo devuelvas con manchas de aceite ni lo ensucies’ ¡Y se lo  devolvió con manchas de aceite!”. Golpe en la mesa, con los nudillos. “Años más tarde daba gusto ver a Paco con Vicente Aleixandre reírse recordando estas anécdotas”.
Asunción rompe el relato de su vida con divertidos recuerdos y chanzas que nos llevan de un lado al otro de una vida sin igual. Recordando el exilio de su bien amigo Vicente Aleixandre rememora sus años en México, cuando Paco Rabal trabajaba con Luis Buñuel, al que tanto querían, y con el que Paco y Asunción mantuvieron amistad y correspondencia hasta su fallecimiento. A propósito del exilio nos cuenta: “¡Recuerdo mucho al poeta León Felipe! Tenía una tristeza inmensa por el exilio… En una ocasión recuerdo que le pidió a Paco que le hablase como hablan en Madrid, y Paco empezó a hablar y hablar imitando el acento y las expresiones de los madrileños… y León se emocionó…”
A los dos años de estar compartiendo compañía con Rabal surgió el flechazo. “Camino de Granada, nos dirigíamos a Tetuán a actuar en las bodas del Jalifa. Todavía recuerdo aquella mano fría, me cogió… Y ya no me separé de él. Después de casarnos seguí actuando, pero andábamos separados, yo estaba en Latinoamércia de gira y él estaba teniendo un éxito tremendo en Madrid. Dije, ‘¡me voy!’ Decidí voluntariamente dedicarme a mis hijos y mi familia, ¡y no me arrepiento!”. Desde entonces no abandonó del todo su carrera de actriz, hizo papeles destacados con grandes directores de cine y teatro, pero siempre anteponiendo su familia y su decisión por apostar por ellos. Reconoce que su vida con Paco no siempre fue fácil pero, al final, afirma con rotundidad: “Éramos amigos, muy amigos. Nuestros últimos años juntos fueron maravillosos”.
¿Qué pasó tras el fallecimiento de Paco? “No he parado: El Pisito, Follies, El tiempo es  sueño, varias series de televisión, películas, el documental de Javier Espada… Mis amigos, mi familia…“Tengo mucha suerte, pero me da mucha rabia todo lo que está pasando ahora, es una injusticia tras otra… No aprenden… Nosotros pagamos el precio de la guerra… Eso es una lección, pero no aprenden.”
Acabamos nuestra conversación viendo el jardín, su bonito jardín, con multitud de especies entre las que destaca, en este tiempo, un membrillo, absolutamente cargado de fruto. Entreabriendo su bolso nos confiesa el último secreto del día, su amuleto, un viejo papel algo arrugado con una poesía de Miguel Hernández que nunca se ha separado de ella:
Fuera menos penado si no fuera
nardo tu tez para mi vista, nardo,
nardo tu piel para mi tacto, cardo,
tuera tu voz para mi oído, tuera.
Asunción Balaguer Golobart, una mujer de teatro, una mujer de su tiempo, una mujer comprometida, una mujer sin sombra.
José Alberto Andrés Lacasta
Una mujer sin sombra. Asunción Balaguer
Dirección: Javier Espada.
Guión: Javier Espada y Alberto Andrés Lacasta.
Dirección de fotografía: Pedro Sara Villa.
Foto fija: Jorge Fuembuena.
Operador de steadicam: Juan Lanzas Jiménez.
Ayudante de steadicam: Jaime García Garrido.
Edición: Cristóbal Fernández.
Sonido directo: Antonio Labajo.
Con la participación de: Teresa Rabal, Benito Rabal, Liberto Rabal, Luis Alegre, Pilar Bardem, Sancho Gracia, Ángela Molina, Giuliano Montaldo, Silvia Pinal, Patricia Reyes Spíndola y Pepe Viyuela.
Año: 2012.
Pueblos


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